Revista Comunicación

La encrucijada del domingo

Publicado el 10 junio 2014 por Solano @Solano

No recuerdo una campaña política más sucia en la historia de las elecciones en Colombia. Los ciudadanos, los que llegaron a las urnas en la primera vuelta electoral del 25 de mayo, arribaron por disciplina electoral, pero no se respiraba en el aire la convicción fresca de una decisión a conciencia.

La segunda vuelta electoral que se realizará este 15 de junio nos invita en uno de los momentos de mayor polarización en el país, con un condimento que lo hace más particular: Los bandos se ubican, uno, el gobiernista, en el centro-derecha y el otro, la oposición, en la extrema derecha.

Hace cuatro años, la llamada ‘Ola Verde’ fue un movimiento que desde el centro recibió apoyos de la izquierda y se encarnaba como la alternativa a una propuesta de continuidad gobiernista de derecha. Al tomar el poder legítimo de los votos, Santos moderó su discurso y aunque siguió atacando a las guerrillas de las Farc, a la vez tendió la oportunidad de iniciar diálogos en una mesa de negociación.

El ala ultraderecha del Santismo, liderada por el ex Presidente Álvaro Uribe, no tardó en llamar “traidor” al nuevo gobernante y desde entonces, Santos ha tenido que soportar una oposición desde los extremos radicales del pensamiento político: La izquierda con el Polo Democrático y los Progresistas y la derecha radical con el Uribismo que tomó el eufemístico nombre de Centro Democrático.

Hoy, de cara a una segunda vuelta, la abstención ganó gracias al hastío que la mayoría de los colombianos siente por la clase política, en la cual no se ve representada. Es altamente probable que este domingo 15 de junio, en pleno Mundial de Fútbol y sobre todo con las esperanzas más agotadas, la abstención sea histórica.

Los dos finalistas: Óscar Iván Zuluaga (Centro Democrático) y Juan Manuel Santos, de la coalición llamada Unidad Nacional a la que ahora adhiere un sector grande de la izquierda, se han encargado de aburrir los pocos votantes que acuden a las urnas. Un porcentaje seguirá yendo: Los uribistas (El ‘Zuluaguismo’ no es un movimiento que haya cuajado dentro de la gente) irán con mentalidad de feligresía a las mesa de votación porque sienten que el elegido por Uribe en una cuestionada convención partidista, encarna la esperanza de volver a tomar el rumbo perdido de una Colombia que para ellos, “fue entregada a las farc”. Honestamente dudo de que haya un porcentaje muy alto de compra de votos en este extremo. De veras creo que hay una fe profunda y religiosa en que el elegido por El Mesías de El Ubérrimo logrará el cambio buscado.

Entre tanto, por el lado de Santos, también dudo que haya un ‘Santismo’. Habrá un largo desfile de servidores públicos y sus familias, acudiendo a las urnas con miedo a perder las conquistas del clientelismo de turno; otro porcentaje, menor, está en los convencidos reales de que el gobierno de Santos es una alternativa real que trae crecimiento económico, estabilidad para la confianza inversionista y la esperanza de alcanzar la paz.

Tal es esa esperanza que lo impensable se ha dado: Esa izquierda que ha denigrado de Santos durante cuatro años ve que el Presidente podría garantizar la continuidad de los diálogos de paz en La Habana.

¿Dónde pararme? Ni Zuluaga ni Santos me ofrecen tranquilidad. Por principios creo que no es conveniente una reelección presidencial porque si el primer período es imperfecto, el segundo tiende los brazos a los riesgos de que la corrupción se enquiste. El funcionario de nivel medio que aprende malas mañas en un primer período, las afianza en el segundo. Claro que también hay servidores públicos ejemplares, que se ponen la camiseta de la entidad y con honestidad dan lo mejor de sí para que este país cambie para mejor.

Pero tengo ese miedo de la reelección. Y es un miedo heredado a un capítulo ya vivido en Colombia. El segundo período de Uribe (2006-2010) fue ambiciosamente corrupto. No quiero vivir eso de nuevo, ni con uno ni con el otro. ¿Por qué lo viviría con Zuluaga si él es nuevo? Honestamente creo que Óscar Iván Zuluaga no es un tipo malo. Me parece un hombre trabajador, con buen conocimiento de finanzas públicas, humilde, de provincia, generoso… Su talón de Aquiles es su obediencia ciega a Uribe, un hombre que ha estado enceguecido por el poder. Zuluaga no gobernaría sino que sería, como dicen los ingenieros, “la interfaz gráfica” de Uribe que manejaría el país en cuerpo ajeno.

