La Trashumante Nº 6 funciona a dos puntas. En Huncal y Cajón Chico. Es una adaptación para que los chicos puedan terminar la primaria. Hay malestar porque el ciclo 2017 aún no se inició.
Cuando en primavera las chivas empujan hacia el pasto fresco y se largan a trepar, no hay quien las frene. Lo mismo cuando bajan al llano para esquivar nevazones. Junto a ellas van sus dueños, los crianceros mapuches. Y desde hace 10 años, una nueva modalidad de escuela se adaptó a este ciclo natural, para que los chicos no falten a clase y puedan terminar su educación primaria.
Así funciona hoy la Escuela Trashumante Nº 6 de Neuquén. A dos puntas por la invernada y la veranada. Es que desde su creación en 1911 hasta 1988 nadie terminaba la primaria. Tuvieron que adaptarse al movimiento de sus habitantes. Y desde 1988 ya llevan 169 egresados.
En un punto está el edificio histórico en el Paraje Huncal, a 40 kilómetros al este de Loncopué. Es el territorio para la invernada, agreste y seco.
El otro punto está en Cajón Chico, a 9 kilómetros de Caviahue, en una zona privilegiada de la precordillera. Allí realizan la veranada y los chicos toman clases en siete containers. Aquí arriba las casas humildes de la comunidad mapuche Millaín Currical se esparcen por la olla verde que forman los cerros. Al fondo, el lago Caviahue es puro reflejo del paisaje. Y el volcán Copahue clava su columna de humo gris en un cielo despejado.
Sin clasesAl clima idílico que despierta en el visitante el valle de Cajón Chico lo mancha un sólo dato. Las clases no empezaron en marzo por problemas administrativos y los chicos y sus padres siguen esperando. Perdieron 27 días de clases en lo que va del 2017.
El problema, según relatan docentes y los padres, es que el Consejo Provincial de Educación no nombró al auxiliar de servicios (realiza tareas de limpieza, cocina y mantenimiento), y los alumnos estuvieron esperando en la montaña. Hace poco bajaron a Huncal por la invernada. "Ya agoté todos los recursos, insisto, pero desde Educación no me dan respuesta", explicó a "Río Negro" la directora de la escuela Mirta Torres, que se crío en la comunidad mapuche. (Ver recuadro)
En estos días sin clases, Mirta visita las casas de los alumnos y trata de contener a sus padres. El viernes último tuvieron una reunión para definir qué medidas tomar ante la falta de respuesta oficial.
En un territorio donde las distancias, la pobreza y las necesidades aíslan, sólo el esfuerzo y el reclamo sirven para pelear contra el olvido. Es lo que tienen a mano los lugareños para intentar sostener el espacio educativo.
Los chicos de la comunidad que ya terminaron la primaria y hacen el secundario en Loncopué, tampoco iniciaron clases. También por "problemas administrativos". No pueden alojarse en la residencia estudiantil porque aún no crearon el cargo de celador. El albergue es nuevo. Fue inaugurado a fines del 2016 y lleva en su ingreso una placa de agradecimiento al gobernador Omar Gutiérrez y a la intendenta Marita Villone.
"Da mucha tristeza ver que corre el tiempo, viene el frío y los chicos no están donde tendrían que estar: en clases. Ahora juegan en los campitos", dice Juan Huenten, papá de Danilo, que está en 5° grado y de Mateo, en la salita de 4 años. Frente a su casa de Huncal, y a unos 300 metros se ve la escuela, con el portón cruzado por un candado.
Juan tiene 40 años y unas pocas chivas "para consumo". Dice que no quiere que su plantel crezca para evitar "el sacrificio y desgaste en la familia" que significan los traslados a la veranada. Prefiere las "changas" en Loncopué. "Hago albañilería en la semana, y el sábado y domingo vuelvo con unos pesos para estar con mi familia en Huncal", explica.
Su hermano, Damián Huentel, vive con su esposa en una casa cerca. No crían animales y hacen pasturas. Tienen 5 chicos y solo la beba no va aún a la escuela. Se mostraron preocupados por la situación: "queremos un futuro distinto para nuestros hijos, Necesitamos que tengan clases ".
La agrupación Millaín Currical está compuesta por 120 familias, viven en tierras comunitarias desde hace siglos. Su economía es de subsistencia y conocen a fondo lo que la tierra ofrece y niega con sus ciclos.
"Para poder vivir tranquilo hay que tener unas 40 vacas, 400 chivas y 200 ovejas", dice Amador Torres, maestro de Mapuche de la escuela. "Pero no llegamos ni a la mitad de esa cifra", sostiene de inmediato.
"Más de 500 chivas y otro tanto de ovejas, sólo los capitalistas", aclarará luego, Manuel Dinamarca, un viejo criancero del lugar, que suele moverse a dedo por los caminos polvorientas. "A caballo ya no. Tengo rotas las caderas de tantas caídas", alerta.
Como con los animales no alcanza, muchos hacen changas en Loncopué o en los campos de crianceros mayores.
El sacrificio es aquí una constante. "A veces tenés que dejar de comprar algo para tu familia si tenés que salvar al ganado", explica Amador Torres. El maestro mapuche no cree que las penurias o los tiempos buenos puedan torcer la voluntad de los integrantes de la comunidad. "Nosotros somos y vamos a morir como trashumantes", concluye.
"Yo tengo cinco hijos y ninguno quiere quedarse en el campo. No ven progreso, ni futuro. Cuatro ya están fuera de mi casa".
Amador Torres, maestro de lengua mapuche en la escuela trashumante.