Revista Cultura y Ocio

La escritura no es para escritores

Publicado el 24 mayo 2012 por Sergio B Huidobro

 Dice Gabriel Zaid que dice Cervantes que si uno no entiende el dibujo de un gato, no es preciso volverlo a dibujar sino escribirle una leyenda que ponga: “Esto es un gato”, y listo. Otra forma de decirlo (aunque esta ya es mía, ni de Cervantes ni de Zaid) es que el escribir puede clarificar y delinear nuestro entendimiento del mundo de formas en las que al mismo mundo –barroco, asfixiante, grosero, veloz, abigarrado– le resulta imposible hablar.
Acaso el lector encuentre que el párrafo anterior peca de cursi o exaltado. Confío en que no sea ni una cosa ni otra. Hace un tiempo me encontré dando clases de regularización para algunos chicos de secundaria que jamás atinaron a decirme qué era aquello que separaba a la Prehistoria de la Historia. Entre sus respuestas: El nacimiento de Cristo, la extinción de los dinosaurios, la conquista de América o (la más elaborada) la invención de la agricultura y, ergo, las primeras sociedad sedentarias.
Ninguno parecía haber reparado en la escritura como punto de arranque para la civilización que hoy conocemos, y como verdadero inicio de la Historia, al menos en las cronologías más aceptadas. Pero la cosa no termina en condenar con gritos en el cielo el nivel de la educación básica ni mucho menos: estoy seguro de que si saliera ahora a la calle y preguntara lo mismo a 30 personas al azar, serían pocas las que acertarían. Y  más de uno se sorprenderá, estoy seguro, de que algo tan banal como el escribir marque el antes y el después de todo, por encima de sucesos mucho más dramáticos y espectaculares.
Nuestro tiempo no es tiempo de escritura; nuestra vida (hablo cuando menos de la urbana, la occidental, la que conozco) ha encumbrado al acto de escribir como propia de “los escritores”, y no de “los seres humanos.” En la misma lógica en que tenemos contadores para que ellos se ocupen de las declaraciones fiscales y tenemos gobernantes para que ellos se encarguen… bueno, de casi todo, así parecemos entender que los escritores existen para que sean quienes se encarguen del idioma, pues uno ¿cuándo va a tener tiempo para escribir algo más largo que un correo electrónico, un memorándum, un oficio o un formulario?. Ni pensarlo.
Para escribir uno necesita tiempo, si, pero también la voluntad de hacerlo, y esa voluntad no puede nacer de otro lugar que de la consciencia de lo que significa escribir . Se necesita también, decía Virginia Woolf, un cuarto propio, y si bien ella se refería a un espacio de vida independiente y autosuficiente para las mujeres preparadas, en nuestra época un cuarto propio se puede traducir como un espacio mental, ajeno al ritmo y los estímulos del mundo, divorciado del hipertexto, las multitareas y la llamada en espera, igual para hombres que para mujeres.
Hoy conocemos y guardamos como grial los gruesos volúmenes de diarios y correspondencia de Tólstoi, Goethe, Anäis Nin, Adolfo Bioy Casares, Paul Celan, Kafka, Stefan Zweig y un batallón más. Muchas de esas páginas no fueron escritas con la consciencia de que más tarde serían editadas, comentadas, distribuidas, comercializadas ni reseñadas. Lo que no está nada mal, porque si todos ellos supieran de antemano cuántas personas los leeríamos, no habrían escrito ni la mitad de las impudicias e indiscreciones que suelen ser las partes más entretenidas de los papeles ajenos.
Muchas de esas páginas nacen de actividades naturales como el carteo y el diarismo, que hasta hace poco jugaron un papel tan decisivo como el Quijote o Nadja en la evolución de las lenguas, aunque fuera un papel menos público. Tal vez, al final, las páginas mejor acabadas de Voltaire o Paz no sean sino el producto final de la intensa práctica diaria de escribir cartas extensas  y de llevar diarios de densidad casi ensayística.
Por supuesto, no todos los que llevan diarios terminan siendo Goethe, ni todos los que practicaron la correspondencia de forma atlética terminaron escribiendo Madame Bovary, pero ahí recae el punto: en que la escritura cotidiana fuera eso, cotidiana, natural, conversacional, dinámica, aún cuando uno no aspirara a publicar nunca nada. Y si, tal vez aquellas actividades fueran un divertimento casi exclusivo de las altas burguesías y las clases mejor acomodadas, pero hoy, a ojos nuestros, aquello no deja de constituir uno de los legados más transparentes que tenemos para mirar hacia el pasado y su intimidad.
Esa escritura, la “de a pie”, hoy amenaza con desaparecer definitivamente de la vida misma: ¿cuántas personas en su familia llevan un diario como actividad? ¿cuántas veces en una semana acostumbra usted escribir correos o mensajes que rebasen los dos párrafos de extensión? ¿no le parece a usted una barrabasada el que, en un idioma que rebasa las 300 mil palabras como el español, una de las frases más recurrentes para expresar conmoción o emociones sea “No hay palabras para describirlo”?
¿Legará nuestro tiempo testimonios de la misma naturaleza a las épocas venideras? Difícilmente, aunque tampoco seamos catastrofistas: los acervos audiovisuales y multimedia cumplen esa función con particularidades que antes estuvieron vedadas a la escritura; aún así, me atrevo a afirmar que, de la misma forma, la escritura permite trazar ciertas zonas del pensamiento y la sintaxis que hoy resultan virtualmente imposibles para lo audiovisual. La más relevante: el carácter necesariamente individual, persona, solitario de la escritura. Diferente es del cine, que siempre implica un trabajo de más de dos manos, o del diseño, que implica cadenas de varias etapas en su producción.
Bien pueden y debe convivir la escritura con otros formatos de registro, con la fotografía, el net-art o el blogueo multimedia, que el futuro también reclama ya como necesarios e irrenunciables, y cuyos méritos no son pocos ni menores. Pero la escritura como actividad cotidiana, punto de partida de lo que llamamos Historia, es una de las poquísimas cosas que no podemos permitirnos perder como especie, pues implicaría perder mucho, mucho más. Las consecuencias ya las vemos desde hace tiempo: notas periodísticas mal escritas, empobrecimiento de vocabularios, desinformación y una auténtica debacle ortográfica en prácticamente todos los niveles.
 Así que, tanto si he logrado alarmarlo como si no, deje de leer esto, tome una hoja de papel, máquina de escribir, abra Word, o lo que sea, y escriba doscientas veces: La escritura no es para escritores. La escritura no es para escritores. La escritura no es para escritores. La escritura no es para escritores. La escritura no es para escritores. La escritura no es para escritores. La escritura no es para escritores. La escritura no es para escritores. La escritura no es para escritores. La es(…)
La escritura no es para escritores

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