Revista Opinión

La educación y nosotros

Publicado el 01 diciembre 2020 por Manuelsegura @manuelsegura


La educación y nosotrosDesde 1970, España ha soportado hasta ocho leyes educativas. Así llegaremos, de ley en ley, hasta el desastre final. La última, la de la ministra Celaá, en esa costumbre tan nuestra de bautizar proyectos políticos con el nombre de sus valedores, como en su día se hizo con la de José Ignacio Wert, sin el preciso consenso que la sustente. Bajo ese prisma, parafraseando a Larra cuando se refirió a Madrid, estudiar en España es llorar. Vamos, como para volverse loco cada vez que el Gobierno cambia de color.

Hace medio siglo que un hombre del régimen franquista redactó la denominada Ley General de Educación. El valenciano José Luis Villar Palasí era ministro desde 1968, puesto en el que aterrizó en plena refriega de huelgas universitarias, que los grises resolvían a porrazos y pelotazos. Licenciado en Derecho y Filosofía y Letras, se cuenta de él que hablaba más de una docena de idiomas y, entre ellos, tres dialectos del chino. Era letrado del Consejo de Estado y catedrático de Derecho Administrativo en la Complutense. Su propuesta resultó revolucionaria para un país que arrastraba añejos planes de estudios desde décadas anteriores, textos promulgados por los ministros Sáinz Rodríguez, Ibáñez Martín o Ruiz Jiménez

La ley del 70 rompía, de alguna manera y con sus limitaciones, los preceptos de las anteriores por los que la Iglesia y el Estado eran los únicos y verdaderos artífices de la instrucción del alumnado, desde el más puro adoctrinamiento político-religioso. La escolarización se fijaba a los 2 años. Se creó la Educación General Básica (EGB), con carácter obligatorio y gratuito, desde los 6 a los 14 años. Al finalizar la EGB, se podía optar por el Bachillerato Unificado Polivalente (BUP) o la Formación Profesional (FP). Se suprimieron las reválidas. Y se incorporó el Curso de Orientación Universitaria (COU), como paso previo a matricularse en una carrera. En la Universidad, se estableció la diplomatura de tres años, la licenciatura de cinco y el doctorado. Además, se potenció la educación especial, la de adultos y a distancia.

Aquella ley global, que vio la luz en los estertores del franquismo, transformó radicalmente la educación del país, hasta el punto de que básicamente sobrevivió hasta 1990, con distintos retoques en esas dos décadas en las que gobernaron la UCD y el PSOE. Ese año, el ministro socialista José María Maravall puso en marcha la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo en España, más conocida como LOGSE, que derogó la anterior. 

Aunque para algunos no resulte políticamente correcto asegurarlo, es evidente que Villar Palasí puso los cimientos de la educación pública y de calidad en nuestro país. Desempeñó la cartera hasta 1973 y murió en 2012, en Madrid, a los casi 90 años. Había impulsado, entre otras iniciativas, la Universidad Politécnica de Valencia, uno de los centros más prestigiosos en su especialidad y surgido de aquel proyecto de ley que, en su tramitación en las Cortes franquistas, desató una dura batalla entre los tecnócratas del Opus Dei y los azules del Movimiento. Villar Palasí, que se consideraba un outsider frente a estas dos familias políticas del régimen de Franco, protagonizó en aquellos días un sonado choque dialéctico con el ministro secretario general de Movimiento, el falangista José Solís Ruiz, quien en un momento dado le reclamó “más deporte y menos latín”. A lo que Villar Palasí respondió impertérrito, con la altura intelectual que atesoraba y en referencia a la ciudad de la que Solís era originario: “Sepa usted, señor ministro, que gracias al latín los nacidos en Cabra se llaman egabrenses”.

La nuestra, la de los nacidos en los sesenta, ha sido una generación que estudió bajo aquella ley educativa, que comportó virtudes y también defectos y que respondió a una época concreta de nuestra historia. Hay un proverbio japonés que dice que es mejor pasar un día con un gran maestro que mil de estudio diligente. Tuve la suerte, a lo largo de aquellos años, de tener maestros y maestras que me hicieron comprender, como en la máxima kantiana, que el hombre no es más que lo que la educación hace de él. Y a ello me remito.

[‘La Verdad’ de Murcia. 1-12-2020]


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