Revista Cultura y Ocio

La edad de la ignorancia

Publicado el 04 marzo 2018 por Erre @BlogeRRe


El otorgamiento de un premio literario, a menudo, no nos garantiza que al leer la obra en cuestión nos resulte singular, al menos, en alguno de los aspectos que toda creación artística alberga. Sin embargo, "La edad de la ignorancia" de María Alcantarilla (Sevilla, 1983), galardonada con el Premio de Poesía Hermanos Argensola 2017 y publicada por la editorial Visor Libros, merece toda mi admiración. Podría aseverar que se trata de uno de los poemarios contemporáneos que he leído en el último año que más me han cautivado.


La edad de la ignorancia

El libro se divide en cuatro partes: "Por descuido", "El visitante", "Las duraciones" y, por último, de la que toma el título, "La edad de la ignorancia". Estructura mediante la cual la autora nos conduce desde lo personal, en sus tres primeras partes, a lo universal en las composiciones del último apartado, que dan unidad y sentido al conjunto. Así, desde lo particular se asciende a lo común y con ello a un todo.

Los temas que se abordan, como se puede intuir, son de tono existencial, casi metafísico. Los tres primeros apartados, bajo mi criterio un único bloque conceptual, giran en torno a los poemas pilares La hija que no tuve que aparecen, en sus distintas variantes (1), (2) y (3), en cada uno de ellos y mediante los cuales la autora pone de manifiesto la importancia de prestarle atención al niño/a interior que habita dentro de nosotros, a lo que en psicoanálisis se denomina el "pequeño yo". Estos preciosos poemas son una oda a la inocencia, a la necesidad de de-construirnos para volver a nuestra esencia, una invitación a mirar hacia atrás, a desposeernos de nuestra supuesta madurez, cuya impuesta "razón" nos mantiene prisioneros en un estado de invidencia que nos impide vislumbrar más allá de lo que nuestra recta mente dicta y que nos aleja de lo esencial, de aquello que no se puede "nombrar" porque carecemos de la sabiduría necesaria para hacerlo o simplemente porque no hace falta.

Desde distintas percepciones personales se nos conduce al epicentro temático del libro: el lugar (o edad) que ostenta actualmente la humanidad, bajo el criterio de la autora "la de la ignorancia". Así parece observarse en algunos versos de la última parte del libro: "que soy yo quien elude la opción de no ser nada / semejante a las edades del mundo en el que dudo." o en "como la antigua raza de los hombres / hemos olvidado cuánto vale la luz / filtrándose en la angosta galería..." Esta clasificación por edades por supuesto no es nueva, viene desde antiguo. Hesíodo, en su intento de concebir la historia de la humanidad en su largo poema El trabajo y los días (año 700 a.c.), ya lo hizo. Le siguen muchos otros filósofos, para no alejarme tanto en el tiempo pienso en Eugenio Trías, en su fascinante libro La edad del espíritu, donde, a través del concepto del símbolo, también nos muestra las distintas edades del mundo. Otras corrientes, no filosóficas, de igual forma a través de sus hipótesis ponen de manifiesto la firme creencia en las distintas fases, o edades, de evolución de la humanidad relacionándolas con los diversos centros energéticos. Pero lo genuino, en este poemario, tal vez sea cómo a través de la edad física y de la vuelta a la infancia se remite, como señalaba al principio, a lo universal y con ello al retorno a lo primigenio.

Formalmente es significativa la segunda parte del libro "El visitante" a partir de la cual la voz poética transmuta al género masculino. Bien podría tratarse de un recurso retórico, acudir al género fluido para desposeer a la mano que escribe de identidad y exponer las mismas cuestiones desde otra perspectiva, aceptando así lo femenino y masculino que hay en todo ser. O bien, simple y llanamente, podría tratarse de un acto de humildad (la que tanto se reivindica en el poemario), de sinceridad por parte de la autora, un desnudarse ante el público, como parecería darse a entender en el poema "Dramatis Personae": Yo mujer, / yo hombre de nadie y a quien nadie puede ver / mientras insisto en darme por vencido, / en vencerme a la mitad, tan solo, / de esta noble imagen / cuyo nombre es María o es Persona / y ocupa hasta la piel fruncida en la que habito [...] o en estos otros versos: Reconozco a menudo al hombre que me habita / y le saludo como a un nuevo convidado / a mi presente [...] Sea lo que sea, lo relevante es lo que nos intenta comunicar desde distintas voces.

Atendiendo a más aspectos formales, cabe señalar que María Alcantarrilla escribe desde una dimensión en la que las coordenadas espacio-temporales se difuminan. Escribe en un instante preciso, en un aquí-ahora. De ahí que la gran mayoría de los poemas se rijan por el presente de indicativo, salvo en aquellos que remiten a mundos posibles, a esos lugares que solo están presentes en nuestra memoria o en nuestro ideario, en los que, como no puede ser de otra forma, se recurre al modo subjuntivo, como en "Je me souviens" o "Los lugares invisibles". La ausencia de adjetivación también es significativa, la autora intenta mostrarnos los temas que aborda sin recurrir a calificativos sino que lo hace a través de potentísimas imágenes que llegan a conmover al lector. No hay que olvidar que María Alcantarilla, además de escribir, cultiva el arte de la pintura y la fotografía, circunstancia que no pasa desapercibida.


Para concluir, diría que es un alma vieja (evolucionada) quien guía la joven mano que ha escrito estos poemas, que encarecidamente recomiendo leer. No hay ni uno que no merezca la pena.

Pero en el fondo, qué importa ser mayor o ser un niño
si el miedo es casi igual y la alegría
a pesar de la estatura.
[...]


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