Revista Comunicación

La ejecución sin propósito es falsa efectividad

Publicado el 26 octubre 2018 por Jmbolivar @jmbolivar

La ejecución sin propósito es falsa efectividad

No hay nada tan inútil como hacer con gran eficiencia algo que no debería haberse hecho en absoluto
Peter Drucker

Un error frecuente que cometen muchas personas es confundir la productividad con la efectividad. Se trata de un error grave con consecuencias muy negativas, especialmente si eres profesional del conocimiento.

La productividad tiene que ver con hacer más cosas en el mismo tiempo o con tardar menos tiempo en hacer las mismas cosas.

Por el contrario, la efectividad tiene que ver únicamente con la cantidad de valor que aportas y es independiente de la cantidad de cosas que hagas.

Hablar en términos de productividad tiene sentido si tu trabajo es 100% manual, por ejemplo si trabajas en una cadena de montaje, pero carece de sentido si eres profesional del conocimiento,

Según la definición de productividad, una persona que no para de hacer cosas todo el día es una persona muy productiva, tanto si es profesional del conocimiento como si no lo es.

Sin embargo, una sensación familiar para cualquier profesional del conocimiento es la de «hoy no he parado de hacer cosas en todo el día, y no he hecho nada».

Paradójicamente, otra sensación familiar para cualquier profesional del conocimiento es la de «hoy he terminado solo un par de temas pero ha sido un día muy productivo».

Esta paradoja es únicamente posible en el trabajo del conocimiento, ya que es el único tipo de trabajo en el que se puede aportar más valor haciendo menos cosas.

Por eso, según la definición de efectividad, un profesional del conocimiento que no para en todo el día de hacer cosas es, con seguridad, una persona inefectiva.

Esto es así porque la mayor parte de la aportación de valor en el trabajo del conocimiento procede de pensar, tanto o más que de hacer.

Por lo tanto, una persona que está todo el día haciendo no está dedicando tiempo a pensar, luego seguro que su efectividad es muy baja, es decir, puede que haga muchas cosas, pero a pesar de ello aportará escaso valor.

La forma de saber si algo en concreto aporta o no aporta valor es siempre en referencia a la consecución de un resultado vinculado a un propósito. Dicho de otra forma, en qué medida lo que hago me acerca a lo qué quiero conseguir y cumple con para qué quiero conseguirlo.

Un error muy habitual es suponer, en lugar de averiguarlo, qué resultado va a permitir que se cumpla un propósito. Otro error habitual, aún más grave que el anterior, es trabajar para lograr resultados cuyo propósito ignoramos.

Una persona es efectiva cuando ha desarrollado los hábitos (competencia) que le permiten definir y alcanzar los resultados que satisfacen los propósitos que persigue.

El propósito es clave porque es lo que hace que la consecución de un mismo resultado tenga sentido o carezca de él o, dicho de otra forma, que el resultado genere valor o no genere valor.

Por ejemplo, vas al médico a una revisión y te dice que tienes sobrepeso y que eso conlleva riesgos importantes para tu salud. En consecuencia, decides perder peso, ya que para ti tu salud es muy importante y quieres mejorarla. Para ello, decides sustituir la comida del mediodía por algo ligero, una bebida «light» y unos «snacks».

En pocas semanas compruebas que tu reducción de peso es un hecho, lo cual te produce una gran satisfacción. Ahora bien, ¿qué pasa con tu efectividad? ¿Podría decirse a raíz de este resultado que eres una persona efectiva?

La respuesta es no. ¿Por qué? Porque estás logrando un resultado que no cumple con el propósito perseguido y el valor de un resultado que no cumple su propósito es nulo.

El valor del resultado «perder peso» está vinculado al propósito, es decir, a mejorar tu salud y lo que estás haciendo es justo lo contrario, ya que sustituir una comida por una bebida «light» y unos «snacks» es un hábito perjudicial para tu salud.

Ejemplos como este se encuentran con frecuencia en el día a día de personas y organizaciones. Unas y otras están enfrascadas en un absurdo «hacer por hacer», sin duda influenciadas por el pensamiento industrial de «productividad es hacer muchas cosas» (aunque luego en realidad no sirvan para nada).

La realidad es que para que la efectividad de personas y organizaciones mejore es indispensable un cambio profundo de paradigma. Hay que pasar del «hacer por hacer» al «hacer con sentido», porque las cosas que no tienen sentido no aportan valor.

Precisamente por este motivo, las metodologías de efectividad personal como GTD® y OPTIMA3® dedican gran parte de su contenido al desarrollo de hábitos específicos para «hacer con sentido». En el caso concreto de la formación GTD® oficial, todo el Nivel 3, recientemente estrenado, está dedicado íntegramente a ello.

Como decía el maestro Peter Drucker en la cita que da comienzo a este post, «no hay nada tan inútil como hacer con gran eficiencia algo que no debería haberse hecho en absoluto».

Hacer cosas inútiles es ineficacia y sin eficacia es imposible la efectividad. Por eso, la ejecución sin propósito, por muchas cosas que se hagan, es falsa efectividad.


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