Revista Educación
Las escuelas que necesitamos, la Calidad Educativa buscada, deben ser objeto de análisis ¿Cuál debe ser su funcionamiento interno? ¿Qué relaciones debe mantener con el resto de la comunidad? ¿Qué rol debe cumplir el profesor?
En efecto, los contenidos de las disciplinas sociales se presentan como asuntos básicamente memorísticos, en las que hay que recordar la división de poderes, la división administrativa del estado, los sectores de la producción, la distribución de la población, nombres de países y capitales, fechas y personajes históricos, datos y hechos que no son significativos si no se pueden utilizar, si no se relacionan con la experiencia cotidiana. Por eso, me parece que uno de los puntos de partida para entender la sociedad y establecer una educación democrática sería reflexionar sobre el propio funcionamiento de la escuela.
La escuela es una institución social, como otras muchas en las que participamos, una institución que tiene todas las características de otras instituciones sociales y en la que el niño está inserto, donde está viviendo y pasa un buen número de horas. Además, en ella se plantean los mismos problemas, conflictos semejantes a los que existen en otras instituciones sociales.
¿Por qué empezar a hablarles de la Constitución y no comenzar por enseñarles a analizar el funcionamiento de la propia escuela, reflexionar sobre lo que pasa en ella? Decíamos que en la escuela se plantean fenómenos semejantes a los que existen en las instituciones políticas: hay que establecer una serie de normas de funcionamiento, que sería lo que correspondería al poder legislativo; hay que tomar decisiones, lo que corresponde a la tarea del poder ejecutivo y hay conflictos, violaciones de las normas y, entonces, hay que recurrir a sanciones, es necesario un arbitraje, que sería lo que correspondería al poder judicial.
Los alumnos pueden constituir un cuerpo legislativo que crea normas, establece las reglas que deben regir muchos aspectos del funcionamiento en el interior de la clase. Sin embargo, esas normas hay que ejecutarlas y las puede ejecutar el profesor en función de máximo jefe del poder ejecutivo o un grupo de alumnos elegidos para ello. Además, se producen conflictos y la violación de las normas, que tiene que ser sancionada de alguna manera y ahí también los alumnos pueden participar, en función de poder judicial. Como decíamos, las violaciones de las normas pueden constituir un objeto de debate dentro de la clase, o dentro de la escuela y, reflexionando sobre esto, los alumnos entenderán mucho más fácilmente los problemas de la organización de una sociedad.
Sin duda, cuando estos problemas se trasladan a instancias más amplias de la sociedad resultan más difíciles de entender. Por ello, los alumnos pequeños piensan que en realidad no hace falta ninguna división de poderes, porque el presidente es el más bueno, es el más sabio, es el que dispone de todos los recursos; todo lo demás sobra, él hace las leyes, él las aplica, él castiga y no sería necesario el establecimiento de esas distintas opciones; eso es lo que piensan los niños pequeños.
Cuando los problemas se relacionan con su propia experiencia, con su propio funcionamiento en el interior de la escuela, entonces pueden ver esos asuntos de una manera distinta y más realista y, a partir de esa experiencia, tendrá mucho más sentido enseñarles sobre el funcionamiento político, sobre la historia, ver cómo han ido cambiando las formas de gobierno, de dominación en la historia, etcétera.
Las relaciones con la comunidad El tercer aspecto que tendría que cambiar en las escuelas democráticas se refiere a las relaciones entre la escuela y la comunidad. Aquí también nos podemos plantear un horizonte utópico que muchas veces ya se ha empezado a realizar y sobre el que existen numerosas experiencias positivas realizadas en escuelas, pues hay centros que funcionan de modo parecido a lo que voy a mencionar. Se trataría de generalizarlo; disponemos de experiencias muy interesantes sobre el funcionamiento de las escuelas, pero siempre están reducidas a una escuela, en algún sitio y nunca se han generalizado, nunca se extendieron esas reformas, esos cambios educativos, a la totalidad del sistema. Hemos de tomar conciencia de que la escuela ha venido siendo un centro replegado sobre sí mismo, en el que se mantiene a los niños para evitar que salgan fuera. Con actividades que se refieren a la propia escuela se proporciona un saber intemporal que los alumnos tienen la impresión de que siempre ha existido, pero cuya utilización en la vida práctica es muy limitada. Mientras que los problemas de los que se habla cada día, los intereses de los alumnos, apenas tienen cabida, no son parte de los contenidos escolares.
Esto es algo que tendríamos que modificar para que la escuela se convierta en un centro de cultura, de conocimiento, en un lugar de intercambio, en un centro social abierto a toda la comunidad en que está inserta. Deberíamos tener escuelas mucho más vinculadas al entorno en donde están situadas, con los habitantes que viven alrededor de ellas, de tal manera que la escuela no fuera un espacio restringido a los niños, sino que estuviera abierto también a los adultos.
En muchos países, las escuelas están abiertas sólo unas pocas horas al día y disponen de instalaciones excelentes, tienen bibliotecas, talleres que no se utilizan más que durante muy poco tiempo, que podrían estar abiertas, en las horas que no se utilizan, no sólo a los niños, sino a todos los adultos que lo deseen que son parte de la comunidad, para que pudieran asistir los jóvenes y cualquier otro miembro de la comunidad. Esto tiene especial sentido cuando hablamos cada vez más de una formación continua, de que ésta se tiene que prolongar durante la vida entera. En este mundo cambiante no se acaba la formación a los quince años, a los dieciocho años, o incluso cuando se termina una licenciatura en la universidad, sino que tenemos que seguir aprendiendo sin intermisión. Habría, pues, que tratar de vincular con la escuela a los adultos del entorno para que vengan a aprender, y también para que vengan a enseñar, a contar sus propias experiencias, cómo realizan su trabajo, cuáles son los obstáculos que encuentran en su actividad; en charlas, en sesiones que podamos organizar para contárselas a los niños. A todo el mundo le gusta hablar de lo que hace y con la ayuda de un profesor, que puede estar encargado sólo de esas actividades, se pueden preparar esas exposiciones para contar en que consisten las distintas profesiones, los distintos trabajos, las distintas experiencias.
