(JCR)
Aunque anteriormente, de 2011 a 2012, trabajé en la República Democrática del Congo, en el lugar donde viví, Goma, no se celebraba la misa con el rito zaireño. En la Provincia Oriental, donde me encuentro ahora, sí, y el pasado domingo tuve oportunidad de participar en as esta liturgia por primera vez. Como no entiendo el lingala, mentiría si dijera que me enteré de todo, pero en África, sobre todo en las zonas rurales profundas, la gente reza con tal intensidad que hay mensajes que llegan dentro aunque no se entiendan las palabras.
Poco antes de las seis de la mañana caía en Dungu una mansa llovizna digna del mejor calabobos, txirimiri u orvallo del Norte de España. No suelo viajar con paraguas porque cuando lo he hecho lo he perdido siempre y sé que no tengo remedio, así que me eché la manta a la cabeza y salí del centro de la ciudad en dirección al barrio periférico de Bamokandi, donde los misioneros combonianos tienen una parroquia que atiende a numerosos poblados esparcidos por la selva. A buen paso, recorrí los cuatro kilómetros en unos cuarenta minutos y llegué con la misa recién empezada, cuando el padre Franco, un italiano lleno de energía veterano en estas selvas congoleñas, cantaba la invocación a los antepasados al inicio de la misa.
Leí hace años cómo está organizada este rito africano y, si mal no recuerdo, la petición de perdón viene tras la lectura del evangelio (porque nos damos cuenta de los lejos que estamos de sus exigencias), el signo de la paz se da tras la homilía… y alguna otra parte tiene un orden distinto al del rito romano. También llama la atención que la asamblea escucha el evangelio sentada, porque en la cultura local esa es la posición corporal que se adopta para prestar atención con respeto a un mensaje importante. Por lo demás, y como no podría ser de otra manera en África, en el rito zaireño se canta, y vaya si se canta, y con tal ritmo que uno pensaría que para quedarse sentado sin moverse haría falta estar afectado de esclerosis múltiple. Es un canto dialogado, en el que el sacerdote tiene como es natural un papel primordial… pobre del cura que no tenga dotes para el canto porque en esta misa hará un papel bastante mediocre. Del padre Franco se puede decir que tiene una más que respetable voz y que tiene muchas tablas en la celebración de la misa zaireña, por suerte para los que estuvimos presentes.
De los países africanos que conozco, tengo que decir que la música religiosa que más me ha llegado al alma es la de los cantos litúrgicos de Sudáfrica. En cualquier capilla por modesta que sea uno se encuentra corales, aunque sea sólo de seis o siete personas, que recuerdan a uno a Ladysmith Black Mambazo, y que expresan un grito profundo de libertad salido de muy dentro. En otros países, como Kenia, Sur Sudán o Uganda, los cantos de la Iglesia –con notables excepciones- siempre me han parecido, en general, un tanto infantiles y sus músicas poco imaginativas. La música litúrgica zaireña sí es capaz de despertar sentimientos muy profundos y de hacer que se rece con todo el cuerpo y uno se deje llevar por una energía presente en la multitud que canta, porque aunque puede haber un coro en la iglesia, la verdadera coral son los cientos de personas que, puestas en pie y balanceándose, cantan con ganas.
La Iglesia de Bamokandi, aunque no se puede decir que tiene unas grandes proporciones, es una de las más bellas que he visto en África. De planta circular, está magníficamente decorada por pinturas murales de un misionero belga que representan escenas bíblicas en la que Cristo, la Virgen, los apóstoles… son todos ellos negros y el ambiente en el que se desarrolla la imaginería es de un poblado africano. El arcángel Gabriel, por poner un ejemplo, trae el anuncio a una Virgen María a la que ha sorprendido en plena faena machacando la mandioca en el pilón. Esta es la imagen que me quedé contemplando con admiración mientras, tras recibir la última bendición (cantada, por supuesto), salimos todos fuera al terminar la misa que duró un espacio de tiempo de dos horas y media y que a mí me pareció unos pocos minutos.