Modesto Emilio Guerrero
Desde aquel 16 de diciembre de 1998 cuando el apenas electo Hugo Chávez proclamó en Buenos Aires que el Mercosur sería el destino comercial de su gobierno, hasta julio de 2013, en que su continuador Nicolás Maduro asumió la presidencia pro témpore del bloque, pasaron 15 años de cambios tectónicos en el continente. Uno de ellos es que el Mercosur, nacido neoliberal en 1991, y en buena medida tributario de ese esquema de dominación hasta hoy, acomoda sus instituciones a los nuevos tiempos. Pero aquel diciembre de 1998 fue llamativo el asombro de los periodistas reunidos en el Aeroparque cuando el Comandante declaró que su objetivo era meter de cabeza a Venezuela en este bloque. Muchos se preguntaron si no había leído los diarios del día o si estaban frente a un político decidido a enfrentar huracanes y desafiar los peores escenarios de un acuerdo por el que nadie daba ni un centavo. Apenas 17 días después de aquel encuentro, Brasil devaluó su moneda, el real, en 16%. Con esa medida defensiva respondía a una depreciación escandalosa del 61% de su valor relativo en el mercado real, por la pérdida de 21.500 millones de dólares en las reservas, entre otras causas. La debacle del Mercosur se hizo incontenible. Antes y después de esa fecha las fronteras comerciales se cerraron sobre sí mismas, demostrando el carácter estrictamente comercialista del bloque y la ausencia de una vocación elemental integracionista. La crisis provocada por la devaluación brasileña fue tal, que hasta sus oficinas dejaron de funcionar en Montevideo. A nadie le interesaba el Mercosur, excepto a algunos empresarios que medraban en la quiebra y a quienes cubríamos el curso de aquel drama. Ese mismo año, 1999, fue el tránsito de la Argentina a su recesión más aguda desde 1973. La caída de De la Rúa y sus cinco sustitutos dejaron sin aliento a una economía basada en una caja de conversión ilusoria, que en menos de 10 días debió agujerear su moneda en más del 300%. El Mercosur dejó de ser, incluso, el “Mercosur de los negocios”, como lo había denominado, con sinceridad, la consultora mundial D&T. ¿Como se le ocurría al atrevido bolivariano decir en aquella rueda de prensa de 1998 “nos proponemos ser el eje energético del Mercosur”? Hubo algo más racional que la adivinación o la buena suerte histórica para aquel atrevimiento inesperado. Chávez y su equipo de entonces tenían claras dos coordenadas básicas cuando pasaron por Brasilia y Buenos Aires. La estructura monoproductora de la economía de Venezuela, y las de Argentina y Brasil, con desarrollo industrial intermedio, son complementarias, con escaso rango de competencia. Podían ser un buen matrimonio entre demanda y oferta. Esto explicaba el deseo bolivariano de ser el “eje energético” del bloque, un rol geoestratégico confirmado en 2007 en España por la presidenta Cristina Fernández cuando le dijo a las recelosas multis europeas: “La ecuación suramericana no funciona sin Venezuela”. La segunda coordenada manejada en 1998, era la esclerosis mortal de la Comunidad Andina, un dato que empujaba al país más hacia el sur, único camino regional para alejar a Venezuela del control estadounidense. Lo demás vino por añadidura y un largo tejemaneje diplomático que conllevó a varias crisis con los parlamentos de Uruguay, Brasil y finalmente con el de Paraguay, resuelto involuntariamente por un golpe institucional que se volvió contra los golpistas, por lo menos dentro del bloque sureño. Paraguay deberá someterse a la presidencia pro témpore que menos esperaba. Quince años después, Maduro confirma que Chávez tuvo razón en recostarse al Mercado Común del Sur. En la nueva geopolítica continental abierta con la ruptura de la bipolaridad, el surgimiento de la UE y los emergentes Brics, el Mercosur era la opción más adecuada para buscar un camino económico más independiente. El