Indudablemente, la presencia del capital extranjero en la economía española ha aumentado mucho desde que estalló la actual crisis. Fondos más o menos buitre sobrevuelan el sector inmobiliario y cualquier otro sector devaluado, como el de las energías renovables, que pueda proporcionarles lucrativos beneficios a medio plazo. Hasta el sector financiero está cayendo en sus manos: Banco de Santander, Bankinter y el Banco Popular, cuyo valor en bolsa ha descendido mucho, tienen ya más de un 30% de capital extranjero en su accionariado. En el caso del BBVA, este porcentaje se eleva hasta el 52,3% a finales de 2013[1]. Bankia ha subido en sólo nueve meses del 3,8% al 19,3%[2].
El hundimiento del país que aspiraba a ser la séptima potencia del mundo ha llevado a España al grupo de los “países periféricos” de Europa. El control que sobre su economía ejerce el capital imperialista extranjero aumenta progresivamente, reproduciéndose una vez más el proceso que se viene registrando desde mediados del siglo XIX. Efectivamente, tras las etapas de expansión internacional, desarrolladas en contextos de intenso crecimiento económico en el interior, viene siempre una profunda crisis; y con la crisis se agudiza la dimensión semicolonial de la economía española al aprovechar el capital extranjero la debilidad del capital autóctono y la agónica situación de la hacienda pública.
La dimensión semicolonial de la economía hispana nunca ha dejado de manifestarse; ni en los períodos de crecimiento ni en los de crisis. De hecho, los períodos de crecimiento casi siempre son resultado de la afluencia masiva de capitales extranjeros, con la excepción de la etapa de intenso crecimiento que tuvo lugar durante los años de la primera Guerra Mundial.
En estos períodos de crecimiento, la penetración del imperialismo extranjero tiende a producir un cierto efecto de arrastre sobre un capital autóctono que se desarrolla al calor suyo (capital burocrático). La oligarquía hispana, animada por la buena marcha de sus negocios, acaba poniendo en marcha políticas expansionistas en el exterior, con la intención de aumentar sus beneficios y ganar posiciones en el contexto internacional. Sin embargo, el estallido de la crisis profunda que, tarde o temprano, siempre acaba por llegar, pone fin a los sueños imperiales. El país queda postrado y los capitales extranjeros aprovechan para aumentar el control que ya tenían sobre la economía nacional.
Desde mediados del siglo XIX —para no remontarnos ahora a los siglos anteriores— viene manifestándose este proceso. En la España actual podemos también reconocerlo.
Durante los años cincuenta y sesenta se agudiza el proceso de penetración del imperialismo norteamericano en la economía española, sobre todo tras la firma en 1953 del Convenio defensivo, de mutua defensa y ayuda económica entre EEUU y España, que abrió las puertas a la presencia militar directa de los Estados Unidos en España. Tras la firma del acuerdo se construyen las bases aéreas de Zaragoza, Torrejón de Ardoz y Morón de la Frontera, y la base naval de Rota, en Cádiz. A cambio de un poco de ayuda económica, el acuerdo ponía un país hundido como España al servicio de los intereses militares y económicos de la que sería nueva superpotencia mundial.
En 1959 el colapso económico del régimen de Franco da lugar a la aprobación —acordada con el FMI y la OECE— de un plan de rescate económico para España (Plan de Estabilización), que flexibiliza en gran medida las restricciones a la inversión extranjera y repatriación de beneficios que se habían puesto en marcha en el período autárquico. Entre 1959 y 1960, la Inversión Extranjera Directa en España se septuplicó, pasando de los 12 millones de dólares de 1958 a los 86 millones de 1960. Entre el 40 y el 60% de esta IED corresponderá al capital estadounidense. En segundo lugar figuraban las inversiones suizas, que realmente eran, en muchas ocasiones, inversiones de capitales igualmente norteamericanos. En 1967, el Departamento de Comercio de los Estados Unidos publicó un informe en el que se decía que “España ofrece oportunidades únicas a las empresas extranjeras”.
