Entre todos los monstruos que la mente humana ha sido capaz de imaginar después de una indigestión de garbanzos, los vampiros han sido uno de los más terroríficos que han habido. Su nocturnidad, alevosía, su aversión a la luz y, sobre todo, su necesidad de chupar sangre de los humanos, ha hecho que las noches oscuras y sin Luna sean, para las almas especialmente sensibles, un foco de temibles imaginaciones. No obstante, no todo es imaginación, ya que detrás de todo mito, detrás de todo monstruo, siempre hay algo de verdad y, tras los vampiros, no iba a ser menos. Ese "algo" de verdad que se encuentra en los vampiros es real y se llama " porfiria".
La porfiria (o también denominada "Enfermedad del Rey Jorge", porque la padecía el rey Jorge III de Inglaterra) es una enfermedad genética hereditaria muy rara que afecta a las enzimas con las que se genera la hemoglobina -es decir, la sangre- causando toda una serie de trastornos metabólicos que, en los casos más duros, producen síntomas que, para alguien profano en la materia, pondrían los pelos de punta y haría pensar más en fenómenos de ultratumba que en una mutación del ADN.
En esta enfermedad, por un mal funcionamiento de las enzimas que afectan al grupo hemo de la hemoglobina, se genera una superproducción de las llamadas porfirinas. Estas porfirinas son, estrictamente, las encargadas de recoger el oxígeno y de dar color a la sangre (de aquí lo de "porfirinas", del griego "porphura", que significa "púrpura") y si bien el cuerpo las produce en gran cantidad en la médula osea y en el hígado para poder generar sangre en cualquier momento, un exceso de ellas puede llegar a ser fatal.
De esta forma, el cuerpo, al generar porfirinas, pero no ser utilizadas, comienza a depositarlas por todos los tejidos corporales, a la vez que el individuo se ve afectado de una fuerte anemia por no poder crear la hemoglobina correspondiente. Ello hace que quien padece de porfiria tenga una tonalidad muy extraña entre el rojo de las porfirinas depositadas en la piel y el blanquecino de la anemia, al que se ha de sumar un efecto secundario de las porfirinas: reaccionan a la luz.
Esta reacción a la luz, hace que las porfirinas liberen ingentes cantidades de oxígeno libre, que provoca quemaduras en las capas superficiales de la piel, pudiendo llegar a deformarla hasta el punto de desfigurar la cara de los afectados. Ello determina que, quien padezca de porfiria, tenga que evitar la luz solar como sea y tenga unos hábitos, preferentemente nocturnos. Pero no todo acaba ahí.
Efectivamente, los afectados de porfiria aguda, al ver afectados multitud de órganos internos pueden tener desde insuficiencias respiratorias, cirrosis hepáticas que desemboquen en cáncer de hígado, así como alteraciones psicológicas graves fruto de la obligada reclusión, la falta de vitaminas procedentes de la síntesis del sol por la piel y del rechazo social de la enfermedad. Y si esto es hoy... ¿cómo sería la vida de los afectados de porfiria en siglos anteriores? Pues tiemble... literalmente.
Si bien los orígenes bioquímicos de la enfermedad se conocen desde 1874, la enfermedad ya fue reconocida por Hipócrates hacia el 400 a.C., pero claro... ello no significa que la gente supiera lo que realmente pasaba.
Si durante la Edad Media, alguien tenía la tremenda suerte de padecer porfiria aguda (vale la pena destacar que hay muchos grados de afectación, desde la asintomática a la aguda), se le deformaba la piel por las quemaduras, estaba blanco como la leche, y era -por fuerza- de hábitos nocturnos, la gente ignorante pensaría de todo... y nada bueno. Si a esto le añadimos el hecho de tomar sangre de vez en cuando -actualmente se sabe que no es muy efectivo, porque se digiere, pero una cierta parte pasaría por capilaridad y ayudaría a sobrellevar la anemia-, y le añadimos unas gotas de misterio nocturno y fervor religioso, el mito del vampiro lo tendríamos servido en bandeja.
En definitiva, que el mito de los vampiros, no sería más que la deformación calenturienta de los miedos humanos ante una enfermedad desconocida, pero cuyos efectos son absolutamente desastrosos para la desgraciada persona a la que le ha tocado recibirlos. Solo faltó el toque literario de Bram Stoker a las tradiciones orales de los vampiros para generar el vampiro más malo de todos los tiempos: Drácula.
Lastima que, en toda esta historia, lo realmente peligroso sea, como siempre, la ignorancia.
Y a esa sí que hay que clavarle una estaca.