Revista Cultura y Ocio
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Instalado en el límite entre Caballito y Villa Crespo, a metros del impactante cruce de las avenidas Honorio Pueyrredón, Gaona, San Martín, Díaz Vélez y Angel Gallardo, el monumento se inauguró hace 76 años (el 13 de octubre de 1935) en una ceremonia especial. El proyecto había surgido en 1929, cuando la colectividad española ofreció donar la obra destinada a evocar la figura de Rodrigo (o Ruy) Díaz, un caballero nacido en 1043 en Vivar, un pequeño pueblo cercano a Burgos.
Rodrigo Díaz fue un símbolo de la centenaria lucha que cristianos y musulmanes libraron en la península ibérica en el Medioevo. Para los moros era “el Cid” (o señor); los suyos lo conocían como “Campeador”, porque a los 23 años, tras un duelo, le habían otorgado el título de “Campidoctor”. El hombre murió el 10 de julio de 1099 y allí empezó el mito y la polémica sobre su figura, según quién escribiera la historia.
Para la escultura de bronce, que fue colocada sobre un pedestal hecho con piedra traída desde Burgos, se había elegido un trabajo de Anna Hyatt Huntington (1876-1973), una escultora nacida en Cambridge (Massachusetts), hija del famoso paleontólogo Alfeo Hyatt. La carrera artística de Anna comenzó en una granja, modelando animales domésticos. Después ya trabajó en el New York Zoological Park, para luego perfeccionarse en Italia y Francia. Justamente en Francia fue premiada por la estatua que presentó para la Feria de París, en 1910. Evocaba a Juana de Arco, e impactó tanto a los franceses que la galardonaron con la Orden de la Legión de Honor.
En 1923, Anna Hyatt se casó con el millonario Archer Milton Huntington, un fanático estudioso de la cultura española. Ella tenía 47 años; él, 53. Archer amaba todo lo español y la pareja se instaló en Sevilla, donde fueron declarados “hijos adoptivos” de la ciudad: él coleccionaba obras del arte y la cultura de España, América latina y Portugal. Y ya en 1904 había creado la Hispanic Society of America, con sede en Nueva York.
Aquella pasión por lo español y por el Cid también se hizo carne en su esposa, quien tras hacer las estatuas, las donaba. Así fueron quedando en el mundo como símbolo de aquella admiración sin límites. La de Buenos Aires está considerada por los críticos del mundo como la de mayor volumen que una mujer haya realizado en la historia del arte.
Siempre se dijo que donde está la estatua de El Cid, en Buenos Aires, se ubica el centro exacto de la Ciudad. Y muchos consignan ese dato. Pero si bien el lugar está cercano a ese sitio, el punto de referencia, según lo señaló alguna vez la Dirección de Catastro de la vieja municipalidad porteña, no es ése. El centro justo es una casa ubicada en Avellaneda 1023. Así lo marcaba una placa donde se leía: “en esta parcela número 14 de la manzana 9, sección 45, circunscripción 7, se halla el centro geométrico de la Ciudad”. Pero esa es otra historia.
EDUARDO PARISE
“El Cid porteño, cerca del ‘centro’”
(clarín, 05.12.11)