Yo había leído numerosos testimonios, pero es como si cada nuevo relato intensificase lo ya conocido, que tiene una de sus cumbres en dos cuentos de Max Aub y Chaves Nogales, entre otros).


Quizá por ello, cuando en mi novela El pulso del azar hube de reconstruir ese episodio, opté porque mis personajes siguiesen otra ruta; aun así, van recordando el horror, cuando, ya refugiados en Barcelona, saben del bombardeo de Guernica (del que sí se ha hablado mucho): Reproduzco el final de la escena coral:
-En cuatro días llegamos aquí y enseguida nos acogieron –añadió, expresando a continuación su gratitud. Luego empezó a frotarse una mejilla, preocupado-. Y ahora vendrán un buen puñado más, calculo, porque también será grande la espantá por allí, hacia Bilbao… Y de nuevo empezó Rafael a recordar la agonía de la ciudad y el éxodo del pueblo malagueño, un relato inacabable punteado de espesos silencios conforme se acercaba al dramático desenlace de aquella retirada apocalíptica, la primera de las muchas otras que se irían sucediendo en un imparable goteo: más de doscientas mil personas huyendo hacia Almería por la carretera de la costa, mezclados tropa y población; los automóviles repletos de personas iban muy despacio, al paso de los burros, cargados de niños y de viejos y de enseres domésticos; la masa se desplazaba a pie, con sus hatillos de ropa y sus cestos y canastas, arrastrándose por una carretera polvorienta: a la derecha, el acantilado que caía a pico sobre el mar; a la izquierda, un terraplén donde era imposible refugiarse de las bombas y la metralla. Días y noches sin cesar el fuego: desde el mar, desde el aire. Fue una matanza. Cincuenta mil cadáveres pudriéndose en aquella carretera.
Málaga arada por la muertey perseguida entre los precipicioshasta que las enloquecidas madresazotaban la piedra con sus recién nacidos.Furor, vuelo de lutoy muerte y cólera…
Neruda tenía razón en el poema que les dedicó a las tierras ofendidas: nada, ni la victoria borrará el agujero terrible de la sangre: nada, ni el mar, ni el paso de arena y tiempo, ni el geranio ardiendo sobre la sepultura.