En los años setenta, sin embargo, la presencia del capital norteamericano comienza a disminuir, siendo reemplazada por la llegada cada vez mayor del capital europeo, principalmente de Francia y Alemania, que van tomando posiciones de cara a la posterior entrada de España en la CEE. Independientemente del volumen de estas inversiones —que fue grande—, lo que se trata de comprender es que fueron las que impulsaron el crecimiento del capitalismo español en todas y cada una de las etapas expansivas que se vivieron en el país, con la excepción ya comentada de los años de la primera Guerra Mundial.
Las inversiones extranjeras, tanto en forma de Inversión Extranjera Directa (IED) como de transferencia tecnológica o financiera, fueron la base en la que se sustentó el desarrollismo de los años sesenta. Sólo la IED recibida ascendió entre 1960 y 1970 desde los 86 millones hasta los 222 millones de dólares, lo que permitió que se registrara en España un elevado crecimiento anual del 7% durante la década.
Luego estalla la crisis y se produce, en 1975, un fuerte descenso de la afluencia de IED que dura sólo unos pocos años, para comenzar de nuevo a ascender a partir de 1977, puesto que las crisis generan siempre numerosas oportunidades e incluso gangas que el capitalismo extranjero no puede dejar de aprovechar, en su intento por recuperarse de la profunda crisis en que había entrado durante los años anteriores. De este modo, entre 1977 y 1980, cuando el PIB español caía en picado hasta llegar al crecimiento negativo y las cifras de desempleo no paraban de crecer, la llegada de IED extranjera a España se multiplica por 2,5, pasando de los 607 millones de dólares de 1977 a los 1.492 de 1980, tendiendo a estabilizarse hasta mediados de la década, precisamente cuando el PIB comienza a remontar. O sea, que el imperialismo extranjero, principalmente europeo, aprovechó el peor momento de la economía española para reforzar considerablemente su control sobre la misma.
Posteriormente, a mediados de los años ochenta se inicia un nuevo ciclo económico en el país. Efectivamente, con la entrada de España en la CEE —en verdad, un año antes, en 1985— comienza una nueva etapa de gran crecimiento, superándose la profunda crisis que se desarrolla desde mediados de los setenta hasta mediados de la década siguiente.
Este crecimiento fue impulsado, una vez más, por el capital extranjero, principalmente europeo. Estos capitales aumentan considerablemente su afluencia hacia España, tanto a través de la IED como de las ayudas europeas a la convergencia o de los préstamos a bancos y cajas de ahorros obtenidos en el mercado interbancario, principalmente de Frankfurt, que presentaba exceso de liquidez y necesitaba mercados en los que invertirse. Estas ayudas y préstamos en el interbancario, más que alimentar, podemos decir que hicieron posible el tránsito que tiene lugar a partir de los años ochenta desde la economía industrial que se había impulsado en los años del desarrollismo hacia la nueva economía basada en la construcción y el turismo en la que se basará el segundo milagro económico español.
Atendiendo sólo a la IED —sin contar, por tanto, lo que llegó vía ayudas o préstamos y las inversiones de cartera— el stock de inversiones extranjeras en la economía española se multiplicó por 13, pasando de los 5.000 millones de dólares de 1980 a los 66.000 millones de 1990. En 2002 era de 156.000 millones de dólares y en 2012, en la crisis más profunda de la historia de la España democrática, el capital extranjero invertido directamente en la economía española alcanzaba ya los 634.000 millones de dólares, lo que representa el 46,97% del PIB nacional. Por tanto, entre 1980 y 2012, el stock de la IED en España se ha multiplicado casi por 127. En 1973, el capital extranjero está presente en el 31,1% de las grandes empresas españolas. En el año 2000 este porcentaje había subido hasta el 54,1%[3]. En el sector industrial, el número de empresas extranjeras representa sólo el 1,75% del total del sector, pero suyo es cerca del 40% del negocio. De hecho, durante la actual crisis, el número de empresas extranjeras en la industria de España ha aumentado un 29% pese a que el número total de industrias se ha reducido en más de 20.000, perdiéndose casi un millón de empleos (el 29,5% del total en el sector) a la altura de 2014. Una vez más se advierte como el imperialismo extranjero aprovecha la crisis económica de España para aumentar su penetración económica en el país. Según la Encuesta sobre Estrategias Empresariales, el 55% del empleo de la industria química ha sido generado por empresas multinacionales extranjeras; el 63%, de la industria del motor, y el 24% de la industria metalúrgica[4]. En la importante industria alimentaria, seis de las diez empresas más grandes estaban, en 2010, en manos de capital extranjero y la penetración no ha hecho sino aumentar, incrementándose al mismo tiempo el riesgo de la deslocalización:
“Entre 2001 y 2009, Unilever ha cerrado seis fábricas en España y ha despedido a 2.400 trabajadores. El 70% de su producción la realiza ya fuera. El año pasado la estadounidense Kraft vendió la fábrica de Mahón (Menorca) a Nueva Rumasa. Ahora, la legendaria marca española El Caserío se fabrica en Bélgica. En 2008, Cadbury cerró la fábrica de Trident en Barcelona, dejando en la calle a 250 trabajadores, para irse a producir a Polonia. Y la lista sigue”[5].
