En pleno siglo XXI, tras haber bailado durante siglos y siglos el mismo son hipnotizador de nuestros gobernantes, aun lo seguimos haciendo inconscientes que nuestras disfrazadas democracias esconden el mensaje de la obediencia más absoluta al poderoso. Oprimidos y opresores somos todavía la anacrónica realidad de un mundo cada vez más empeñado en convencernos de lo contrario: que somos sujetos libres con voz y voto, con derechos inalienables, con el sobrado poder para decidir sobre nuestro futuro y con el orgullo de ser un pueblo soberano. Y bajo esta propaganda que nos embelesa los oídos, se oculta una realidad que no conviene que sepamos: la educación bancaria a la que día a día nos someten, y la cultura del silencio con la que nos dejamos someter y que tanto hace la boca agua a los dominantes. De ahí su empeño, porque su mayor miedo es controlar una sociedad que empieza a preguntarse: ¿Por qué?
La educación es un proceso que está muy presente en la naturaleza del ser humano. Ella nos permite aprender a vivir en sociedad, a desarrollar nuestras capacidades, a disfrutar de lo que nos rodea, a respetar la naturaleza y todas sus formas de vida, a sentir otros puntos de vista, a conocer otras formas de vivir la vida. Es un proceso multidireccional en el que el educador y el educando se cohesionan y juntos aprenden y enseñan. ¿Cierto? No, esto no es cierto. Éste es sólo un enfoque educacional, el mío, pero no el de nuestros gobiernos ni países. Ellos nos educan con su enfoque, a su manera y nosotros asentimos y aplaudimos su esfuerzo y todo lo que hacen por nosotros.
Un día, yendo con mi pareja a la Casa del Libro cerca de nuestra casa, me topé con un libro que en su día una profesora nos lo recomendó. Se llama 'Pedagogía del Oprimido' de Paulo Freire y lo que en él se decía ha sido lo que me ha motivado a escribir este post. En él se argumenta la manipulación perversa (a esto dedicaré otro post más adelante) que sufrimos los oprimidos (el pueblo llano) por parte de los opresores (los gobernantes y todos los agentes educadores). Su arma más poderosa es la comunicación, que no diálogo, narrativa: el discurso de contenidos vacíos que llenen a objetos pacientes, obedientes y sumisos (los educandos). Somos, tal y como dice Freire, en manos de nuestros educadores vasijas que deben ser llenadas de contenidos absurdos que forman parte del programa educativo, de la programación a la que nos someten. Es una enfermedad de la narración, lo denomina, ya que la tónica es narrar, narrar y luego seguir narrando. No nos educan a pensar, sólo a chupar y adoptar como nuestra su doctrina. La palabra pierde su esencia de transormación y pasa a ser algo hueco, un verbalismo alienado y alienante.
Y es precisamente esta narración, esta forma de alienación, la que conduce a niños en las escuelas y a adultos en la vida laboral y en política a la memorización mecánica del contenido narrado sin pensar siquiera, y mucho menos cuestionar, a la máxima autoridad que son los profesores y los políticos, jefes y gobernantes. Pasamos de ser sujetos pensantes a objetos dominados, oprimidos, que cuanto más dócilmente nos dejemos 'llenar' por ellos, mejor ciudadanos y educandos seremos. Y en esto se basa la educación bancaria en la que el conocimiento es una donación de los que se creen sabios a los que nos consideran ignorantes. Una donación cuya ideología es la absolutización de la ignorancia. Nostros somos los tontos, y ellos los listos y, por tanto, deben adoctrinarnos y nosotros debemos aceptarlo como seres ignorantes que somos. El mensaje es: 'Nos necesitáis y a nosotros nos debéis vuestra mejoría'.
En la educación bancaria que es en la que nos educamos y educamos a nuestros hijos, sigue Freire, los contenidos no se cuestionan, no se verifican, no se discuten. Es la cultura del silencio donde se asumen los conocimientos como algo innegable y verdadero, y el pobre que ose cuestionarlo, es condenado por el resto de iguales en la jerarquía y alentados por los gobernantes al rechazo y la exclusión (el 'loco', el 'raro', el 'friki', el 'paranoico'). Este personaje está condenado a vagar en solitario como el ermitaño del tarot, a no ser que encuentre a otro lunático que lo acompañe el resto de su vida.
Nuestras maravillosas democracias con su educación bancaria no son más que disfraces de dictadura alienante. Nos hacen creer que somos soberanos porque un día cada cuatro años acudimos a poner en práctica un derecho fundamental que nos creemos que por tenerlo ya somos sujetos libres y con capacidad de decidir el futuro de nuestros países. Nada más lejos de la realidad. Nuestras democracias son sistemas de alienación, de creación y fortificación de la 'masa' (ese grupo inmenso que tan fácil es de manipular). Buscan, a través de los medios, la creación del grupo no pensante, del grupo dócil y sumiso, del sujeto obediente. Ésta es la verdadera cara de nuestras democracias: nos forman para la obediencia al poderoso, no para la libertad de pensamiento. Son democracias perversas, porque usan caretas para hacernos creer que somos libres y que luchan por nuestra libertad cuando en verdad buscan el poder de la masa sobre el individuo que se resume en 'lo que diga la mayoría', y la mayoría es la masa y la masa es lo que ellos controlan. La masa no piensa, sólo obecede, y cuanto menos pienses, más fácil eres de manipular y controlar. Porque lo que los opresores (gobernantes) pretenden es transormar la mente del oprimido y no la situación que los oprime.