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Mariadela Linares
No creemos que nuestros indios, humildes, contemplativos de la naturaleza, sin ansias de expansión territorial y de hacerse de lo que no les era propio, se parezcan en nada a lo que somos hoy en día.
Hemos sido colonizados por el consumismo y desgraciadamente nos sobra el dinero para hacerlo. Hasta presumimos de ello, en lugar de que nos dé vergüenza lo poco que hemos logrado desarrollarnos, en el siglo que ha transcurrido desde que el llamado oro negro fue descubierto en nuestro subsuelo. La echonería y la viveza son dos fardos que no tienen color político. Los tenemos instalados en el cerebro.
Como buena colonia gringa que somos le rendimos culto al beisbol. Mientras el fútbol es el único deporte universal, nosotros le dedicamos casi medio año a seguir las “hazañas” que un puñado de venezolanos, muy bien pagados, hacen en el país del norte. El beisbol de las llamadas “Grandes Ligas” (¿a cuántos países representa?) copa más de la mitad de las páginas deportivas, incluso, y eso es lo más triste, en las secciones informativas de los medios del Estado.
Los gringos hasta les cambian el nombre a nuestros peloteros y de pronto uno ve titulares que mencionan a “Car Go”, “K Rod”, “Bob”, “Tony”, “Ozzie”, por mencionar sólo unos cuantos. Y ellos contentísimos con su nueva identidad americanizada. Pero cuando algún pelotero de allá viene a jugar en nuestro campeonato, un Frank o un Joseph, ni de vaina le decimos “Pancho” o “Pepe”. No nos atrevemos a la reciprocidad en el trato.
Nos alegramos muchísimo por los logros, éxitos, premios y el platal que se ganan los venezolanos en el exterior. Si son buenos, se lo merecen. Pero ¿por qué asumirlo como si fuera el país? ¿Cuántas de esas ganancias se quedan invertidas aquí? ¿Cuántos de ellos viven en Venezuela? La llamada Serie Mundial la juegan dos equipos de dos estados gringos. ¿Qué tiene eso de mundial? Pero nos llenamos la boca porque somos un “semillero” de peloteros que se van para allá.
Lo mismo sucedió con la “vinotinto”. Gana un par de juegos y ya nos imaginamos jugando una final en un mundial contra Brasil. Pero si fallan, como suele suceder con un equipo que apenas está agarrando veteranía, los abandonamos. Ya no son “ganadores”, frase manida en el argot cinematográfico hollywoodense.
Está bien que patrocinemos a Pastor Maldonado en su incursionar en la Fórmula 1, en una escudería británica dicho sea de paso, pero de allí a creer que el muchacho está a punto de emular a un Ayrton Senna hay un trecho enorme. Imaginamos la presión patriota que debe sentir el jovencito cada vez que se pone frente al volante.
Pasaron unas cuantas décadas de trabajo incesante antes que el Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles pariera un Gustavo Dudamel. Deberíamos contar, en el deporte, con un sistema similar, con muchísimas canchas de todos los deportes repartidas en el país, y la paciencia y la humildad suficientes para esperar a que nazcan nuestras estrellas y brillen en suelo patrio.
[email protected] La echonería del venezolano." />