Una batalla que duró hora y media
Bastaron algunos pocos argumentos para desmoronar el mostrador completo -panelistas e invitados oficiales incluidos- de lo que se ha promocionado como uno de los "dispositivos culturales kirchneristas" más eficaces.
La "batalla cultural" duró menos de lo pensado -una hora y media- y la evaluación del ejército K da cuenta de la debacle. Desde Santiago Alvarez, el "camporista" gerente de noticias de Canal 7, que protestaba en un tweet porque no se había incluido en la mesa a Alejandro Dolina -se supone que para superar con su veta romántico barrial la deslucida performance del filósofo Ricardo Forster y su comisario político Gabriel Mariotto-; hasta Sandra Russo que concluyó en el programa del día después con un "Sarlo no entiende al kirchnerismo", apelando al rancio tópico de que el peronismo es un sentimiento inefable. Justo en un programa que se vende como "un espacio de reflexión".
Y Beatriz Sarlo no apeló a argumentos demasiado punzantes. Que el programa se estructura sobre la base de la manipulación ("es un recorte, faltan las fuentes, se repite el mismo mensaje, está tan fraccionada la información que es difícil entender lo que pasa"). Que el poder de los medios masivos a la hora de conculcar las conciencias es bastante relativo. Que los panelistas son flamantes conversos: el ahora célebre "conmigo no, Barone", que denuncia su pasado en Extra, La Nación y Clarín, podía haber sido extendido a la biógrafa cristinista Sandra Russo o a Nora Veiras, que desde Página/12 bajaba la línea del Rectorado de la UBA contra la toma estudiantil del Consejo Superior en 2002.
Esto refuerza la precariedad argumentativa no sólo de la "brigada" 6,7,8, sino también del defensor de la "madre de todas las batallas" y del cartaabiertismo.
En el "entre nos" hiperoficialista del programa, de las "asambleas" de Carta Abierta y de los foros formateados por Mariotto, apenas circulan algunas voces que desentonan con el monocorde rezo al mito kirchnerista. Celebran el debate de ideas -para Forster, el programa demostró que "en Argentina hay ganas de discutir" (La Nación, 27/5)- pero no abren el mínimo espacio para polemizar con otras posiciones y jamás introducen un tema que esté fuera de la agenda oficial impuesta desde la Casa Rosada, que se reserva el derecho de admisión. El Indek y la desaparición de Luciano Arruga -como señaló Sarlo-, pero además el crimen de Mariano Ferreyra; el desalojo, represión y asesinato de los Qom por parte del gobierno de Isfrán; los negociados de Gioja con las corporaciones mineras; la política clientelar y patoteril de los barones del conurbano, y un largo etcétera.
Si hubo un tiempo en que el transversalismo kirchnerista toleraba en ese mismo "entre nos" el reconocimiento de alguna disidencia -la autonomía crítica que declamaban los cartaabiertistas en 2008, la más infeliz formulación de "apoyamos lo bueno y criticamos lo malo" de los sabbatelistas-; todo eso quedó en el pasado. La exigencia de esta época "excepcional" y "anómala" -para parafrasear al filósofo K- no da para medias tintas ni tibiezas.
Más concretamente: que Carta Abierta haya dejado de publicar sus textos redundantes sobre la necesidad de crear "un nuevo lenguaje", de recuperar "la palabra crítica", de abrir "los espacios de actuación y de interpelación indispensables", etc., es la cruda revelación de su impotencia y de su subordinación al gobierno kirchnerista. La argumentación de Forster -para ilustrar con un ejemplo- se parece cada vez más a la del punteril Mariotto, quien recita sonámbulo todo el repertorio de lugares comunes en torno al kirchnerismo, la cultura popular y los monopolios informativos.
Sarlo debe estar abrumada por la repercusión. Si al fin de cuentas tanto su libro -La audacia y el cálculo- como su intervención crítica se mantuvieron en el campo del "progresismo" o del liberalismo de izquierda, en consonancia con sus ubicaciones políticas después de la dictadura (desde el Club de Cultura Socialista, pasando por sus simpatías alfonsinistas, hasta su apoyo al Frepaso).
Diego Gvirtz y el kirchnerismo, por su parte, estarán apesadumbrados. Tal vez cursaron la invitación fantaseando con la posibilidad de fichar a Sarlo a este otro "club de la buena onda" tras haber leído rápidamente uno de sus últimos artículos periodísticos, donde sostenía -a partir del análisis del candombe "Nunca menos"- que tenía "la sensación de que así se expresa una hegemonía cultural no simplemente en el vago sentido de llamar hegemonía a cualquier intento de dirección de la sociedad, sino a una trama donde se entrecruzan política, cultura, costumbres, tradiciones y estilos" (La Nación, 4/3). Una conclusión más bien impresionista a la hora de evaluar los supuestos efectos de identificación y creencia que produciría el candombe oficialista, una pieza de propaganda oficial entre tantas otras.
Lo cierto es que el programa reveló que la mentada "hegemonía cultural kirchnerista" es -como dijo Sarlo acerca del twitter- "espuma, espuma, espuma".
Santiago Gándara