En fin, que la cosa tiene su aquél. Todos se fueron de vacaciones y a la vuelta a improvisar, que se nos da bien; y además somos creativos. Y lo somos tanto, que lo primero es echar la culpa a los otros, faltaría más. Comienza el curso escolar y pilla a los padres desorientados porque desconocen cómo se van a impartir las clases; los políticos te dicen que no hay problema y que está todo controlado y el profesorado que es imposible impartir las clases con seguridad. Pues muy bien: ¡Bingo¡
Se supone que el periodo no lectivo de Junio y Julio es para preparar las clases del curso siguiente. Pero ay, colega, en este solar la culpa siempre es de otro. "A mi plín", que si no es mi función, que no es mi trabajo, que a mí no me corresponde, que si estoy agotado... Y así nos va. Llegó setiembre y nos pilló como a los malos alumnos: con los deberes sin hacer.
Toca gestionar el caos; y para ello poco vale la seguridad y la comodidad de antaño. El paradigma ha cambiado. Ahora la lección habla de excelencia profesional, equilibrio emocional, mucha paciencia y gran creatividad. Pues hala, a transformar el caos en procesos eficientes y controlables. Así que a la papelera el desgastarse emocionalmente en reproches que generan tensiones y desconfianza.
Bueno sería que los protagonistas de esta historia (políticos, profesores, familias y alumnos) comenzaran a hacer lo que no hicieron en julio, cada uno a su nivel, esto es: trabajar en equipo, confiar en sus capacidades para transformar el modo de organizarse con planes realizables y haciendo análisis de las realidades factibles. Y sobre todo: dejar de quejarse porque aquí todos dejaron la asignatura pendiente para setiembre.