Las empresas extranjeras instaladas en España lideran claramente los sectores más innovadores y tecnológicos de la economía del país. Entre las más grandes figuraban, en 2005, 21 francesas, 17 estadounidenses, 11 alemanas, 7 británicas y 2 franco-alemanas. El capital francés se ha ido concentrando en las empresas de distribución (Altadis, Carrefour, Dia, Alcampo, Leroy Merlin, Decathlon, etc.), en la industria del automóvil (Renault, Peugeot Citröen), seguros (Axa), alimentación (Danone), telecomunicaciones (Alcatel), cosmética (L’Oreal), etc. El imperialismo alemán, por su parte, se ha concentrado también en la industria automovilística (Volkswagen Audi, Mercedes Benz), en la distribución (Lidl, Makro, Media Markt-Saturn, Aldi), el turismo (TUI AG), la industria farmacéutica (Bayer), seguros (Allianz, DKV), calzado (Adidas), etc. Los norteamericanos tienen también una presencia muy importante, sobre todo a partir de la segunda mitad de los noventa, cuando han comenzado a recuperar parte del peso que alcanzaron en los años cincuenta y sesenta. Los sectores en los que predominan son el petróleo (Gulf Oil, Standard Oil), industria automovilística y de tractores (General Motors, Chrysler, John Deere), bebidas (Coca-Cola, Pesicola, etc.), industria química, farmacéutica, etc. El capital británico mantiene también importantes posiciones en telefonía (Vodafone), petróleos (BP), farmacéuticas, etc., a lo que se suman las crecientes inversiones de sus fondos de inversión.
A la Inversión Extranjera Directa hay que sumar también, por lo tanto, las inversiones de cartera, que han aumentado considerablemente — y más aún durante la actual crisis— la desnacionalización de las más importantes empresas españolas. Por ejemplo, casi un 52% de las acciones de la petrolera REPSOL están en manos del capital extranjero[6] y lo mismo sucede con otra de las grandes: el BBVA. En 2008 declaraba el ministro socialista de Industria, Turismo y Comercio que la “españolidad” de una compañía se definía “como una situación en la que los accionistas españoles tienen, al menos, el mismo porcentaje de representación en el accionariado que los accionistas extranjeros“. Desde ese razonable punto de vista, ni REPSOL ni BBVA son ya empresas españolas. Tampoco lo es ENDESA, la principal compañía eléctrica de España y una de sus principales multinacionales. En febrero de 2009, la eléctrica italiana ENEL, participada por el Estado italiano, se hizo con el 92,06% de sus acciones. Por su parte, la petrolera CEPSA pasó, en 2011, a ser propiedad del International Petroleum Investment Company (IPIC), constituida por el Gobierno del Emirato de Abu Dhabi.
