Por eso, en 1492 abandonarán los reinos de la Monarquía algo más que unas docenas de miles de súbditos. Algo más. Como asegura Albiac (Página 70) con maestría:
"En sus aspectos personales, la expulsión tiene caracteres de un dramatismo, las más de las veces, desgarrador. En su dimensión económica, social y cultural, constituye, sencillamente, una catástrofe en el proceso de formación de la España moderna. Las patéticas caravanas de judíos, que los cronistas de la época nos han descrito con minucia, se llevaban consigo algo más que cosas, familias y dinero producto de bienes malvendidos: la esperanza misma del nacimiento de un Estado moderno abandonaba con ellos el horizonte español, en el momento mismo en que el oro de América iba a apuntar los albores de la "acumulación originaria" sobre una castillo de guerreros y eclesiásticos. Se inicia la modernidad."
Aquella Castilla de las ciudades y el comercio. Aquella Castilla descreída. Aquella Castilla con la que quizá soñó Pedro I. Aquella Castilla que marchó a Portugal, aunque muchos quedaran emboscados en la mi tierra y en la suya Raya...