Jaipur (India), 21/25 ene.- Destacados miembros de la elite cultural mundial, como el fotógrafo estadounidense Steve McCurry o la escritora canadiense Margaret Atwood, rompieron por unos días con el clasismo que domina la India en el Festival de Literatura de Jaipur, un evento popular y gratuito que crece y crece cada año.
En los momentos más álgidos del festival, que concluyó el lunes, oleadas de visitantes, desde jóvenes universitarios con roídas mochilas hasta mujeres vestidas a la última moda, avanzaban en un fluir continuo hacia alguno de los seis escenarios situados en el palacio Diggi de la ciudad rosada en Rajastán.
En esta su IX edición, el festival ha alcanzado "la cifra récord" de 350.000 visitantes, un 40% más que el año pasado y muy lejos de los 100 asistentes de la primera edición, según los organizadores.
Ante la masiva asistencia surgió la pregunta a los organizadores sobre la posibilidad de comenzar a cobrar entrada para descongestionar el evento.
"No quiero discriminar cobrando, porque si lo hago solo vendrá gente como nosotros", sentenció el productor del festival, Sanjoy Roy.
Sentado junto a él, uno de los directores del festival, el escritor británico afincado en la India William Dalrymple, remarcó la universalidad del evento, abierto para todos aquellos deseosos de "ser inspirados por sus autores favoritos".
Aseguró que el 25% de los asistentes son jóvenes llegados de toda la India y recomendó una visita nocturna a la estación de tren de la ciudad, donde dormían algunos de ellos al no tener dinero suficiente para ir a un hostal.
Con un clima primaveral, lejos de las infernales temperaturas del resto del año, cada uno de los escenarios del palacio Diggi parecía estar albergando más un concierto de rock, con la gente apretujada, subiéndose a cualquier altura o rebuscando algún hueco disponible, que la charla de un escritor o fotógrafo.
La septuagenaria Atwood, eterna candidata al Nobel de Literatura y uno de los participantes que más expectación generó, se mostró cercana y bromista en sus intervenciones, en las que trató temas como "la adicción a la novela" en el siglo XIX, una época en la que ese género era considerado "una enfermedad contagiosa".
McCurry, en su charla "La niña afgana" (la mítica fotografía de 1984 de una refugiada de enormes ojos verdes en Pakistán) rememoró en una sala atestada, y de la que brotaba una larga cola de gente esperando en el exterior, el momento en el que apretó el botón y consiguió la potente mirada ayudado por "una luminosa mañana".
También participó el cineasta y escritor británico Stephen Fry, que encandiló a la audiencia con su defensa del escritor irlandés Oscar Wilde, al que pasó a venerar tras dejar a un lado "a rockeros revolucionarios" como el Che Guevara; o el académico estadounidense James S. Shapiro, que trató "el lado oscuro" de William Shakespeare.
Otros de los destacados fueron el último galardonado con el prestigioso premio Man Booker, el jamaicano Marlon James, que habló de la necesidad de abandonar el Caribe para convertirse en escritor o lo "curioso" de pertenecer a la diáspora, donde se puede "oler el fuerte esfuerzo" por no perder las raíces.
Tampoco faltó a la cita la leyenda de la literatura de viajes Colin Thubron, que habló de su viaje con 70 años al Kailash, una montaña sagrada para hindúes y budistas en el Himalaya tibetano. ( Mi entrevista con Colin Thubron)
Para el público que no dominaba el inglés hubo autores en lenguas vernáculas, como el octogenario poeta Gulzar que recitó algunos de sus poemas en urdu y punyabi, para deleite de una carpa abarrotada con unos 5.000 incondicionales.
Tras cinco extenuantes días de festival, por el que desfilaron unos 360 autores (un centenar de ellos extranjeros) en unas 200 sesiones, llegó el momento del regreso.
La estación de autobuses de Jaipur estaba plagada de estudiantes, todavía excitados por las últimas intervenciones a las que asistieron, como una joven veinteañera indignada por una pregunta "ofensiva" en una conferencia sobre Pakistán y la India.
En las cinco horas de autobús de Jaipur a Nueva Delhi la emoción continuó, imperturbable, entre ella y sus compañeras, con gritos y efusivas conversaciones, como si acabaran de salir, como un grupo de alocadas adolescentes, del concierto de una estrella de pop.