Durante más de cuatro años, el presidente Barack Obama se ha resistido a una incursión más directa de su país en el conflicto que sacude a Siria. Y su lógica ha sido simple. De salida ya de Irak y Afganistán, tras casi 15 años de guerra, lo último que necesita EE.UU. es verse arrastrado en las arenas movedizas de una disputa donde no es claro quiénes son los buenos y los malos.
No lo hizo ni siquiera cuando hubo pruebas de que el régimen de Bashar al Asad había utilizado armas químicas contra la población. Pero el ingreso de Rusia en el tablero geoestatégico ha convertido a Siria en un gran dolor de cabeza para el líder estadounidense. Quizá, es el reto más grande que ha tenido que asumir en los seis años largos que lleva en la Casa Blanca y que algunos ya comparan con la crisis de los misiles que vivió Kennedy.
Y el problema es que muchos sectores están presionando para que haya una respuesta. Por ejemplo, Aaron David Miller, del Woodrow Wilson Center, planteó: “Al no responder, la administración de Obama deja una imagen de debilidad y parálisis. Y Putin actúa porque sabe que al Presidente, al que solo le queda un año y medio en el poder, no le interesa cambiar a estas alturas su política hacia Siria y menos confrontar al Kremlin”.
Y en época de campaña, los republicanos no han desaprovechado el tema. Marco Rubio, candidato a la nominación de ese partido, le pidió a Obama implementar una zona de exclusión aérea para defender a los rebeldes y dijo que era preferible una confrontación con Rusia que permitir que Putin actúe a su antojo en Siria.
Hasta voces aliadas, como la de Zbigniew Brzezinski, exasesor de Seguridad Nacional durante el gobierno de Jimmy Carter, le están pidiendo mano firme: con sanciones económicas, con más armas para la oposición siria, con más ayuda a Ucrania y hasta con la zona de exclusión aérea que piden los republicanos.
El Presidente ha dicho que bajo ningún motivo convertirá la situación en Siria en una “guerra de poder” con Rusia, como las que se pelearon durante la Guerra Fría. Pero la realidad en el terreno tal vez termine forzándolo.
Por: SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
Washington.