El policía frunce el ceño: “Verá, los carteristas no van con un letrero en la frente avisando de que van a robarle. ¡Es usted el que debe mantenerse alerta en todo momento! Además, los que trabajan en esta zona son especialmente habilidosos”. Confundido, intentas aclarar la situación: “¿Es que saben quiénes son? ¿Y por qué no los detienen?”. “Bueno, cada uno se gana la vida como puede”, responde el policía encogiéndose de hombros. “Además, los amigos de lo ajeno desempeñan una importante función social, ya que ayudan a mover el dinero de un lado a otro. Sin embargo, hemos desarrollado un amplio catálogo de cursos para facilitar la autoprotección de los ciudadanos: defensa personal y artes marciales, reconocimiento facial de actitudes amenazadoras… Ah, y uno magnífico que vamos a incluir en el curriculum escolar, porque estas cosas conviene aprenderlas cuanto antes: Escondrijos creativos en tu ropa interior para billetes y tarjetas”.
El actual enfoque de la educación financiera es como ese catálogo surrealista de cursos de autoprotección: una forma de aparentar que se hace algo, desviando la responsabilidad desde los causantes a las víctimas.
Aunque por fortuna el mensaje va evolucionando, todavía hay representantes de la industria y de los supervisores financieros que argumentan igual que el virtuoso policía de la historia: “no podemos ignorar la responsabilidad personal de los propios consumidores en la gestación y agravamiento de la crisis”. Traducido: las cosas no estarían tan mal si la gente hubiera leído lo que firma, entendido lo que contrata y ahorrado su dinero para el futuro, en lugar de endeudarse para comprar inmuebles sobrevalorados. Pues sí. Pero no.
Puesto que en tiempos no muy lejanos yo también sostuve ese mensaje institucional, entiendo la motivación subyacente: todos necesitamos creer que lo que estamos haciendo tiene alguna utilidad, ante la evidencia de que la verdadera raíz de los problemas está mucho más allá de nuestro modesto ámbito de influencia. Conseguir que los reguladores promuevan y que la industria acepte los cambios estructurales necesarios para mejorar el diseño, la comercialización y la venta de los productos financieros parece tan, tan, pero tan complicado, que preferimos dedicarnos a desarrollar compulsivamente cursos, portales y recursos educativos para los clientes. Como nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato, ¡enseñemos a los ratones a evitar los zarpazos! El problema es que la moraleja asociada a esta perspectiva es particularmente cruel: Si los ratones acaban devorados… ¡culpa suya, por no haber seguido nuestros sabios consejos con más aplicación! (Para los que no conozcan la expresión “ponerle el cascabel al gato”, incluyo el cuento del que procede).
Lo más triste del caso es que, excluyendo la moraleja, el planteamiento tiene cierto sentido: mientras libramos nuestra heroica batalla contra el statu quo para mejorar el contexto en el cual tomamos nuestras decisiones, no es descabellado promover un mejor conocimiento del entorno financiero, como herramienta de autoprotección.
Llegados a este humilde punto de consenso, ¿cómo conseguimos que el público adquiera esas habilidades de “defensa financiera personal”? De cualquier forma… que no sea la actual. Para que nadie pueda acusarme de exceso de sutileza, lo diré aún más claro: la mayor parte de la educación financiera que se ofrece hoy día no vale absolutamente para nada. Estamos enfocando mal el problema, tanto en el fondo como en la forma.
La educación financiera y la educación sexual
Sostener opiniones tan alejadas de la autocomplaciente línea oficial produce una gran sensación de soledad, por lo que me sentí muy feliz cuando descubrí este artículode Helaine Olen, cuyo inequívoco título ya anticipa el contenido: La cruzada para mejorar la cultura financiera en América es un fracaso y una farsa. Está claro que la sutileza tampoco es lo suyo. ¡Un alma gemela!
Para poner cara al fracaso, cuenta el caso real de Dave Cannon, un joven que tuvo la suerte de disponer de sesiones de educación financiera en sus años de formación. Ya adulto, lucha como puede para devolver sus préstamos de estudios y la enorme bola de nieve de su tarjeta de crédito. En sus propias palabras, sus clases sobre economía personal fueron “un borrón”. La explicación es harto sencilla: “Cuando estábamos estudiando, nos limitábamos a sobrevivir. No había muchas posibilidades de usar los principios financieros”. Así que los olvidó más o menos inmediatamente.
El protagonista de la historia no es un caso excepcional: lo normal es que la educación financiera recibida en la escuela pase por las jóvenes mentes en formación sin dejar ni la más mínima huella. Mientras en Europa y Latinoamérica creemos estar inventando la rueda con los proyectos para incluir la educación financiera en el curriculum escolar, en Estados Unidos ya disponen de investigaciones que prueban el insignificante impacto de tales iniciativas en el mundo real.
Citando de nuevo a Helaine Olen: “Creciente, resonante evidencia muestra que la educación financiera no funciona. La experiencia de Dave Cannon no es la excepción, sino la regla. “Tenemos la idea de que, si enseñamos a los niños buenos hábitos, los usarán. Pero eso no es verdad”, explica John Lynch, un especialista en psicología del consumo de la Leeds School of Business de la Universidad de Colorado. No todos los comportamientos están gobernados por las intenciones racionales. “Un chico en el asiento trasero de un coche”, dice Lynch, “no se acuerda de las clases de educación sexual”.
… Y más investigaciones que no queremos conocer
Olen menciona el estudio Capacitación financiera, educación financiera y comportamientos financieros a favor de la corriente, de John Lynch, Daniel Fernandes y Richard Netemeyer, que analiza los resultados de más de 200 programas de educación financiera, teniendo en cuenta los antecedentes familiares y los rasgos de personalidad de los sujetos. La conclusión es que "la educación financiera tiene un efecto inapreciable en el comportamiento y las decisiones financieras subsecuentes. En los 20 meses siguientes, casi todas las personas que recibieron clases de capacitación financiera olvidaron todo lo que habían aprendido".
"Estas conclusiones confirman los resultados de otro estudio reciente, realizado por los economistas Shawn Cole, de la Harvard Business School, Anna Paulson de la Reserva Federal de Chicago y Gauri Kartini Shastry de Wellesley College, sobre la eficacia de las leyes estatales que obligan a impartir educación financiera en las escuelas. Su conclusión es que los 'mandatos estatales para que los estudiantes de Secundaria tomen cursos de finanzas personales no tienen efecto en sus comportamientos de ahorro e inversión'.
Otro estudio, de 2009, evaluó la capacidad financiera de jóvenes recién graduados de la Secundaria que habían tomado un curso altamente recomendado de finanzas personales. No lo hicieron mejor que los graduados que no habían recibido el curso. Uno de los autores del estudio, el economista Lewis Mandell, es también uno de los fundadores del moderno movimiento a favor de la capacitación financiera, pero la evidencia le ha llevado a dar la espalda al paradigma predominante. 'La educación financiera no funciona cuando se da con antelación al momento en que el consumidor la necesita', afirma con rotundidad".
¿Y ahora qué hacemos?Liberar a la educación financiera de expectativas que jamás podrá cumplir. Las personas no sólo destrozan su economía personal por falta de conocimientos financieros o de valores personales. La cruda realidad es que, mientras les susurramos por un oído las virtudes del ahorro, por el otro alguien les convence a gritos de que endeudarse para viajar al Caribe es el colmo de la inteligencia.
No hay duda de que tenemos que orientar a los ciudadanos para que no se pierdan en las complejidades del actual entorno financiero. Pero, ante todo y sobre todo, tenemos que ponerle el cascabel al gato.