Roberto Hernández Montoya.-
Cuando éramos felices y no lo sabíamos la empresa capitalista fue el paradigma de todo todo todo. Ella medía la humanidad.
Y la mide. Pero ya no con la unanimidad de antes antes antes. Ahora, hay quienes nos rehusamos cada vez más a ese totalitarismo empresarial beato y perverso -después de suficientes experiencias descubrí que la beatitud no solo no es opuesta a la perversidad sino que es su amor, su cómplice y todo, como demuestra Tartufo.
Gustavo Dudamel en los Oscars dijo lo que dijo y no repito porque quiero recordarlo libre. Ahora es rehén del engranaje capitalista y debe repetir un discurso pautado como sus partituras.
Para la empresa Gustavo no es una persona sino un producto. Como Guaidó. Espero que ese engranaje no descalabre su arte como descalabró su ética. Tus nuevos amos no aprecian tu arte, Gustavo. Ni siquiera lo entienden. Y desconfían de ti porque no naciste en la industria sino en una patria libre que te quería.
En un contexto de odio no se puede hacer bella música y si se hace no se escucha y mucho menos se ama. Solo se consume junto con las cotufas. Es más, esa gente prefiere las palomitas.
La actriz mexicana de la película Roma, Yelitza Aparicio, ha sido descalificada por cachifa. Oí decir sifrinadas parecidas sobre Jennifer López. La gentuza racista es así. Pero a veces en esa industria se cuela gente como Yelitza y Cuarón.
La industria quiere quitar sabor a todo. Lo pinta aquella entrañable canción “La quimera del Norte”, que Aníbal Nazoa conceptuó como nuestra primera canción de protesta: «A Nueva York no voy, no voy, allá no hay vida, no hay berro ni hay amor». Berro era un cóctel que se aliñaba con berro. Uno de los delitos del capitalismo es precisamente acabar con vida, berro y amor. Todo lo contrario de esto:
…la patria no es sino la infancia, algunos rostros, algunos recuerdos de la adolescencia, un árbol o un barrio, una insignificante calle… (Ernesto Sábato).
El fascismo ordinario de Hitler y Mussolini quemaba libros. El fascismo 3.0 es más perverso porque destruye la capacidad de apreciar los libros y sumerge en la mentecatez guarimbera más devastada. Oye nomás la indigencia intelectual y moral que expresa esa perduta gente. De la humanidad depende que sea humana la humanidad.
Roberto Hernández Montoya
@rhm1947
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