Revista Cultura y Ocio

La escritura invisible

Por Calvodemora

La escritura invisible  
I
En 1.882 Friedrich Nietzsche, aquejado de un problema óptico severo, ideó un método para no perder el antiguo hábito de la escritura, tan fatigosa y esclava del mecánico ejercicio de manuscribir palabras en una hoja y fijar la vista hasta devatarla. Compró una máquina de escribir Hansen, el modelo Writing Ball , una maravilla de la época. De hecho, la primera construcción mecanográfica de la Historia. Ya nada más empezar a usarla notó que los dolores de cabeza menguaban y como consecuencia redobló  su volumen de trabajo.  Lo que estimula mi asombro, siempre lúbrico a poco que se le motiva, es el modo en que la irrupción de la máquina de marras, su concurso estimable en la prosa del autor, influyó en su forma de escribir. Fue un compositor amigo de Nietzsche quien advirtió la mudanza en el estilo. La prosa caligráfica de antes, proclive a los arabescos mentales, muy concienciada del valor de la precisión narrativa y del texto trabajado hasta el desmayo, derivó a una más áspera, exenta del anterior vuelo semántico. La idea (razonó Nietzsche) es fruto también del instrumento que la plasma. De hecho el filósofo pasó del trozo trabado y largo al apunte seco, del capítulo denso al ejercicio malabar de su última época. Dejó el cuerpo grueso de sus antiguas elucubraciones y pasó, sin aparente fractura, a una especie de cuerpo fascicular, menudo, hondo a pesar de su deliberada flaqueza orgánica. Si la prosa de Nietzsche era previamente un virtuoso ejercicio de arabescos, metáforas y largos párrafos encabalgados como paladines del cansancio intelectual luego se hizo (a partir de la injerencia de la máquina) aforismo, pequeño ejercici de menor fuste sintáctico. Todo por teclear, por acondicionar la inercia de las ideas a las exigencias de las teclas. Me pregunto yo, al hilo del ahora, cómo sería un blog manuscrito, que hallazgo se ha quedado en el limbo del ingenio, perdido por la imposición del teclado y su transcripción fantasmagórica a una pantalla de ordenador. Y algo más: ¿a qué enfermiza prosa, por enclenque, hubiese llegado Nietzsche de haber tenido a mano un editor de blogs, un procesador de texto, toda esta maquinaria maravillosa de los cachivaches ofimáticos?

II
La máquina de Borges fue la Kodama, una groupie sensible y culta, que engolosinó la soledad amorosa del maestro argentino. El dictado entusiasta y engolado de Borges (sólo hay que oir sus conferencias grabadas, sus entrevistas para televisión) probablemente confieran a su literatura una arquitectura sintáctica determinada (visible a partir de El libro de arena) que no aparecía en El Aleph o en El jardín de senderos que se bifurcan.) La ceguera marca una forma de narrar y la visión, el apercibimiento óptico de las grafías manumitidas al folio en blanco da otra. No hay un paso intermedio: no es posible aferrarnos a la hipótesis de un escritor que prescindiera de la fatiga que supone verter en un formato su obra. Al escribirla, al abandonarla en un recinto logístico, existe una pérdida. También la hay, de un modo absolutamente irreprochable, al ser entregada de forma oral. No sé si es cierto que todos escribimos mejor que hablamos. Yo, en particular, tengo una oratoria deplorable.
III
Cervantes, escribiendo a pluma, interrumpiendo de continuo el flujo narrativo para abastecerla de tinta, escribió un Quijote preciso, uno entre los infinitos Quijotes posibles (y en esto huelga decir que acudo a Borges nuevamente). ¿Será la caprichosa/azarosa circunstancia de su escritura la causante del resultado final? Sin duda ninguna. Tal vez la literatura que nos conmueve, la que nos alegra o nos perturba, la que nos procura el júbilo que la realidad tozudamente se obstina en esquilmarnos o la que complementa más armoniosamente la más alta experiencia de vivir sería otra (y bien diferente) si quienes la forjaron hubiesen dispuesto de otros instrumentos para registrarla. Como aquel principio de la física teórica que Heisenberg regaló a sabios y ociosos que venía a decir que era materia imposible medir el lugar y la velocidad de una partícula puesto que los instrumentos de medición alteraban irremediablemente esa posición y ese movimiento. ¿Y si no hablamos únicamente de física teórica?

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