En el debate de CityTV, los televidentes vieron a un Zuluaga agresivo, que no se inquietaba ante Santos; peleador. Algunos dijeron que Zuluaga estaba demostrando quién era realmente, y los epítetos no lo bajaban de “gamín”. Por el contrario, lo que me asusta de él es que ese no era Zuluaga. El hombre de Pensilvania (Caldas) es un hombre calmado, sencillo, pero tan peligrosamente obediente a su jefe natural que aceptó asumir la pose de perro de pelea con tal de recibir el respaldo de los camorristas.

Así las cosas, la decisión no está fácil. Hay un riesgo enorme de una potencial corrupción, la de un clientelismo nuevo como una aplanadora que por odio entraría a borrar todos los logros o la de un gobierno que podría darle confianza en el microgobierno a ladronzuelos encorbatados con esas mangas de plástico para no ensuciar las propias.

Sin embargo, hay un punto que me hace inclinar la balanza por poco, pero que es una esperanza que podría cristalizarse como nunca antes hemos estado tan cerca: La paz del país. Mi bisabuelo materno fue víctima de la violencia liberal, fue despojado de sus tierras; mi abuelo paterno y su hermano fueron frecuentemente humillados por la violencia conservadora. Yo no recuerdo haber vivido una semana entera en la que alguien en Colombia haya estado en paz. Mis hijos merecen pertenecer a la primera generación que crezca en paz, ya es hora de que le toque a alguien.

No creo que Santos sea un santo; está muy lejos de ofrecerme tranquilidad y creo que conduce un proceso de paz imperfecto, pero estoy seguro de que Uribe, entrado en odio y revanchismo, borraría de un plumazo todo lo alcanzado. Y aunque no llegue a hacerlo, la contraparte no va a ver garantías en el nuevo gobierno después de tanta guerra al proceso.

Para mí va a ser humillante que los asesinos de las Farc tengan curules en el Congreso porque su historia no se borrará. Pero creo que luego de un proceso de reparación a las víctimas, tendrán asiento en el Congreso y tendremos que acostumbrarnos a ello. Nos urge un proceso muy difícil y largo de reparación y perdón, de asumir las consecuencias de los actos y de no olvidar que este país contabilizar 2’683.335 mujeres que han sido víctimas del conflicto ¿Cuántas más se necesitan para entender que la paz es urgencia histórica?

Colombia debe seguir caminos difíciles, largos, pero que a la larga nos van a reparar mejor. Colombia ha intentado la fuerza desde Marquetalia en los 50 y no ha podido (la guerrilla, tampoco se ha podido tomar el poder por las armas); ha sido poner una curita en una herida en la femoral… Insuficiente e ineficiente. ¿Qué tal si le damos la oportunidad a un tratamiento que no solo pare el derramamiento de sangre, sino que corte la infección y quite la enfermedad? España, Irlanda, Sudáfrica lo han hecho ¿Por qué Colombia no merece una oportunidad diferente a seguir volándose los sesos en cada árbol de nuestra selva? ¿Por qué nuestro país no merece el chance de que sus niños crezcan oyendo rondas infantiles y no el traqueteo de la metralla?

Con 2.087 masacres cometidas entre 1983 y 2011 por guerrillas y paramilitares, este país no tiene más gotas que derramar. Colombia ha vivido una hecatombre y creo que nos ha llegado el momento de darle una oportunidad a que millones de colombianos que viven en la periferia no solo de las ciudades, sino del poder y de la dignidad dejen de seguir derramando la sangre que otros prometen y enlistan en uniformes.

Desde luego no soy inocente y sé que la paz pactada con ellos no es la única paz necesaria. Hoy se anunció el probable inicio de los diálogos con el ELN y, aún firmando con los dos, habrá facciones subversivas que no se sentirán representadas y seguirán en la clandestinidad, pero el horizonte aunque turbio, es hoy más posible que nunca.

Prefiero ver a los criminales en el Congreso y no en los campos reclutando menores y replicando la violencia de más de 60 años. Al fin y al cabo, y sabiendo que no se puede generalizar, llevamos décadas viendo a muchos allí.

Es probable que me equivoque, pero no he creído nunca en las certezas. Acudo a mi subjetividad plena en potenciales errores, pero con una honestidad blindada, y con un escepticismo crítico que me obliga a la veeduría ciudadana como convicción de vida. No tengo más.

 


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