Revista Opinión

La España negra

Publicado el 25 octubre 2010 por Hugo
La España negraA partir del siglo XVII se inició lo que Ortega y Gasset llamó la tibetanización de España, es decir, el aislamiento de nuestro país de los vientos ilustrados que soplaban en el resto de Europa. No sólo seguíamos haciendo filosofía escolástica ramplona, y no participábamos en la gran aventura de la ciencia moderna, sino que tampoco la nueva sensibilidad moral hacía mella entre nosotros. En esa España sumida en el oscurantismo y la chabacanería fue extendiéndose la variedad plebeya (a pie) de la tortura pública de los toros, hasta dar lugar a la actual corrida, con su insultante cursilería, sus gestos amanerados y, sobre todo, su abyecta y anacrónica crueldad (...) La puntilla es el único momento de piedad en todo ese esperpento sádico, atroz para el toro que lo sufre, y degradante para la embotada sensibilidad del aficionado que lo contempla.
Afortunadamente, y aunque sea con retraso, España se está incorporando ahora al carro europeo y haciendo suyos los valores de la Ilustración. Sin embargo, la
España negra todavía colea, y todavía encuentra intelectuales casticistas dispuestos a jalear todo lo más cutre y cruel de la tradición carpetovetónica en nombre de un nacionalismo trasnochado y hortera, defendido con chulería numantina frente a las críticas del resto del mundo (...) El debate está servido, y sólo tiene una salida racional: la abolición de esas bolsas de crueldad –en expresión de Ferrater Mora- que son las corridas de toros, y la transformación de las dehesas ganaderas en parques naturales.
Jesús Mosterín, Los derechos de los animales, Editorial Debate, Madrid, 1995, pp. 93-95.
La España negra¿Quién puede decir (...) por qué la nación española, tan preponderante en otros tiempos, ha quedado tan atrasada en la senda del progreso? (...) En esa edad pasada, como hace notar M. Galton, casi todos los hombres distinguidos que se consagraban a la meditación y al cultivo de la inteligencia, no tenían más refugio que la Iglesia, y como ésta prescribía el celibato, ejercía de este modo una influencia funestísima en cada generación sucesiva. Durante este periodo fue cuando la Inquisición, con un cuidado extremo, buscaba para quemarlos en los autos de fe, o para encerrarlos en los calabozos, a los hombres de un espíritu más independiente y más atrevido. Solo en España, los hombres que formaban la parte más selecta de la nación -los que dudaban e interrogaban, porque sin la duda no hay progreso- fueron eliminados, por espacio de tres siglos, a razón de un millar por año. El mal que ha causado así el fanatismo es incalculable, por más que haya sido compensado de otros modos, hasta cierto punto.
Charles Darwin, El origen del hombre, Formación Alcalá, Jaén, 2009 (1871), pp. 125-126.

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