Paul Johnson hablaba de la impasibilidad de una estatua de un indio de caoba de tienda para referirse a Adenauer. Seguí la entrevista con el presidente Rajoy por la radio. Escuchándola, uno percibe esos matices que el medio televisivo te brinda o te hurta. Me explico: la ausencia de imagen te deja la voz desnuda. La de la entrevistadora, deslavazada y con preguntas de construcción imposible. La del entrevistado, en su línea de inconcreción porque “no hay que adelantar acontecimientos”.
La entrevista televisiva es aquella propuesta solidificada sobre tres pilares: el entrevistado, el entrevistador y la audiencia. En este caso, se trataría de un diálogo del que obtener información. Este tipo de ejercicio periodístico no es el interrogatorio de un fiscal en un juicio ni el del abogado de la parte contraria. El juego se basa en preguntar y responder. Con su ‘tempo’ y sus pausas. Tan sencillo y a la vez tan complicado. Pero no todos los profesionales parecen entenderlo así.
De un tiempo a esta parte parece haberse instaurado la entrevista inquisitorial. Poco menos que o usted me dice lo que yo espero o no me vale. Y, claro, tampoco es esto. La libertad de expresión también se fundamenta en saber preguntar y en escuchar. En el otro polo estaría la lisonjera. Pero para ese viaje no se necesitarían alforjas. La entrevista es un género puro que sigue siendo muy válido en los tiempos que corren. Una pena que haya quien la distorsione en busca de un mal entendido protagonismo.