Está tan mal España que hoy va a elegir como presidente del gobierno a un tipo sospechoso de corrupción y con fama bien ganada de mentiroso, incumplidor de sus promesas, despilfarrador y culpable del atroz endeudamiento de España, entre otros muchos defectos. El nuevo presidente del gobierno ha preferido saquear los bolsillos de los ciudadanos y empobrecerlos antes que someter al seboso y grueso Estado español a una saludable dieta de adelgazamiento o a que él y sus colegas renuncien a sus numerosos y abultados privilegios. El mayor mérito de Rajoy, que ahora promete reformas y mejoras que pudo haber hecho y no hizo en los últimos cuatro años, cuando disfrutaba de una sólida mayoría absoluta, es que los demás candidatos son peores que él. El espectáculo de los políticos españoles es deprimente y preocupante. Los partidos no convencen ni ilusionan a los ciudadanos, no se ponen de acuerdo, se olvidan de los ciudadanos y del bien común y optan por desplegar toda su torpeza, egoísmo y vulgar arrogancia, sin importarles que provocan desprecio e indignación en la sociedad. El fantasma de unas terceras elecciones ha sobrevolado hasta hoy la podrida política española y los españoles, ante esa amenaza, han incrementado su asco y su profundo rechazo a los políticos y a sus partidos. Muchos creen que las cosas están tan mal que nos acercamos al colapso del sistema. El PSOE agoniza con sus dirigentes acuchillándose y millones de españoles, sorprendentemente, nos sentimos aliviados ante la posibilidad de que gobierne un político como Rajoy, sospechoso de ser un corrupto empedernido, y un partido como el PP, que ya no es sospechoso de corrupción sino implicado directamente en delitos graves de podredumbre, robo y abuso de poder. El panorama no es mucho mejor en la izquierda. Mientras el PSOE agoniza ahogándose en su propia corrupción, mediocridad y la ambición de sus dirigentes, entre los que ya es imposible encontrar generosidad, grandeza o espíritu de servicio, millones de españoles están dispuestos a votar a ese despojo de partido socialista antes que entregar el voto a los comunistas de Podemos, camuflados de demócratas y de populistas, a los que cuatro de cada cinco españoles tienen un miedo pavoroso. ---
Si algo te da asco, no deberías apoyarlo. El asco debería ser incompatible con el voto, pero en España parece que no es así. Sentimos cada día más asco de los políticos y de sus partidos, especialmente del PP y del PSOE, por sus miserias, bajezas, corrupciones y desverguenzas, pero seguimos entregándoles nuestros votos en las urnas. Es toda una contradicción incomprensible, como muchas otras en esta España donde las víctimas aman a sus verdugos.
Algo anda mal porque lo lógico es que esos dos partidos, culpables sin duda de haber prostituido la democracia y de la corrupción, la desigualdad, la ruina y la tremenda injusticia que reinan en España, tengan pocos votos. Sin embargo, hay casi en torno a 14 millones de españoles que todavía los votan.
Hay una única explicación de ese drama aparentemente incomprensible: los españoles nos hemos embrutecido tanto durante las últimas décadas, gracias a un planificado y concienzudo trabajo de estímulo de la cobardía, el miedo y una pésima educación en nuestras escuelas y universidades, que ya no somos capaces de discernir entre el bien y el mal, entre quienes merecen el valioso voto que depositamos en las urnas y quienes no lo merecen.
Nos faltan la lucidez y la solvencia necesarias para votar con decoro, para elegir a los que tienen preparación y grandeza suficientes para sacar a la nación adelante.
Durante las últimas décadas, los partidos políticos se han ido idiotizando y el poder ha sido tomado por los más ineptos, mediocres y moralmente mas pobres. Hay muchos estudios y análisis que demuestran que los partidos políticos son hornos cerrados y endogámicos, sometidos al verticalismo y al capricho de los líderes, que sólo pueden producir en su seno a corruptos y mediocres dispuestos a hacer de la política una carrera, no un servicio.
En el país de los ciegos, el tuerto es el rey y Mariano Rajoy es mejor parlamentario que sus competidores y más hombre de Estado, a pesar de sus pavorosas mediocridades y carencias. Es la única explicación posible y lógica del drama español.
Ante la imposibilidad de elegir a los que valen, ausentes de la política, los ciudadanos votan lo que consideran menos malo, entregando su voto, voluntariamente y con la nariz tapada, a esos políticos-basura que después gobiernan nuestras vidas y que nos avergüenzan con sus corruptelas, delitos, abusos e iniquidades.
Si se analiza con precisión y calma, nuestro sistema es el reino de la basura.
Francisco Rubiales