Revista Opinión

La espera infinita

Publicado el 04 junio 2018 por Carlosgu82

Una madrugada como cualquier otra, tomo su viejo bastón y levanto su cuerpo de la vieja cama donde se encontraba, escogió sus mejores fachas y se dispuso a esperar a esta persona a la cual con tanto anhelo hace tiempo esperaba sentada frente a la calle.

El mismo auto, la misma calle y una sola esperanza por ver a esta persona a la cual esperaba con tantas  ansias, solo pensaba en el momento en el que él cruzara  esa puerta para abrazarlo y besarlo, así como cuando lo hacía de niño. Los minutos se hacían horas y las horas, una eternidad. Su corazón desesperado recordaba esos momentos de felicidad, sus primeros pasos, su primera palabra, la primera discusión y por qué no, su primer amor.

Lágrimas caían por su arrugada cara, cada una de ellas llevaba consigo una esperanza y un recuerdo. Sufriendo observaba como el atardecer le decía que no era necesario esperar más pues él ya no vendría. Con sus ojos llenos de lágrimas tomo su bastón, se levantó de la silla y con mucha cautela se dirigió a su cuarto donde se dispuso para dormir.

Al día siguiente, fue una mañana más apresurada que las demás, en la que ella tomo su bastón y sin ningún tipo de arreglo se dirigió hacia la silla donde todos los días se sentaba a esperarlo. Como un día igual a los otros la tarde llegó, pero esta vez no dejaría que el atardecer le de otra decepción más, entre una voz muy suave se logró entender que ella dijo: “te esperé todo este tiempo y no llegaste, ya es hora de que me visites”. Se levantó de la vieja silla, la miró y el llanto no se dio a esperar, con sus ojos aguados miro por última vez la calle que fue testigo de tanto tiempo de espera y tanto llanto derramado, apretó su bastón como si fuese la última vez que lo fuera a tener entre sus delicadas manos, secó sus lágrimas y se dirigió a su cuarto, sentada en el borde de la cama abrió su nochero tomó un frasco de pastillas y lo abrió. Cada pastilla para ella represento un día más de espera, un día más de sufrimiento. Cuando finalmente terminó se acostó en la vieja cama y dijo: “ya te he mandado la invitación, espero que vengas” cerró sus ojos y quedó profundamente dormida.

Efectivamente su plan no falló, su hijo sí la visitó, pero esta vez fue para llevarla al cementerio.


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