Revista En Femenino
La ventaja comparativa de las mujeres en las tareas domésticas se ha tomado como punto de partida para el análisis anterior de la entrada anterior de esta serie en términos de inversión en capital humano. No tendrá las mismas implicaciones para las políticas en favor de la igualdad entre los sexos el hecho de que esta decisión se haya tomado de manera voluntaria o involuntaria.
Hay, al menos, tres maneras en las que esta especialización puede haberse realizado de manera involuntaria. La primera y más obvia se debe a las diferencias biológicas entre los sexos. El hecho de que la maternidad y la alimentación del recién nacido (en una de sus opciones) estén determinadas biológicamente constituye una fuente innata de ventaja comparativa en ciertas labores que se realizan fuera del mercado de trabajo. Una segunda se refiere a las decisiones tomadas durante la minoría de edad de las mujeres. Por una parte hay decisiones no tomadas por ellas mismas, como es el tipo de educación a la que son expuestas en la infancia. Por otra parte las mujeres adultas deben estar protegidas de decisiones tomadas en épocas tempranas, cuando las preferencias de los niños sobre ciertas materias no se consideran relevantes por chocar con las preferencias del yo-adulto, que son las que deben ser respetadas. En la medida que estas decisiones no concuerden con las que hubiera tomado la mujer con sus preferencias de adulta sobre su educación, (o en la medida que esta diferencia sea mayor que para el caso de los hombres), las condiciones iniciales de cara a seguir una carrera profesional pueden ser desventajosas (de manera involuntaria) para las mujeres. Éste sería un caso de discriminación, incluso entendida en su sentido más estricto.
Una tercera causa de especialización involuntaria se puede encontrar apelando a fallos de información sobre las alternativas reales presentes y futuras. Por ejemplo, si los cambios sociales favorables a la integración de las mujeres en el mercado de trabajo, o la disponibilidad de bienes y servicios que faciliten las tareas domésticas no son correctamente anticipados en su magnitud o en la rapidez de su desarrollo, las mujeres que hayan decidido una menor inversión en capital humano orientado al mercado se encontrarán en una situación ex-post muy desfavorable. No es inmediato que el criterio de eficiencia implique que deban ser las mujeres las que paguen este tipo de errores de previsión (que pueden tener hombres y mujeres, pero que afectan más a las mujeres). Los miembros de la sociedad pueden ganar si se aseguran contra este tipo de eventualidades.