En 2009 el capital extranjero —que a comienzos de la crisis controlaba ya el 36,8%— llega a poseer el 40,1% de la Bolsa española, marcando así un record histórico. Siguiendo el criterio del ministro, estamos sólo a 10 puntos de perder la españolidad de la propia Bolsa, mirada globalmente. Ciertamente, “las empresas españolas están baratas y en el punto de mira de los cazadores de gangas” puesto que su valor en bolsa ha llegado a ser inferior al valor de sus activos. Incluso las grandes “constructoras”, que siempre han tenido una escasa participación de capital extranjero, comienzan a ser objeto de su interés. En 2013, por ejemplo, Bill Gates compra el 6% de Fomento de Construcciones y Contratas (FCC), convirtiéndose en su segundo accionista más grande, tras Esther Koplowitz:
“España está barata y por tanto, está en venta como consecuencia de la caída experimentada en bolsa en los últimos cinco años y sus cotizadas están, como se dice vulgarmente, a tiro de OPA”
“En un futuro relativamente corto, muchos bancos, como consecuencia de su obligada política de desapalancamiento, se van ver obligados a deshacerse de la mayor parte de sus participaciones empresariales en compañías del Ibex 35 como Telefónica, Iberdrola, Repsol, Abertis, BME, Mapfre o Indra y no parece arriesgado afirmar que estas compañías van a tener pronto otros compañeros de viajes distintos de los actuales y que éstos serán de capital extranjero, dada la ausencia de ahorro interno lo que hace inviable que muchas empresas españolas formen parte de esa especie de timba que muchos analistas vislumbran, aunque alguna está en disposición de participar en la partida”[7].
De hecho, los principales dueños de la Bolsa española son ya las gestoras de fondos de inversión, que controlan más del 12% del mercado bursátil. Destacan entre ellas la norteamericana Blackrock (Telefónica, Iberdrola, Repsol, BBVA, Santander, Inditex), el banco noruego Norges (prácticamente en las mismas empresas que Blackrock más Abengoa), la francesa Lixor, del Société Générale, la estadounidense The Vanguard, el francés Amundi, etc. En la prensa se comienza a hablar de “colonización económica extranjera”[8].
Por lo tanto, las cifras no dejan lugar a dudas. En la España actual ha tenido lugar un progresivo aumento del control que sobre la economía nacional ha venido ejerciendo el capital imperialista extranjero desde el siglo XIX, llegando en este momento de crisis profunda al nivel más elevado de nuestra historia contemporánea.
Además de la importancia de la IED y de las inversiones de cartera, el dominio del capital extranjero sobre la economía española aumenta su dimensión si tenemos en cuenta la transferencia de tecnología. España es uno de los países desarrollados más dependientes de la tecnología extranjera. Efectivamente, “la economía española es tributaria del capital y del saber hacer de las empresas extranjeras”[9]. Los datos del comercio exterior de productos de alta tecnología lo reflejan claramente. En 2008 España exporta productos de alta tecnología por valor de 7.841,8 millones de euros e importa por valor de 27.851,9 millones. De hecho la Tasa de cobertura (porcentaje de importaciones que pueden pagarse con las exportaciones realizadas en un período de tiempo) de este tipo de mercancías viene experimentando una tendencia a la disminución. En 2005, la tasa fue del 37% mientras que en 2008 había descendido hasta el 28%, lo que indica que el país es cada vez más dependiente tecnológicamente. Igual que en el pasado, España importa mucha tecnología y exporta poca, en contra de lo que sucede en los países más desarrollados. Sólo con la caída de la demanda interna derivada de la crisis económica y no por el esfuerzo de España en I+D —que de hecho se ha reducido—, la tasa de cobertura de productos de alta tecnología ha podido aumentar hasta el engañoso 49% de 2011.
Vemos, por tanto, que el capitalismo español no ha perdido en la época de la España modernizada y democrática el carácter semicolonial que lo ha venido caracterizando casi desde su nacimiento en el siglo XIX. El Alto Comisionado del Gobierno para eso que han dado en llamar la Marca España ha afirmado recientemente que
“España es un país que desde que existe como Estado moderno ha requerido el concurso de capital extranjero para financiar la gigantesca colonización de América, las guerras en suelo europeo o el crecimiento económico desde la incipiente revolución industrial del siglo XIX hasta el posterior desarrollo del siglo XX tras el enorme drenaje de fondos que supuso la Guerra Civil.
La inversión extranjera en España ha jugado siempre un papel importante evitando en muchos casos el estrangulamiento que nuestra falta de recursos propios de capital habría ocasionado. Puede afirmarse, sin temor a caer en exageraciones, que el desarrollo económico y social de España no hubiese sido posible sin la contribución de la inversión extranjera.
