«Adam Smith decía que el descubrimiento de América había "elevado el sistema mercantil a un grado de esplendor y gloria que de otro modo no hubiera alcanzado jamás". Según Sergio Bagú, el más formidable motor de acumulación de capital mercantil europeo fue la esclavitud americana; a su vez, ese capital resultó "la piedra fundamental sobre la cual se construyó el gigantesco capital industrial de los tiempos contemporáneos". La resurrección de la esclavitud grecorromana en el Nuevo Mundo tuvo propiedades milagrosas: multiplicó las naves, las fábricas, los ferrocarriles y los bancos de países que no estaban en el origen ni, con excepción de los Estados Unidos, tampoco en el destino de los esclavos que cruzaban el Atlántico. Entre los albores del siglo XVI y la agonía del siglo XIX, varios millones de africanos, no se sabe cuántos, atravesaron el océano; se sabe, sí, que fueron muchos más que los inmigrantes blancos, provenientes de Europa, aunque, claro está, muchos menos sobrevivieron. Del Potomac al río de la Plata, los esclavos edificaron la casa de sus amos, talaron los bosques, cortaron y molieron las cañas de azúcar, plantaron algodón, cultivaron cacao, cosecharon café y tabaco y rastrearon los cauces en busca de oro. ¿A cuántas Hiroshimas equivalieron sus exterminios sucesivos? Como decía un plantador inglés de Jamaica, "a los negros es más fácil comprarlos que criarlos"».
Las venas abiertas de América Latina (1971)
[Extracto del libro escrito por Eduardo Galeano]
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