Revista Salud y Bienestar
Estamos de acuerdo en que la ciencia mola. Sin ella seguiríamos viviendo tranquilamente en cuevas y la vida no sería tal y como la conocemos. No voy a desmontarles el mito, me considero un científico y aplico tanto el conocimiento como el método a todo lo que hago. El problema surge cuando elevamos dicho paradigma al paroxismo. Como dijo Arthur C. Clarke, "Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia" y de esta forma volvemos sin querer a cerrar el bucle llegando a la casilla de salida del juego de la oca que es la vida. Estamos rodeados de tecnologías muy avanzadas que concentran en el diminuto tamaño de nuestro móvil más capacidad de computación que la requirió llevar al hombre a la luna. Precisamente de astronautas quería hablarles. Ridley Scott presentará en unos días su última película, The Martian basada en el libro de Andy Weir que les recomiendo si les gusta la buena ciencia ficción. En esta obra la ciencia es exaltada y los científicos son elevados a la categoría de sumos sacerdotes. En mi opinión nos hemos pasado de frenada. Por la parte prosaica también lo veo todos los días desde la privilegiada atalaya de mi consulta. La gente viene pidiendo la pastilla que le solucione sus problemas. No quiere que le digas que ha de cambiar cosas en su vida para mejorar, tienen fe en la ciencia y esperan que las pruebas científicas averigüen las causas de sus males, que en ocasiones no está dentro de sus cuerpos, y se les provean tratamientos pese a que no esté claro que les sirvan para su motivo de consulta. La ciencia y la medicina se convierten así en una cuestión de fe.
El imperio del todopoderoso mercado mira con satisfacción estas evoluciones que dejan pingues beneficios en sus arcas. Ya no es necesario hacer sacrificios a los dioses en el altar ó largas penitencias, basta pasar por caja. Por eso espero por un lado que disfruten de la novela y la película y que reflexionen por otro hasta que punto hemos perdido un poco el norte.