“Hoy España, la Marca España, no puede entenderse sin la decisiva aportación que ha supuesto la inversión extranjera al desarrollo, internacionalización, innovación y mejora de la competitividad de nuestra economía”[10].
Se lamentaba —además— el Alto Comisionado, marqués de Valtierra desde 1985, de que “tanto la literatura económica española como la opinión pública, o no se han interesado o no conocen suficientemente el papel que ha jugado en nuestro bienestar y en nuestra competitividad” el capital extranjero[11]. Es cierto. Durante varias décadas ha sido necesario ocultarlo para defender la “normalidad” del desarrollo histórico del país, frente a la “particularidad” que siempre señaló el pensamiento marxista. Y es lógico que así se haya hecho, pues no parece muy “normal” un capitalismo que, por falta de recursos propios, era incapaz de desarrollarse sin la masiva afluencia del capital extranjero. Desde luego, a nadie se le ocurriría afirmar lo mismo del capitalismo británico, francés, alemán o norteamericano, pese a la importancia que la inversión extranjera pueda tener en esos países en el actual estadio de la economía mundial. El capitalismo en todos esos países se desarrolló basándose en sus propios medios, en la acumulación de capital de su propia burguesía. No fue ese el caso de España porque aquí se desarrolló un capitalismo “extraordinariamente dependiente del capital extranjero”, o sea, un capitalismo burocrático. Que el marqués de Valtierra lo reivindique no es de extrañar puesto que representa a una oligarquía que siempre prosperó al calor de las inversiones del imperialismo extranjero, con el que desde el principio se alió para el común saqueo de los recursos naturales y humanos del país. No puede estar más claro, sin embargo, que si los capitales extranjeros son los principales responsables del “desarrollo económico y social de España” —lo cual es cierto—, también tendrán una gran responsabilidad en la crisis profunda del modelo de crecimiento económico que impulsaron en el país. Al igual que la tiene la oligarquía a la que representa el marqués de Valtierra.
¿Cómo es posible que un capitalismo de ese tipo, que no podía entenderse sin la participación decisiva de la inversión extranjera, haya desarrollado una importante dimensión imperialista durante los años noventa, hasta el punto de que el país se convierte en uno de los mayores inversores extranjeros en regiones como Latinoamérica, disputándole la hegemonía a los mismísimos Estados Unidos?
Ciertamente, la tendencia no es nueva. De hecho, las clases dominantes españolas siempre han intentado aprovechar los momentos de expansión económica en el interior —vinculados a la afluencia masiva de capitales extranjeros— para poner en marcha políticas expansionistas en el exterior. Pero tras estos períodos de expansión económica, política y militar en el exterior, venían siempre profundos hundimientos que acababan en un mayor sometimiento de la economía del país a los capitalistas extranjeros. Esto mismo sucederá en la etapa histórica actual.
Los primeros intentos de proyección internacional de la economía española se registraron durante los años sesenta, principalmente en torno a 1964-1965, en un contexto de gran crecimiento interno impulsado por la afluencia masiva de capital extranjero, sobre todo del norteamericano. El intento de expansión se dirigió hacia América Latina y se materializó, no sólo en un aumento de la exportación de mercancías desde España, sino también en la exportación de capitales (IED), tendencia que se acentuó a principios de los años setenta. En aquellos años España conservaba aún los territorios coloniales africanos del Sáhara español, Sidi Ifni y Guinea Ecuatorial. Posteriormente, durante los años ochenta, las relaciones económicas de España se dirigen principalmente al continente europeo, reduciéndose los vínculos con Latinoamérica.
Pero habrá que esperar hasta la década de los noventa para que se inicie el proceso de expansión de las grandes empresas monopolistas españolas fuera de nuestras fronteras, un proceso que alcanza una dimensión verdaderamente importante durante la década del 2000. Antes de los años noventa prácticamente no existían inversiones directas de capital español fuera del país, tras el desastre que supuso la aventura colonialista en África. Así de reciente es, realmente, nuestra historia de moderno país imperialista.
