Gustave Flaubert es uno de los grandes estetas de la historia de la literatura. Famosa es su afirmación, quizá no realizada totalmente en serio, de que su ideal era escribir un libro sobre la nada, que se sostuviera tan solo por la fuerza de su estilo. Mucho de esto hay en la concepción de La educación sentimental, que ocupó a su autor durante cinco largos años. Una misiva dirigida a su amiga Mlle. Leroyer de Chantepie nos ofrece una valiosa información acerca de las intenciones de Flaubert cuando comenzaba el proceso de escritura:
"Estoy empeñado desde hace un mes en una novela de costumbres que se desarrollará en París. Quiero hacer la historia moral, o más exactamente sentimental de los hombres de mi generación. Es una novela de amor, de pasión como puede haber ahora, es decir inactiva. El tema tal como lo he concebido es, creo, profundamente verdadero, pero me pareció en sí mismo probablemente poco divertido. Faltan un poco los hechos, el drama, y la acción se desarrolla en un periodo de tiempo demasiado largo. En fin, estoy muy cansado y lleno de preocupaciones."
Flaubert necesitaba la perfección en cada página, pero sus novelas distan de ser tan solo estilo. Esta es solo la base que sostiene una perfecta construcción que sumerge al lector plenamente en un mundo totalmente distinto: el de la Francia de mitad del siglo XIX, en su sociedad, en sus intrigas, retratando a una gran cantidad de personajes con una inaudita precisión, propia de un observador de la realidad que nunca llega a implicarse de manera absoluta en la misma. Porque el maestro francés necesitaba vivir para su arte, por lo que era capaz de pasar días encerrado, ensimismado consigo mismo, con sus folios en blanco, rememorando su juventud para escribir la que será su obra más autobiográfica. Al igual que Proust partirá décadas después del recuerdo del olor de una magdalena para construir su obra maestra, Flaubert parte también del recuerdo de un episodio de juventud: el encuentro fortuito, en la playa de Trouville, donde pasaba las vacaciones con su familia, con la hermosa mujer que habría de marcar su existencia: Elisa Foucault. Además de ser trece años mayor que Flaubert, Foucault era una mujer ya comprometida, pero eso no fue óbice para que ambos mantuvieran durante décadas una relación platónica, nunca consumada.
La presencia espiritual de Elisa le sirvió a Flaubert para inspirar el amor de su personaje, Frédéric Moreau, por una mujer casada y honesta, la señora Arnoux, que a sus ojos es un ser puro y el auténtico causante de buena parte de sus decisiones vitales. Porque Frédéric orienta su existencia a estar cerca de la presencia del ser amado, aunque nunca llegue a poseerla del todo, ya sea por la virtud de ella, ya sea porque las circunstacias se alían en ese sentido. Evidentemente en la existencia de Frédéric habrá otras mujeres: la joven e ingenua Louise, la bella Roseanette, que representa la lujuria o la señora Dambreuse, que representa la oportuidad de adquirir prestigio social si llega a casarse con ella. Pero ninguna es capaz de despertar el sentimiento de plenitud que le hace sentir la presencia de la señora Arnoux, por quien, un joven en el fondo tan egoísta como Frédéric, es capaz de desperdiar magníficas oportunidades de prosperidad económica y social. Su auténtica ambición es la amorosa, aunque todo lo que no tenga que ver con aquella a la que llega a definir como "la sustancia de su corazón, el fondo mismo de su vida", le termina aburriendo, como cuando pasea en público con Roseanette, momento que debería ser triunfal para un joven como él:
"Entonces Fréderic se acordó de los días ya lejanos en que ambicionaba la inefable dicha de encontrarse en uno de aquellos coches, al lado de una de aquellas mujeres. Ya la poseía y no se sentía más feliz con ella."
Además de las veleidades amorosas del protagonista, en La educación sentimental está presente la sociedad parisina y el pulso de la historia de aquellos años tan complicados, en los que el impulso revolucionario de los franceses se presentaba cada pocos años, mientras que doctrinas como la del socialismo se iban haciendo populares entre intelectuales y obreros. Flaubert describe el ambiente de la época, describe magistralmente los sucesos de París en 1848 y sus consecuencias: la caída de la monarquía y la proclamación de la II República. Además, nos ofrece algunos apuntes de su propio - y en buena parte conservador - ideario político:
"¿Quién sabe? ¿Tal vez el progreso no es realizable más que por una aristocracia o por un hombre? La iniciativa viene siempre de arriba. El pueblo es menor, digan lo que digan."
La educación sentimental funciona también como una narración equidistante con Madame Bovary en muchos aspectos: si ésta última describe con todo detalle la psicología de una mujer frustrada de provincias, que vive en un mundo propio de ensoñaciones, algo de eso hay también en Frédéric, un joven de origen provinciano que se lanza a conquistar la capital, pero que el fondo es un inadaptado, alguien que necesita alimentar constantemente su ego y que, seguramente, si hubiera consumado su relación con la señora Arnoux, pronto se hubiera hartado de ella y se hubiera lanzado a la conquista de cualquier novedad. Solo que Madame Bovary es una obra un poco más redonda, puesto que profundiza más en su protagonista, algo que es posible en La educación sentimental solo a medias, por su abundancia de personajes y situaciones. En cualquier caso, ambas son obras imprescindibles de la literatura universal y lecturas complementarias, para conocer en toda su dimensión a un genio llamado Gustave Flaubert.