En el año 52 aC, en los territorios del norte de la Galia (actual Borgoña francesa), el prometedor general romano Julio César se enfrentaba al mayor reto de su vida: frente a él se encontraba un ejército de más de 300.000 galos, frente a unas fuerzas romanas muy inferiores en número pero mejor entrenadas y con un armamento superior. Esto, junto con el genio militar de César, dio la victoria a los romanos. Pero esa batalla fue también el nacimiento de un mito: el del caudillo de los galos, Vercingétorix, un líder que consiguió reunir a las tribus galas frente al poder romano.
En el siglo XIX, Napoleón III mandó construir, en la colina donde se desarrolló la batalla de Alesia, una estatua conmemorativa a Vercingétorix. No es la única, ya que el caudillo galo tiene monumentos en otras localidades de Francia (siendo otra de las más importantes la de Clermont-Ferrand, en la región de Auvernia), pero esta es una de las más importantes y mejor realizadas. Es obra del escultor Aimé Millet, realizada en cobre y mide 6’60 metros de alto, más los 7 del pedestal en el que se sustenta.