Este reciente comercial de Coca-Cola muestra que mientras hay gente empeñada en ser pesimita, hay otros tantos que ven el vaso medio lleno y no medio vacío. Que la campaña acude al cliché es evidente. Hay un mercadeo de la esperanza, un marketing basado en los sueños de una población que sobrevive con salarios miserables.
La campaña de comunicación en la aspiración presidencial del entonces candidato Barack Obama también apeló a la esperanza y su video Yes, we can fue interpretado por primerísimas figuras de la opinión pública en el arte y el entretenimiento.
Cuando el mundo va tan mal y se confirma a diario en las noticias, un spot publicitario como el de Coca-Cola persigue la contravía de la obviedad para buscar reacciones.
La campaña contrapone datos negativos a datos positivos arropados con el siempre influyente ropaje de las estadísticas. Estoy seguro de que las estadísticas no son mentirosas, de lo que no estoy muy seguro es de la relación causal entre unos y otros. En otras palabras, no porque en Colombia y Brasil haya megadiversidad y en su Amazonas compartido se descubra en promedio una nueva especie cada tercer día, como leí hace unas semanas, no por eso se puede entender como un avance frente al creciente problema de deforestación que amenaza la presencia de miles de especies.
Más allá de eso, ojalá el mundo si tenga claro que hay que ser más optimistas y creer más en las pequeñas contribuciones individuales que en las grandes movilizaciones masivas que parecen pertenecer a otros para lograr un mundo mejor. Ser optimista, sin embargo, no debe reñir con poner los pies sobre la tierra y tener una idea clara de la realidad, que aunque agobiante y menos glamurosa, es el entorno cotidiano para la gran mayoría.