Deberemos partir del principio cierto que dice que todo lo que deseamos lo podemos lograr. No podemos dejar de lado el hecho de que no siempre resulta sencillo saber qué es lo que se desea. Es más, a veces creemos desear cosas que en realidad no deseamos. Por ende, para filtrar estos pequeños y a veces no tan pequeños errores a los que nos induce la mente, deberemos sintonizar con la Naturaleza. Somos parte de ella y es la única que nunca se puede equivocar. Pero ¿de qué manera podremos preguntarle si vamos por buen camino y obtener de ella una respuesta?
La Naturaleza no se efectúa planteos, no duda, no cambia de parecer, no se arrepiente ni necesita cambiar sus decisiones. Éstas son siempre perfectas, exactas, las únicas. Realiza los cambios de acuerdo a sus códigos preestablecidos basados en sus necesidades. En el momento y lugar adecuados. Reacciona ante una causa provocando el efecto apropiado. Produce tanto el florecimiento de un bosque como la erupción de un volcán. Y nunca se equivoca. Siempre se equilibra. Todos los sucesos de la Naturaleza, aun los que parecen destructivos, son los únicos posibles para lograr una compensación completa y el equilibrio futuro y total. Todo termina en el estado que debe estar. Aunque nos opongamos. Es sólo una cuestión de tiempo. La Naturaleza tiene paciencia y siempre termina su obra equilibrando las energías. Lo que debe ser es lo mejor para todos.
Nosotros, como producto de la Naturaleza, debemos imitarla. Cuando creemos que deseamos algo deberemos primero averiguar cognitivamente si en realidad lo deseamos. Habiendo atravesado este primer paso y ya convencidos, deberemos ir a por ello con todas nuestras fuerzas y posibilidades. Esto significa que no prestaremos atención al hecho de si alguien lo logró con anterioridad o a lo que los demás nos puedan decir respecto a nuestra capacidad o la falta de ella para llevar nuestro objetivo a cabo (lo cual no significa dejar de escuchar consejos). Sintonizaremos con nuestra Naturaleza, la que nos sabrá guiar si nos concentramos en ella. Si nuestros esfuerzos encontraran barreras, insistiremos. Pero lo haremos hasta un cierto límite. Ir ciegos hacia lo que creemos que deseamos es alejarnos de la Naturaleza. Es no atender a su sabiduría. Su voz, en cierto estadio de nuestra situación, estará expresada por las trabas y las barreras impuestas. Nuestro fracaso a determinado nivel estará dado por sus gritos diciéndonos:
"¡Detente! ¡Esto no es para ti! ¡Aún no lo sabes, pero no es lo que quieres ni necesitas!"
Consideremos el caso más extremo. La máxima contrariedad a la que se puede enfrentar el individuo en esta vida: la muerte. ¿Quién de nosotros no desearía vivir eternamente? Al menos, es lo que pensamos que desearíamos para nosotros y nuestros seres queridos. Pero sólo la Naturaleza sabe que esto no debe ser así. Y por ello es que no lo es. No necesitamos comprender todo. Basta con que ella lo comprenda y nos guíe.
Se hace imprescindible entender que sí debemos luchar por lo que deseamos. Pero hasta el límite de no contrariar a las fuerzas de la Naturaleza. Incluso la muerte, según hemos podido ver más arriba, en determinado momento, situación y lugar, puede significar lo mejor si comprendemos que tarde o temprano a todos nos llega. Entonces no se trata de rehuirle por siempre puesto que sabemos que esta posibilidad no existe. Saber descubrir el momento exacto y no poner resistencia es parte de nuestra capacidad innata y que sólo deberemos saber aplicar en el momento adecuado en concordancia con nuestro permanente contacto con la Naturaleza. Ya que tendremos que irnos algún día, intentemos llevar una vida de aprendizaje y finalmente podremos escuchar su voz haciéndonos saber que nuestro mejor momento, el adecuado, ha llegado.