Hace ya más de un año que tenía La edad de los milagros en la pila. Por un lado, me llamaba la atención la premisa de ciencia ficción apocalíptica de que hacía gala la contraportada de la novela. Por el otro, me tiraba para atrás la apariencia de novela juvenil.Al final decidí leerla y, si bien no se trata de una mala novela, creo que se acerca mucho más a la literatura juvenil de lo que pretende, dejando a la ciencia ficción en un segundo plano, como mero vehículo para contar otra historia.
El movimiento de rotación de la Tierra comienza a enlentecerse sin motivo aparente. Se trata de una lenta disminución del giro, pero paulatina y constante. Inexorable.Desde los ojos de Julia, una preadolescente de 11 años, observaremos como el mundo se adapta a los cambios y lo que ello conlleva en su vida diaria.
Los primeros capítulos de la novela son lo suficientemente buenos como para captar la atención del lector. El paulatino enlentecimiento consigue acongojar al lector, que queda ávido de saber el porqué. Evidentemente ayuda mucho la escritura de Karen Thompson Walker, tranquila y sosegada; limpia y sin "arabescos" pero con un deje soterrado de misterio.Poco a poco esta sensación se va diluyendo, pues los cambios se siguen sucediendo, pero en forma de modificación avanzada de cambios anteriores y cada vez la historia se va ciñendo más a la vida de una niña de 11 años que, salvo por la diferencia de escenario, podría ser la misma que la de cualquier niña hoy en día.No obstante, el correcto lenguaje y el ritmo sosegado se alían para formar una especie de balsa en la que me he sumergido y aunque no ha sido ni de lejos lo que me esperaba, tampoco tiro por tierra la lectura de esta novela. Ahora, a sabiendas, no la leería, pero no es una mala historia, ni como novela debut, ni para un público más joven.me ha gustado la elección de una niña para contar esta historia. Por un lado porque está contada desde la madurez, desde los recuerdos de aquella época de una persona adulta, lo que entraña virtudes y defectos. Por un lado la madurez lleva aparejada una mayor comprensión, moderación y entendimiento de las circunstancias de la vida, así como de un aumento del léxico utilizado (debería, pero conozco montones de casos en los que esto no ha sucedido ;) ). Por otro lado, está demostrado que la memoria es plástica y se adapta a las experiencias vividas acorde al paso del tiempo y cuesta creer que la protagonista guarde recuerdos tan nítidos y que no hayan sido modificados por la propia maduración. También se consigue que, al ser una niña la narradora de los hechos, la novela se aleje de tecnicismos y explicaciones, hipótesis y consecuencias de física. Esto, de nuevo, puede ser bueno o malo, según el gusto del lector. Campo éste último en el que la novela cojea en exceso, pues nunca se ofrece la más mínima explicación del motivo de este enlentecimiento, sino que se limita a explicar las consecuencias horarias y sociales, bien hecho, por cierto, pues la separación entre seguidores del horario normal, y del solar, resulta convincente aunque apetece encontrarse más chicha en este asunto.
En general se trata de una novela más que aceptable pero, eso sí, si buscas una novela de ciencia ficción al uso, esta no es tu novela, pese a lo que intuyas al leer la contraportada.