origen neoliberal del Mercosur se ha modificado algo con los cambios internos en la Argentina y Brasil. Desde 2003 vive una mutación que la mantiene a medio camino entre un bloque comercialista tradicional, y otro donde el Estado comienza a pesar un poco más. El ingreso de un Estado como el bolivariano lo pondría a prueba. Aunque el resultado de esa prueba podría, también, volverse contra los destinos de la revolución bolivariana. En términos económicos y comerciales, el Mercosur va un paso adelante al Pacto del Pacífico, con mecanismos de intercambio aceitados en más de dos décadas. De hecho, se transformó en un factor de atracción para economías vecinas más débiles como las de Bolivia, Ecuador, Guyana y otras, que buscan en este bloque, lo que no encuentran en las subregiones a las que pertenecen. Pero también para otros bloques comerciales y economías lejanas, que ven en el Mercosur una opción de mercado. Es una tendencia similar a la ocurrida con pequeños países de Centroamérica y Caribe respecto de PetroCaribe. Con diferencias: el Mercosur es un mercado gigantesco cuyo peso relativo se mide más por los negocios y el tamaño de sus inversiones, mientras que PetroCaribe, siendo un acuerdo energético, tiene desde su comienzo un rasgo antiyanqui, que el Mercosur no puede registrar.Aunque el Mercado Común del Sur “no lo quiera”, el actual juego internacional de poderes empuja a este espacio comercial hacia políticas de relativa autonomía y defensiva. Las recientes reacciones de los gobiernos de Brasilia y Buenos Aires contra la prepotencia imperial de Estados Unidos, sus sistemas de vigilancia y la sumisa Europa castigando a un presidente indígena, señalan una tendencia que no estaba pautada en ambas agendas. Cuatro líneas de tensión determinan este nuevo escenario. Ni la Unión Europea pudo avanzar más, en 12 años de negociaciones irresolutas, para pactar un acuerdo de libre comercio y transacciones de servicios con el Mercosur, ni Estados Unidos tiene la capacidad de fraccionar el bloque, ofreciéndoles a Paraguay y Uruguay las ventajas relativas que les provee el Mercosur en sus actuales condiciones. De hecho, ambas economías dependen de este mercado, varias veces más que de cualquier otro espacio comercial extrabloque. Irse sería el peor de sus negocios, aunque sea el mejor de sus deseos. Por último, el Mercosur tendrá que asumir nuevos roles diplomáticos si quiere sobrevivir como bloque comercial. Esto se anuncia en la tendencia inevitable de la Unasur a paralizar sus decisiones, frente a agresiones de Estados Unidos. La orden emitida por la Secretaría Administrativa del bloque en Montevideo, al convocar este jueves pasado, a todos sus embajadores en Europa, para revisar la agresión a Evo Morales, contrasta con las tibias declaraciones de Chile, Perú y Colombia por el caso Evo Morales. Unasur no tiene destino independiente. El Mercosur podría. Allí, exactamente en ese punto de la relación de fuerzas, nace el desafío/oportunidad del gobierno de Nicolás Maduro. O se apoya en su nueva posición dentro del Mercosur para acelerar el cambio de la economía rentista venezolana de manera radical, y en el tiempo más corto, o los gigantes corporativos del Mercosur se comerán a la economía venezolana y la oposición derechista venezolana hará su festín en tres o seis años. Lamentablemente, el programa industrial brasileño de formar “cadenas de valor agregado”, iniciado en 2012, no avanza por el camino de la integración entre Estados, sino por el del librecambio entre desiguales. La exposición de unos 200 productos venezolanos en Montevideo es una buena señal, siempre que sea seguida de una estrategia y programas de acción para sustituir en el menor tiempo posible la economía de puertos venezolana, por una de producción sustentable integrada en el Mercosur. Ésa es la ecuación para Venezuela. [email protected]