Revista Coaching

La dulce fragilidad del otoño…

Por Mbbp

LA DULCE FRAGILIDAD DEL OTOÑO…

El otoño, en algunos lugares del mundo, es la época de las castañas! Las hay por doquier en los bosques de frondosos y a la vez desnudos árboles, óleos temporales y efímeros de otoñales colores marrones, dorados, amarillos y rojizos! La castaña ha sido un fruto preciado, por su sencillez que reposa en esos tapices muticolores de hojas caídas que dan calidez a las suaves, largas y frías tardes de otoño! ¿Por qué no vestirla con un manto barroco y dulce… y compartirla, cocida a fuego lento, hora tras hora, como se cultiva el mismo y eterno amor?

La castaña es el fruto inequívoco de esta época del año en que el tiempo lánguido y frío nos invita a recogernos junto al hogar y pasar horas observando las llamas del fuego bailando frente a nuestros ojos y dibujando sombras chinescas en la pared ocre! Tiempo de lectura, de alma sosegada, de amor frente a la lumbre, de suspirar recordando viejos cuentos del abuelo que ya no está, de amar y sentirse amado en silencio, acurrucándonos bajo una raída y cálida manta a cuadros… dejando volar  nuestra imaginación y nuestros sueños compartidos!

El otoño es la discreción por ontonomasia, en la que lo simple, lo sutil, lo frágil, lo efímero y lo más cotidiano de nuestra propia vida destaca sobre esos colores marronáceos y esas duras y frías sombras otoñales que azulean la cada día más corta jornada! Su simplicidad y su madurez invita a adentrarnos en nuestro mundo interior y disfrutar de lo bello, sencillo y más amoroso de nosotros mismos, con una humeante taza de té o de café calentándonos las manos, dejando que su aroma familiar, intenso e íntimo, embriague nuestros sentidos adormilados ante la lumbre y el amor ténue y pausado…

Fuera, el frío azulado ya va llegando, mientras lo observamos en la quietud de la tarde, tras los cristales de esa ventana que da al jardin! Tardes pausadas como el propio otoño que, al ritmo de la caída de las hojas, instante a instante, nos regalan tiempo para coser, para pintar, para escribir, para hacer mermeladas de todos esos discretamente dulces frutos que el bosque nos obsequia sin avaricia… esas moras, fresas silvestres, frambuesas rojizas que la Naturaleza nos ha dejado al borde de los caminos para que disfrutemos su sabor! Tardes de hongos y de setas, de colores pardos y amarillentos, que acompañarán nuestras viandas, dándoles gusto, aroma y color para que podamos paladearlas en esa mesa que en otoño se viste con ese jarron de cardos liláceos, ocres flores secas y doradas espigas que el tiempo secó…

Tiempo de confidencias, de intimidades serenas y espontáneas, de manos unidas por amor, resguardándonos del frío que invade poco a poco los bosques húmedos y las calles empedradas y milenarias de la gran ciudad, en la que solo un violín o un piano puede romper la falta de calidez de los árboles desnudos con musgo húmedo o la fría piedra  que atesora callejuelas para pasear en silencio y sin rumbo fijo! En otoño, si dejamos encontrarse a nuestras Almas, se avienen nuestros más cálidos sentimientos y emociones, esas palabras de amor cuyo eco se propaga conjuntamente por el campo, la ciudad y el plomizo mar otoñal, de playas vacías y nostálgicas, solitarias y a la vez receptivas de nuevas o antiguas emociones atesoradas en sus suaves arenas desde el brillante verano…

Tiempo de exaltar lo minúsculo que nos sorprende a cada paso, de paladear cada uno de esos bellos sentimientos que la nostalgia y el recuerdo nos traen, para ir viendo crecer en todos ellos una íntima y nueva manera de sentir y vivir la profundidad de la vida y dejar brotar esos susurros que nos hablan de nosotros mismos, de hacia dónde vamos y de la poca prisa por llegar. Porque la felicidad simple, rutinaria y codiciada ya nos acompaña siempre en esas lánguidas y cálidas tardes de otoño frente al hogar, en las que nada parece suceder, pero en las que el mismo corazón se deja acariciar…

Encuentros con uno mismo, resonando en el corazón silencioso de alguien amado y quizás lejano, solo evocado por esa ténue y armoniosa melodía de un violín llorón, de un grave y desgarrador saxo o de esa voz melodiosa de Cole, interpretando una vieja pieza de jazz, en la semioscuridad de esa habitación tapizada de colores pasteles, con tupidas alfombras en las que el perro fiel duerme a nuestros pies! Tardes otoñales prolongadas en el tiempo, tras ese breve paseo matutino, luminoso y sereno dejándonos llevar por esa otra alfombra de hojas que crujen a nuestro paso, invitándonos a pasear sin levantar la vista del suelo y a exponer nuestro corazón a lo que nos conmueve, por simple que sea, pero que nos hace soñar…

El otoño y la simplicidad de la castaña ejemplifica su riqueza de matices con su vestido barroco de dulce amlibar que extalta su súbita y preciada elegancia, aunándo su rústica sencillez y su, a la vez, sofisticación real y barroca, que invita a paladear su dulce sabor… tejido hora tras hora con amor en cualquiera de esas tardes íntimas, serenas y amorosas del cálido otoño, en el que las Almas se reencuentran, se conmueven y se comparten con el Más Allá…

¿Qué tal si perpetuamos la naturalidad ruda de la vulgar castaña y la convertimos en un mágico y sublime manjar de reinas, princesas, damas de palacio… hadas, duendes, gnomos sonrientes del bosque, así como de los hombres del campo? Aquí tienes la receta mágica para hacer realidad este bello sueño otoñal… el marron glacé!

Mientras los preparas, por qué no escuchar esta bella canción…

The Autumn Leaves (Nat King Cole, 1946)

Los Marron Glacé son las castañas glaseadas o castañas confitadas, un dulce considerado una exquisitez para las damas florentinas y venecianas del Renacimiento. Este dulce tiene sus antecedentes en las frutas confitadas de la Antigua Grecia, cuando conservaban los alimentos, como los higos, en unas ánforas con miel. La elaboración de estas castañas glaseadas es larga y requiere mucho mimo. Se empieza pelando las castañas completamente, para lo que se pueden escaldar previamente y después se cuecen en un almíbar hecho con agua y azúcar en las mismas proporciones además de vainilla para aromatizar. Esta cocción se realiza varias veces, se cuece cinco minutos, se deja enfriar, se vuelve a cocer y así hasta obtener el Marron Glacé.

 


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