LIDIA MARTÍN
Si la realidad de una culpa necesaria es para el hombre moderno una auténtica revolución (y verdaderamente lo es a la luz de lo que en nuestros tiempos se promueve), más sorprendente y desconcertante aún resulta el concepto de gracia, máxime cuando hoy por hoy sabemos más que de sobra que nada en la vida es gratis y que, como decían los “antiguos”, nadie da duros a cuatro pesetas. Pero así es nuestro Dios y, por ende, también su plan de salvación: es inesperado, impredecible por incomprensible para nuestra mente pero, más aún y por encima de todo ello, misericordioso y generoso en Su favor para con el hombre.>
La culpa honesta, realista, y su consecuencia más inmediata, el arrepentimiento, son la llave para el acceso a esa gracia que se nos ofrece en Jesucristo. Sin esa culpa no somos capaces de entender, ni siquiera mínimamente, en qué posición real estamos frente al Altísimo. El malestar que la acompaña es, ni más ni menos, que el sentimiento coherente con la percepción certera de que, frente a Dios, no sólo no somos perfectos, que eso la mayoría podemos asumirlo aún sin ser cristianos, sino de que le hemos ofendido profundamente.
Puede leer aquí el artículo completo de esta psicóloga y escritora, de fe protestante, titulado La esclavitud de la culpa innecesaria.