Como bien dice Hernández Cava en su excelente prólogo a La edad del silencio, buscarle a OPS equiparaciones con Chirico, Topor, Dalí o Magritte es tarea baldía. Vale, aceptemos que se puede entrar en juego del rastreo de influencias gráficas de ese heterónimo de Andrés Rábago que fue OPS, pero no dejaría de ser eso, un entretenimiento que demostraría que OPS resulta de un ejercicio consciente de absorción de ideas y estilos al que habría que sumar desde el surrealismo a nombres como Hogarth, Grosz, El Bosco, Munch o Gutiérrez Solana, en una lista casi infinita que hace imposible cualquier intento de etiquetación más allá de la definida por esas tres enigmáticas letras. Y sería además una pérdida de tiempo ante una obra que lo que requiere, lo que pide a gritos, es ser absorbida con todos los sentidos. No vale simplemente pasar las páginas. Hay que empaparse, embelesarse, abstraerse, sumergirse y fascinarse. Hacer de cada imagen un mantra que ejerza toda su potencia de extractor brutal de ideas y reflexiones. Sólo así se puede disfrutar al 100% de este reto continuado al lector que recopila las contribuciones de OPS a revistas como Triunfo, Hermano Lobo o Ajoblanco.
Y ojo, mucho ojo con el tramposo envoltorio aparente de surrealismo que usa OPS en sus imágenes. Un espejismo que hace pensar en ese automatismo psíquico puro ajeno a la razón que enunciaba Breton, en un juego simbólico que elude lo racional para escapar al mundo onírico. Incluso Andrés Rábago, el hombre escondido tras las tres letras, ha llegado a identificar a OPS precisamente con lo no racional frente a un El roto que navegaría por lo cotidiano. Sin embargo, las propuestas de OPS son exactamente lo contrario, no son huídas del mundo real, son metáforas razonadas de la realidad circundante, lúcidas traducciones de la sociedad que nos rodea, que actúan de exorcismo controlado de sus demonios con eficacia quirúrgica. Ya sea en forma de ilustración o de historieta, el mensaje de OPS es siempre categórico, irrebatible. Puede estar sujeto a interpretaciones y matizaciones, puede suponerle al lector un esfuerzo mayor o menor de implicación y descubrimiento, pero será siempre aplastante, definitivo.
Pero además de su valor intrínseco, el lector ya avezado tiene una oportunidad única para descubrir el inicio de ese camino que años más tarde desembocaría en ese compañero diario que es El Roto. No es difícil ver entre las páginas de La edad del silencio ideas y destellos que luego se retomarían más tarde en las colaboraciones que OPS tenía en TOTEM o Madriz, en ese Bestiario de animales domésticos reconvertidos en pesadillas siniestras de inquietante cotidaneidad. Recuerdo perfectamente la turbadora portada del número 19 de TOTEM, esas marionetas perdidas en sí mismas con la mirada fría y muerta, que ahora encuentro en forma primitiva pero ya intrigante en las páginas de La edad del silencio… Y esas historietas donde, ya en los años 70, OPS ensayaba narraciones donde tiempo y espacio se expandían más allá de la viñeta y la composición, experimentando con composiciones y formas que tres décadas después siguen siendo vanguardistas y atrevidas.
Un libro que, además, goza de edición espectacular, cuidada y mimada en la reproducción, que tiene como único pecado no haber incluido referencia cronológica alguna. Quizás la atemporalidad de la obra de OPS no la precisa, pero algunos –posiblemente demasiado enciclopedistas- la hubiésemos agradecido.