Prólogo
Erthos miró al cielo y vio que la luna brillaba con su máximo esplendor. Parecía que sería una guardia tranquila aquella calurosa noche, una de tantas otras. Junto con su compañero descansaba tranquilamente oteando el horizonte desde lo alto de la muralla de la ciudad mientras un tercero roncaba plácidamente.
-Si nos pagaran por cada ronquido de Olosh, sería el trabajo mejor pagado del mundo- su compañero respondió con una sonora carcajada despreocupado, Olosh no se despertaría ni con un terremoto (hecho que comprobaron una vez).
Entre risas, ninguno se percató de la sombra que apareció de la nada, cruzó la muralla arrastrándose detrás de ellos y se ocultó para observarlos detenidamente. -Sucios traidores que merecen morir...- tras unos instantes de vacilación decidió alejarse -lástima que no pudiera permitirse esos lujos-. Tras lanzar un sordo bufido se arrojó al vacío de la noche. Su cuerpo, lejos de precipitarse a una velocidad mortal, comenzó el descenso poco a poco, momentó que aprovechó para fijarse en el recorrido que debía tomar.
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