En la primera etapa, el grueso de las inversiones se orientó hacia Latinoamérica. La vía utilizada no fue tanto la creación de nuevas empresas —lo que no concordaba demasiado con la aversión al riesgo de la aristocracia financiera hispana— sino la adquisición de empresas ya existentes que disfrutaran de una posición hegemónica o incluso monopolista en el mercado del país receptor. Para ello aprovecharán, en un primer momento, la política de fuertes privatizaciones de empresas estatales que estaban llevando a cabo los países latinoamericanos en aquellos años. Se invierte principalmente en el sector de la energía, finanzas, telecomunicaciones e infraestructuras, siendo muy escasa la inversión en industria manufacturera y metalúrgica, a diferencia de lo que sucede con la IED extranjera en España.
Las empresas españolas se orientan hacia “sectores ocupados históricamente en España por grandes empresas públicas en régimen de monopolio y otras privadas que actuaban en régimen de oligopolio”, buscando condiciones similares en los países destinatarios de su inversiones de capital[12]. Las inversiones en cartera se desarrollan principalmente entre 2003 y 2006, centrándose principalmente en el sector bancario.
En una segunda fase del proceso de internacionalización, la IED española se va orientando hacia la Unión Europea y se diversifica algo más, llegando en 2009 a representar el 60% del stock total de IED emitida por España.
Para entender la expansión internacional del capitalismo hispano que tiene lugar a partir de los años noventa, hay que tener en cuenta que dicha expansión se produce en el contexto de la etapa de gran crecimiento que se iniciaba en aquellos años. Desde mediados de esa década, la economía especulativa que se desarrollaba en España torno al sector de la construcción llega a límites desconocidos hasta ese momento en Europa, generándose la gigantesca burbuja inmobiliaria que todos conocemos. Y la burbuja inmobiliaria dio lugar a la burbuja imperial.
Esta expansión no puede concebirse sin la inyección continuada de grandes volúmenes de financiación externa procedente, principalmente de Alemania, que así encontraba una forma lucrativa de invertir los excedentes de capital que acumulaba su poderosa banca. Una financiación que, además, se abarata considerablemente con la constitución de la Unión Económica y Monetaria y la introducción del euro entre 1999 y 2002.
Sin el recurso a la financiación externa, abundante y barata, que inyecta masivamente el imperialismo europeo en la economía española no se entiende el segundo milagro económico español y sin dicha financiación no se entiende tampoco la expansión imperialista española. Efectivamente, las transnacionales hispanas no contaron en ningún momento con importantes recursos propios para llevar a cabo dicha expansión. La financiación externa se materializó, por tanto, a través de préstamos de la banca europea a la banca española y de inversiones de cartera (bonos bancarios) respaldadas por activos inmobiliarios. Dicha inversión “fue clave para financiar procesos de crecimiento empresarial, incluido la implantación de las empresas españolas en el exterior”[13].
Por lo tanto, el imperialismo español fue, en cierta medida, un imperialismo de prestado, como prestada —o más bien importada— fue la tecnología que las empresas españolas utilizaron en su expansión. Pues si no tenían recursos propios, tampoco era suya —española— la mayor parte de la tecnología.
Sin embargo, tras el estallido de la actual crisis económica se hizo extremadamente complicado acceder a nueva financiación externa, dificultades que se trasladaron al mercado financiero interno. El resultado fue el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y el hundimiento de la frágil economía española.
El efecto de este hundimiento en las transnacionales hispanas se refleja en una reducción parcial de su importancia relativa en los países receptores de la IED española, por la política de desinversiones que varias compañías —por ejemplo, Telefónica— están llevando a cabo para reducir su deuda[14]. Sin embargo —y a pesar de esta relativa reducción— lo cierto es que, en líneas generales, parece que las multinacionales están consiguiendo mantener buena parte de las posiciones conquistadas en la etapa expansiva. Para financiarse en esta época de crisis no han podido recurrir, de la misma forma que antes de la crisis, al crédito bancario. Tampoco han podido recurrir a la emisión de unos bonos corporativos que ya no era posible respaldar con unos tóxicos y desvalorizados activos inmobiliarios. Por lo tanto, la emisión de acciones se convierte en la principal forma de seguir financiando la expansión exterior empresarial[15].
Y precisamente en el mercado bursátil, en la compra-venta de esas acciones, es donde se va produciendo la pérdida de la españolidad de la mayoría de estas transnacionales. O sea, que si se están manteniendo como empresas multinacionales durante estos años de crisis profunda del capitalismo español, es a costa de ser cada vez menos españolas.
