MI PESIMISMO NO ES SINO UNA VARIEDAD DEL OPTIMISMO. Jean Cocteau
Ocurrió que, quien suscribe, no pudo evitar una pequeña sonrisa cuando leyó a un periodista que los israelíes y palestinos no se ponían de acuerdo en la longitud del muro que los primeros están construyendo en Cisjordania. Seguramente las dos partes tendrán razón y el motivo posiblemente se encuentre en las fractales matemáticas, que no es momento de explicar, entre otras cosas porque uno ya es talludito y no es cosa de quedar en evidencia.
En realidad, la longitud del muro depende de la escala del mapa que se use. Cuanto mayor sea ésta, lógicamente, más ajustados serán los detalles y, por tanto, aumentará la distancia. De hecho, en la práctica hay recovecos y curvas excesivamante pequeños que ni los mapas más precisos recogen, pero que en realidad suman los espacios entre dos puntos. En la práctica no hay ningún mapa que refleje fielmente las longitudes físicas.
Lo dicho también sirve para las fronteras. Los países grandes suelen usar escalas menos precisas que los pequeños. De esta forma, no es de extrañar que las medidas de longitud de las fronteras de España y Andorra sean distintas en función del país que las emita. Es un ejemplo de cómo las matemáticas ayudan a entender que los juicios de valor y las consideraciones ideológicas están también supeditados a la escala que se use.
Si parece que no es conveniente porfiar en cuestiones en las que intervenga una memoria de por sí ya imprecisa y acomodaticia, menos lo será batirse en duelo por cuestiones supeditadas a escalas no iguales a las nuestras y realizadas por terceros. En el caso que nos ocupa, las partes no llegan a un acuerdo -basta coger un cinta métrica y medirlo in situ- porque cada una usa una baraja marcada. Lo hacen además a sabiendas, en un lenguaje dirigido a convencer a los suyos de lo que por otra parte no hace falta. En fin, como la vida misma.