Hace ya unas semanas que se estrenó La embajada y le he querido dar cierto margen de acción porque desde su estreno ha sido una pequeña decepción. Digo lo de “pequeña” porque la serie está entretenida, se deja ver, pero ni es lo que nos vendían, ni es lo que yo creía que iba a ser. Porque La embajada no es una serie sobre la corrupción, aunque sea un aspecto que se trate, La embajada es una telenovela sudamericana sin los nombres largos y la honestidad que tienen éstas al aceptar lo que son.
De hecho, La embajada arrastra varios problemas que ya vimos en una de las anteriores series de Bambú, la productora que la produce junto a Antena 3: Bajo sospecha.
Pero vayamos por partes y comencemos con la trama de La embajada, por si acaso no la habéis visto. Todo comienza con la policía deteniendo por corrupción a Luis Salinas (Abel Folk), embajador español en Tailandia, y el juicio que acompaña a dicha detención. Es a través del testimonio de los empleados que sabemos cómo han llegado a ese punto. Y es que un año antes, Luis llega a Tailandia con su mujer, Claudia (Belén Rueda), para sustituir al anterior embajador que ha fallecido y, de paso, limpiar de corrupción la embajada.
Esto, por supuesto, no le hace ni pizca de gracia a ninguno de los trabajadores de la embajada, en especial a Eduardo Marañón (Raúl Arévalo), el segundo al mando, que desde el principio quiere quitarse a Luis de encima, cueste lo que cueste. De hecho, en la primera noche en la que el matrimonio está en Tailandia, Claudia descubre unas fotografías de su marido engañándola, lo que la hace huir y refugiarse en los brazos del primero que pasa, Carlos (Chino Darín), que para más INRI acaba resultando ser el novio de su hija, Ester (Úrsula Corberó). Ésta, además, pagará las maquinaciones de Eduardo cuando éste le tiende una trampa para que le encuentren droga encima y acabe encarcelada.
Quizás es porque he visto The good wife, de la cual he disfrutado muchísimo sus siete temporadas, pero tengo claro que se puede escribir una serie sobre política y corrupción, con relaciones de por medio sin que sea una telenovela de manual, sino una serie maravillosa de gran calidad. Y, de hecho, nos vendían La embajada como algo más parecido a The good wife que a Pasión de gavilanes, pero por desgracia lo que tenemos es lo segundo.
Desde el momento en que La embajada comienza se ve claramente que estamos ante una telenovela cara con todos los clichés del género y nada que la haga especial. No es la primera vez que la productora se mete de lleno en una historia así, pero sí que lo intentan disfrazar de política, en lugar de abrazar el género como hicieron en Gran reserva. Y quizás sea ese disimulo o quizás que un malo malísimo y corazón de la serie como era el patriarca de los Cortázar es muy difícil de conseguir, pero La embajada no mola tanto, ni resulta tan entretenida, como lo era Gran reserva.
A ver, no estoy diciendo que no es entretenida, porque lo es, pero no tiene esa chispa que sí tenía Gran reserva, ni esos personajes tan míticos como don Vicente, Gus, Sara o los hermanos Cortázar. De hecho, tras tres episodios he necesitado escribir esto con la Wikipedia al lado porque no recuerdo ni los nombres, ni el cargo de cada uno en la embajada.
Y es aquí cuando La embajada hereda esos fallos que tenía Bajo sospecha y que a mí, personalmente, me desesperaban un poquito. Empezando por esa manía telenovelesca de que los malos son muy malos y van con cara de malo hasta a cagar (no sea que el papel higiénico no vaya a pensar que son malos), además de tener diálogos de malos a cada momento y en cada esquina, mientras que los buenos son muy buenos... y tontos del culo.
En tres episodios emitidos los personajes buenos han sido tan rematadamente idiotas que no tienen sentido y sus acciones, de hecho, tienes que asumirlas por ser una ficción, no porque tengan lógica alguna. Examinemos, por ejemplo, el caso de Ester, la hija del embajador que es abogada y han repetido mil veces que se ha criado viajando por el mundo gracias al trabajo de sus padres. Alguien así, uno asumiría que es medianamente avispado y no sería tan subnormal de dejar su bolso solo en una discoteca de un lugar tan peligroso como Tailandia. Pues no, lo hace, con un par.
No solo eso, sino que en el tercero decide coger su pasaporte viejo para ir a España. Repito: Ester es una abogada. Pero, al parecer, no estuvo en clase el día que trataron la extradición. ¿Para qué?
Y, así, como con todo. De hecho, en estos tres episodios se ha repetido bastante la fórmula e que el embajador intenta actuar de forma sensata, Claudia se pone histérica y hace lo que le sale de las narices y tú sabes que la está cagando. De hecho, lo poco que piensa esta gente es alarmante.
Por ejemplo, Claudia sabe que al anterior embajador lo han asesinado (información que no comparte con su marido con la peregrina idea de que no quiere preocuparle, claro, como no está en peligro, ¿para qué?), también sabe que en el momento en que han llegado a ella le han dado unas fotos falsas, que la embajada es un nido de víboras y que a su marido no dejan de intentar comprarle. Pero, oye, ni cuando detienen a su hija en compañía del hermano de Eduardo (a quien no le pasa nada), puede pensar que es una conspiración y habla tan tranquila delante de la mujer de Eduardo. En serio, ¿está gente tiene cerebro? ¿Lo usa?
Y precisamente son esos recursos tan mal pensados lo que me revienta de La embajada. No es que sea muy fan de la trama culebronesca de Claudia enamorándose del novio de su hija por echar un polvo (una vez más, aceptemos pulpo como animal de compañía), ni de la pelea de gatas que se avecina entre Fátima y la secretaria por Eduardo, pero, mira, tampoco molesta, no como la estupidez inmensa de los personajes claramente buenos.
Joder, es que no me extraña que el detenido sea Luis en lugar de Eduardo, si son tontos del culo. Lo que me sorprende es que sigan vivos.
Aunque con La embajada sorprender, lo que se dice sorprender, poco. No sé si es por el ritmo lento o porque siguen sin pillar el concepto de sutilidad, pero se ven venir los giros a lo lejos. Desde el momento en que Eduardo le pide a su hermano que lleve a Ester a la discoteca, sabes que la van a detener porque le van a poner droga en el bolso. Al igual que el personaje de Tristán Ulloa huele a muerto desde el episodio uno, algo a lo que se ha ido encaminando durante los dos siguientes, lo que confirmaron en el de esta semana.
En ese sentido, quizás deberían echarle un vistazo a Vis a vis, que siempre sorprenden con giros que tienen sentidos y que han estado cocinando durante episodios sin que tú te des cuenta.
Pero, bueno, la serie es entretenida, habla de corrupción política y los actores están bastante bien en líneas generales (Chino Darín es el típico guapo que actuar no es que lo haga muy allá), a pesar de que la gran mayoría tienen unos personajes odiosos hasta decir basta (ahora mismo entre malos y lerdos quiero ahostiar a unos cuantos, sobre todo los femeninos), aunque hay alguno que se salva (Bernardo, el embajador y el personaje de Pedro Alonso son los que más me interesan ahora mismo).
Además, aunque no es que vaya quemando trama a lo loco, y sea un poco lenta, no se están recreando con las situaciones, lo que es un plus. La trama de Ester en la cárcel la podían haber alargado, pero se la ventilaron con rapidez, al igual que el inevitable chivatazo de Bernardo. Así que la trama va avanzando, lo que es un plus. Habrá que ver, entonces, cómo se desarrolla lo que queda de temporada, pero me esperaba algo distinto y, sobre todo, mejor.