Mucho se habla de los inmigrantes en los países que eligen para vivir: de integración, su forma de vida, problemas de convivencia, delincuencia, los que llegan en pateras, los sin papeles, etc. Pero, ¿Sólo son noticias por esos temas? Hay mucho más. No todo se cuenta ni se indaga. Cada persona que sale de su nación de origen deja detrás una historia.
¿Qué pasa con las personas que se quedan a sus espaldas, es decir, con sus familiares y hasta con sus amigos y amigas.
- ¡Mi pana (brother, mi hermano, monstro)! Me dicen que te vas para España mañana
- Dice José, un dominicano amigo de Julián, al mismo tiempo que le da la mano.
- No te olvides de mí, ya tu sabes...Estamos aquí, mi número es 40 (se refiere a los zapatos).
- ¡Hey Julián! ¿Cómo estás mi hermano, te llamaba para saber cómo va todo por la "madre patria", aquí estamos pasándola mal, necesito que me envíes unos euritos...
Estas son algunas de las conversaciones, entre otras tantas, que suelen ocurrir cuando algún familiar o amigo se va fuera del país.
Esa parte de la historia se repite una y otra vez, sin importar las lágrimas que pueda derramar el inmigrante para alcanzar su sueño de una mejor vida y ayudar económicamente a sus seres queridos.
Son muchos los seres humanos que se sienten identificados con este contexto, ya que no son una ni dos las personas que esperan algún "regalito" o dinero después que su familiar o allegado/a se va fuera de su país.
A este tipo de situaciones se tienen que enfrentar los que deciden emigrar, pero este es sólo el principio de una historia de nunca acabar: atrás están los padres, los hermanos y hermanas; tíos y tías, primos, primas, amigos, amigas y hasta los vecinos/as. Siempre esperan algún detalle.
Cuando un/una inmigrante comienza a vivir su nueva realidad: la búsqueda difícil de trabajo, alquileres de vivienda caros, ¡en fin! muchas veces los ingresos que se reciben cada mes nada tienen que ver con los gastos que se tienen, y mucho más...hay que ahorrar un "dinerito" para cuando se pueda viajar al país, y lo que no debe faltar: el envío de remesas.
Uno de los dolores de cabeza de las personas que viven y trabajan fuera de sus países, es la de tener que lidiar con sus gastos personales y los de sus familiares. Las remesas que reciben los parientes muchas veces se vuelven tan indispensables para sus supervivencias que, ansían cada mes que este dinero llegue para poder solventar sus gastos.
¿Qué pasa cuando estas remesas se convierten en un instrumento de doble filo?Luisana, una joven dominicana, no trabaja desde hace dos años, tampoco se esfuerza mucho para terminar sus estudios. Sin embargo, pese a no tener empleo no pasa calamidades y vive una vida cómoda gracias a las remesas que recibe cada mes de parte de su pareja que reside en New York, la cual ahora mismo está en paro, pero que sigue buscándose la vida cómo sea para que ese dinero no falte.
Cuando a Luisana se le pregunta por qué lleva tanto tiempo sin trabajar se lo atribuye a la crisis y a que su búsqueda es imposible, pero ¿será ésta la realidad? ¿No será que se ha acomodado y es más fácil recibir dinero que salir a la calle a trabajar en lo que sea, para ganarse el pan de cada día?
Está no es no es una historia aisladaEstá claro que para la mayoría de las familias en sus países de origen, las remesas son importantes para su subsistencia. Sin embargo, el dinero que se recibe por parte de los/as que están en el exterior no siempre cumple con su cometido o muchas veces algunos familiares se aprovechan de las circunstancias y no le dan el uso adecuado a esos ingresos.
Es "perverso" el trasfondo de todo esto. Así lo dice el profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, Luis Cortés, quien dentro de sus amistades tiene a inmigrantes que les cuentan lo difícil que es su situación y lo duro que resulta para estas personas ver cómo sus allegados despilfarran el dinero en la compra de ropas de marcas caras, para irse de fiestas y otros lujos.
"El otro día hablando con una amiga brasileña me comentaba su preocupación. Un familiar muy cercano, llevaba mucho tiempo sin trabajar, dedicándose a "disfrutar de la vida". No sabía qué hacer. Sus demandas para que les enviase dinero habían aumentado y, lo que antes era una simple petición, se había convertido en una exigencia. Estaba triste y desanimada", narra Cortés.
Desde que esta chica brasileña, a las que llamaremos María, llegó a España no había dejado de trabajar ni un momento, y en muchas ocasiones en situaciones extremas o muy duras; todos los meses mandaba religiosamente un dinero fijo a su familia en Brasil.
Pero, a María no le duró mucho la alegría de querer ayudar a su familia. El dinero que era un ingreso más para solventar algunos problemas familiares pasó a ser un "dolor de cabeza"; cada vez más se veía obligada a aumentar ese capital para suplir las necesidades de los que estaban en su país, porque sin saber cómo esa entrada económica se había convertido en la fuente principal y casi exclusiva de la casa.
"Mira, ya no puedo más y no sé qué hacer. No paro de trabajar y de enviar dinero pero no sé si esto es bueno. Gastan en cosas absurdas y cada vez dependen más de mí. Estoy desesperada. Todo el esfuerzo que hago es para casi nada. Al final mis sueños van a quedar en nada", cuenta María-
Para este sociólogo, "no es sencillo salir de esta dinámica perversa, porque no es fácil hacer comprender que el esfuerzo es duro y que no se debe desperdiciar. Que el consumo solo es "flor" de un día, que hay que construir una economía propia sustentada en el desarrollo de las capacidades colectivas familiares, que todo el mundo debe trabajar desde donde está para que el esfuerzo pueda tener continuidad y ayudar a consolidar el bienestar de las comunidades de manera autónoma dentro del propio país, para que la inmigración no sea una necesidad derivada de la pobreza, sino una experiencia libre enriquecedora de compartir un mundo que cada vez es más pequeño".
Luis Cortés sustenta que aunque ese dinero alimenta el consumo, puede desalentar las capacidades productivas e innovadoras de las poblaciones receptoras. "Se vive una situación ficticia e irreal que genera personas dependientes que basan su vida en el disfrute de las remesas. La realidad del esfuerzo que supone estos envíos es muchas veces ocultos, para no desmontar la imagen irreal del sueño de la inmigración".
El inmigrante no sólo siente la responsabilidad de enviar remesas a su país, a esta situación hay que sumarle el dinero que se gastan para cargar con maletas repletas de regalos para sus familiares y amistades, lo que también significa una preocupación para los/las extranjeras/os que luchan por tener una mejor calidad de vida.
Lo cierto es que a las personas que se quedan en las naciones de origen, no les preocupa y a veces no creen ni entienden los esfuerzos que tienen que hacer sus parientes para ganarse el sustento de cada día y enviarles el dinero que reciben en sus hogares cada mes.
Tampoco son conscientes de que esta situación ha empeorado con la crisis económica, especialmente, en materia de desempleo y que afecta a países como España, donde el número de parados sobrepasa los 4 millones de personas.