Hay que contribuir, igualmente, a la formación de los padres, a los que muchas veces los profesores ven como problemáticos, porque interfieren o no entienden bien la dinámica escolar. Bastantes padres no recibieron ninguna formación, o una muy corta, y dado que la vida y las relaciones con los hijos han cambiado tanto en tan poco tiempo, se les puede hablar respecto al aprendizaje, al desarrollo de sus hijos, a las necesidades de éstos, a sus modos de entender las cosas. Con frecuencia, cuando se llama a los padres a las escuelas, es simplemente para explicarles lo que se va a hacer a lo largo del curso y nada más, sin ofrecerles ningún otro tipo de participación, o para darles quejas acerca de su hijo/a. Por ello, resultan cada vez más necesarias las escuelas para padres. Se debería constituir la escuela como un foro de discusión ciudadana, un lugar de encuentros, que ofrece talleres que pueden ser utilizados durante algunas horas por jóvenes o adultos, una biblioteca también abierta, unas instalaciones deportivas que podrían ser también usadas por todos.
Por supuesto, también hay que sacar a los alumnos, en la medida de lo posible, fuera de la escuela para que, como ya se hace en muchas, visiten instituciones, fábricas, museos, y entren en contacto sistemáticamente, guiados por el profesor, con la vida social. En definitiva, hay que traer la sociedad hacia la escuela y llevar la escuela hacia la sociedad. Estos tres serían, hablando en términos muy generales, los cambios necesarios en la escuela. Ahora diré unas palabras sobre el papel del profesor.
El papel del profesor ¿Cuál debería ser el papel del maestro en estas instituciones escolares hacia las que deberíamos encaminarnos? El profesor es una pieza central en el funcionamiento de la escuela, y si no cambia la función de los profesores, no habrá ningún cambio educativo ni será posible ninguna reforma educativa.
Todas las reformas educativas creo que fracasan porque se hacen leyes, se hacen reglamentos, se hacen libros de texto, pero parece olvidarse que es el profesor el que tiene que administrar todo eso, y si el profesor continúa desarrollando la misma práctica durante toda su vida, entonces no habrá cambios que vayan al fondo del problema, sino que adaptará las nuevas normas a su propia práctica, y seguirá con sus rutinas.
Para empezar, el profesor debe tener una conciencia clara de que él no enseña, porque hablando con rigor es una ilusión pensar que estamos enseñando. Los profesores ponemos las condiciones para que nuestros alumnos aprendan mediante su propia actividad; sabemos que el conocimiento tiene que ser construido por el propio sujeto, tiene que asimilarlo y acomodarse a él. Entonces, el profesor lo que tiene que hacer es facilitar, crear las situaciones en las cuales el alumno aprenda a partir de su propia práctica, de su propia actividad.
La función del profesor es extraordinariamente difícil. Los profesores deberían ser de los profesionales mejor pagados en la sociedad, porque es una de las tareas más difíciles. Además, hay que proporcionarles los medios para realizarla. Muchas veces, los profesores desean cambiar su práctica, pero no disponen de instrumentos, de conocimientos o de los medios para poder hacerlo.
El profesor tiene que ser un modelo, porque muestra cómo hay que pensar y cómo hay que comportarse; un modelo que sus alumnos puedan imitar. Tiene que ser un árbitro que aplica las normas ayudado por los alumnos y que va poco a poco transfiriendo su autoridad a la autoridad del colectivo; es decir, la función del profesor es, a lo largo del desarrollo de los alumnos, de su escolaridad en la escuela, renunciar a su autoridad para transferirla al grupo. En eso consiste la democracia, en un gobierno en el que todos están participando, no en el que hay uno que es el que decide lo que hay que hacer.
Además, el profesor tiene que ser un animador social en el sentido de que crea situaciones de aprendizaje, impulsa la realización de esas actividades, las pone en marcha e incita a que los alumnos las desarrollen, las lleven adelante, y les ayuda y orienta en las dificultades.
Tenemos que promover entonces la autonomía en todos sus aspectos, en los Estados, en los centros de enseñanza, en los profesores, y prioritariamente en los alumnos. La autonomía tiene que ir unida a la responsabilidad, de tal manera que los diferentes actores, administradores, inspectores, directores, profesores y alumnos tengan que rendir cuentas de lo que hacen y asumir las consecuencias. El que no desempeña bien sus funciones tiene que ser responsable de ello y atenerse a que se tomen medidas respecto a las deficiencias en su trabajo.
Autor Juan Delval Extraído de: La escuela para el siglo XXI
Juan Deval Doctor en Filosofía. Catedrático de Psicología Evolutiva y Educación en la Universidad Autónoma de Madrid. Sus líneas de investigación versan sobre el desarrollo del pensamiento infantil, especialmente en lo relativo a la lógica, a la formación del pensamiento científico y a la construcción de nociones sociales, así como a su aplicación a la formación de conocimientos en la escuela.