Revista Opinión

La Enfermera Enamorada

Publicado el 23 diciembre 2017 por Carlosgu82

La enfermera enamorada

Francamente muchas veces tenemos que hacer cosas que al principio no queremos pero que después de un tiempo solo nos causan satisfacción haberlas hecho y hasta un poco de gracia. Es así como recuerdo claramente cuando hace ya algún tiempo, tuve a mi padre en un geriátrico, y una enfermera que tenía veinte años menos que él, presuntamente enamorada, le propuso que se casaran. Mi padre muy emocionado (era viudo), por supuesto que no iba a perder tan grandiosa oportunidad de estar con alguien nuevamente, sobre todo por ser mucho más joven y simpática.

Ahora ¿cómo me enteré yo de todo esto? Pues para fortuna de mi padre, un amigo mío trabajaba en ese mismo lugar y me hizo saber lo que acontecía con esta enfermera “enamorada”. Muy bien sabía yo que la muy descarada lo que buscaba eran las pertenencias y bienes que le quedaban a mi padre, ya que el buen hombre estaba jubilado y había tenido trabajos bien remunerados. Gozaba de dos pensiones, y una de las dos era bastante atractiva.

Como era algo natural de mi padre hablar tanto, sobre todo de sí mismo, de sus logros y sus hazañas, fue así como la enfermera supo de sus pensiones y bienes, ya que además tenía una casa (donde no vivía porque le recordaba mucho a mi madre y prefería no estar solo), grande, atractiva, bien ubicada y también un inmueble comercial que tenía en alquiler.

Entonces supe que tenía que hacer algo al respecto para sacar a mi padre de este engaño ilusorio y mal intencionado. Y pensé que si la “enfermera enamorada” de pronto supiera que mi padre en realidad no poseía nada, demostraría sus verdaderos intereses y al mismo tiempo dejaría a mi padre en paz. Recordé que mi padre había sufrido una pérdida de memoria a mediano plazo y le había dado una especie de alzhéimer; o al menos eso fue lo que dijeron los neurólogos, pero algo era seguro; había olvidado ciertas cosas que sucedieron el último año antes de diagnosticarle esto. Y se me ocurrió una grandiosa idea. Ya verán.

Esa misma semana visité a mi padre, y muy contento éste me dijo:

-Hija, tengo que darte una gran noticia; ¡me voy a casar!

-¡Qué bueno padre! ¿Y quién es la afortunada?

-¡Es esta humilde enfermera que me ha flechado el corazón!

-¡Qué maravilla padre, me alegro por ustedes, pero permíteme hacerte una pregunta: ¿dónde vivirán luego de casarse?

-En mi casa, donde vivíamos tu madre y yo, por supuesto; aquí no podríamos vivir.

-Pero papá, ¿olvidaste por completo que esa casa la vendimos?

-¡¿Qué?!, ¿de qué hablas?

-Claro papá, recuerda que hace unos meses traje todos los documentos, poderes y títulos de propiedad de tus bienes para que me los firmaras ya que habíamos llegado al acuerdo de venderlos para poder pagar la universidad de tus nietos que tanto amas y con los cuales tú mismo te habías comprometido a respaldar monetariamente sus estudios y también porque no vivirías más allí debido que no querías estar solo. Nadie imaginó que a tus 72 añosfueras a casarte de nuevo.

-¡Pero yo no recuerdo nada de lo que dices!, ¿en verdad firmé esos documentos? (se lo preguntaba a él mismo).

-Claro papá. Intenta recordarlo.

Mientras el buen hombre seguía buscando en sus “archivos mentales” todo este cuento que no le encajaba para nada (y no le encajaría nunca, porque todo me lo inventé), la “enfermera enamorada”, no podía disimular su expresión de sorpresa ligada a una rabieta mal habida debido a no informarse bien sobre la posesión de bienes de un ingenuo, antes de acceder a proponer matrimonio a un hombre mayor que ella por veinte años.

A duras penas podía contener mi risa al ver el rostro de la enfermera. En el fondo me dolía mentirle a mi padre de esta manera pero fue lo mejor que se me ocurrió hacer para sacarlo de ese hoyo.

Después de esto, mi padre me preguntó delante de la “enfermera enamorada”, qué había sucedido con sus pensiones; que al menos con eso pensaba hacer algo al respecto, como irse a vivir a un piso alquilado con su nueva esposa, o algo similar, debido a que se había quedado sin casa (ya que en la mía, bien sabía él que no entraría con la enfermera) y no quería perder el nuevo amor de su vida por una razón como ésta.

Entonces ahí bastó que le preguntara: ¿Y con qué dinero crees que pagamos este geriátrico? La cara de mi padre era todo un poema; y con esto se acabó la rabia, ya que me había encargado de matar al perro.

No pasó mucho tiempo cuando me informaron del geriátrico, que la “enfermera enamorada” de pronto quiso mudarse de apartamento y lugar de trabajo, luego de tener ciertos percances con mi padre porque él “no la entendía”. Por otro lado mi padre quedo perplejo al darse cuenta de las intenciones de su querida enfermera, sobre todo cuando en una nueva visita le conté toda la verdad y también le dije por qué le había mentido así. Que sus propiedades estaban aún a su nombre y su pensión era únicamente suya, fue algo que después no quería creer; decía que yo era una mala abogada; y la cuestión es que yo no recuerdo haber estudiado derecho jamás, creo que me confundía con una hermana mía.

Pero a fin de cuentas, que quede claro que lo hice todo con buenas intenciones.

A pesar de que mi padre jamás me lo agradeció, siento que hice lo correcto. Solo Dios sabrá a cuantos por ahí los habrá visitado la “enfermera enamorada” y no habrán tenido hijas como yo, que puedan salvarlo de semejante atrocidad. Pero bueno, esto sirve de experiencia.

¿Y tú, has tenido problemillas similares con “enfermeras enamoradas”?


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