Efectivamente, la estrategia del imperialismo norteamericano y europeo parece pasar, no tanto por aprovechar la crisis para desplazar a las multinacionales españolas de sus mercados exteriores, sino por aprovechar en beneficio propio las posiciones que conquistaron en esos mercados durante los años anteriores, haciéndose progresivamente con su capital social y manteniendo una nacionalidad española cada vez más ficticia[16].
Por último hay que hacer una breve mención a la balanza de rentas. En esta balanza se refleja la relación existente entre los ingresos o beneficios producidos por las inversiones españolas en el exterior, y los pagos por las inversiones realizadas en el interior (en España) por los capitalistas extranjeros. Pues bien, a pesar de los cuantiosos beneficios obtenidos por las multinacionales españolas en sus negocios en el exterior durante la primera década del siglo XXI, lo cierto es que la balanza de rentas ha sido siempre deficitaria para España[17]. O sea, que el valor de la riqueza española que han succionado los capitalistas extranjeros ha sido siempre superior a la riqueza de otros países que han conseguido succionar los capitalistas españoles.
Dicho con nuestras palabras, podríamos resumirlo así: igual que en el pasado, la economía de España tiene una tendencia semicolonial y una tendencia imperialista, y la que más pesa sigue siendo la semicolonial. Y durante la actual crisis —al igual que en las anteriores— esta dimensión semicolonial se ha venido reforzando progresivamente.
[Extraído del libro Revolución burguesa, semifeudalidad y colonialismo. Raíces históricas del atraso y la crisis de España.
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[1] Javier Mesones, “BBVA ya tiene más accionistas extranjeros (52,3%) que españoles (47,7%)”, Invertia, 14-03-2014.
[2] “Los inversores extranjeros ya tienen un 19,3% del capital de Bankia”, Expansión.com, 10-03-2014.
[3] Joan-Eugeni Sánchez, “El mercado inmobiliario y los promotores: cambios en la gran empresa inmobiliaria”, 2003.
[4] Carlos Sánchez, “Casi el 40% de la industria española está ya en manos de empresas extranjeras”,El Confidencial, 26-09-2013.
[5] Carmen Llorente, “España pierde el control de la alimentación”, El Mundo, 1-03-2010.
[6] Esto sin contar con el capital extranjero de sus accionistas principales CaixaBank y Sacyr Vallehermoso. La salida de la mexicana Pemex del accionariado no cambia esta circunstancia puesto que sus acciones van a seguir, obviamente, en manos del capital extranjero.
[7] Carlos Díaz Güell, “AT&T-Telefónica: Las empresas españolas están baratas y en el punto de mira de los cazadores de gangas”, en el blog económico Tendencias del dinero, edición nº 215, junio de 2013.
[8] Isabel Ordóñez, “La colonización extranjera de la economía española”, Forum-Libertas.com, 1-09-2010.
[9] Adoración Álvaro, Nuria Puig y Rafael Castro, “Las empresas multinacionales extranjeras en España”, 2008.
[10] Deloitte, “La inversión extranjera en España y su contribución socio-económica”, 2014, p. 4.
[11] Ibíd…, p. 5.
[12] Ramón Casilda Béjar, “La década dorada 1990-2000. Inversiones directas españolas en América Latina”, 2002.
[13] Emilio Ontiveros y Sara Baliña, “La internacionalización de la economía española”, 2012, p. 133.
[14] “Telefónica vende activos en Centroamérica para reducir la deuda”, El País, 30-04-2013; “Telefónica vende su filial en Irlanda por 850 millones a Hutchison Whampoa”, El País, 24-06-2013.
[15] Emilio Ontiveros y Sara Baliña, op. cit., p. 136.
[16] El periodista económico Carlos Díaz Güell señala en un interesante artículo que una de las condiciones que el capital extranjero valora más positivamente a la hora de invertir en acciones de grandes empresas españolas es precisamente “que tengan un elevado porcentaje de internacionalización” (Carlos Díaz Güell, op. cit.).
[17] Emilio Ontiveros y Sara Baliña, op. cit., p, 137.
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