Revista Libros
Reseña -por Pilar Alonso. Publicada originalmente en http://www.ciberanika.com/
Suma de Letras, Abril 2010
Género: Novela
561 páginas
En el Año Mil, tras el fallecimiento de su marido, la condesa de Conquereuil emprende peregrinación a Santiago de Compostela desde la Bretaña francesa, para postrarse ante el Apóstol, recibir la indulgencia y pedirle que haga crecer a su hija pequeña, que es enana y que, a causa de su deformidad, ha sido rechazada por las gentes y hasta por su propio padre, pues la han creído endemoniada.
Sale al camino con un séquito de 200 servidores, recorre vías romanas, caminos y veredas; atraviesa puentes inestables, se hospeda en conventos, hospitales o posadas, y duerme bajo su tienda o al raso. Y a lo largo de tantas millas se topa con increíbles y estrafalarios personajes, y vive no menos excitantes aventuras.
(Sinopsis de la editorial)
* * *2010 es Año Jacobeo, es decir, año en el que el 25 de Julio, festividad del patrón, cae en domingo. Y esta novela recorre el Camino de Santiago llevado a cabo por una comitiva procedente de Bretaña, Francia, allá por el año 1.000. Todos hemos oído en alguna ocasión el terror que pareció desatarse entre amplios grupos de población en aquellas fechas, convencidos de que dicho año significaba el Fin del Mundo. La imagen que mejor refleja dicho estado de ánimo son los famosos flagelantes, que recorrían los caminos azotando sus cuerpos y anunciando el Apocalipsis, personajes que también aparecen en la trama.
Curiosamente, y según se desprende de la lectura, muchos ciudadanos no tenían conocimiento de vivir en tan señalada fecha, pues en algunos reinos los años se contaban teniendo en cuenta el tiempo que llevaban gobernando sus señores (tercer año del reinado del rey Robert, séptimo año del reinado del rey Enrique…). No es sino cuando está en territorio castellano cuando la comitiva conoce ese detalle, y otros muchos que la autora se encarga de ir desgranando a lo largo del viaje.
Tal vez ése sea el mayor logro de esta obra, el reflejo de una sociedad que se desplazaba raramente y que, al hacerlo, descubría usos y costumbres muy alejados de los propios. Y el lector asiste a ese descubrimiento a través de los ojos de doña Poppa, condesa de Conquereuil. Viuda y con dos hijas, una de ellas enana, la mujer decide peregrinar a Santiago de Compostela para pedir por su pequeña y para cumplir uno de los últimos deseos de su fallecido esposo.
Resulta especialmente llamativo el preparativo de la comitiva que había de recorrer tan enorme distancia. No sólo formaban parte de ella la condesa, sus hijas, sus doncellas, y los soldados de rigor, sino también un importante número de criados. La expedición estaba formada por infinidad de carros y animales en los que se transportaban los víveres, los utensilios de cocina, ropa, tiendas de campaña, armas, calzado y bebida, pero también había un carro que llevaba los fogones, otro que transportaba una jaula para encerrar a algún revoltoso o algún ladrón, otro con una imagen de Santa María, uno más que llevaba el horno para hacer pan y, por si eso fuera poco, la señora se empeñó en llevar el lit-clos de su alcoba, donde había dormido su esposo. Para los que no sepan qué es el lit-clos, les diré que se trata de un armatoste de madera que hace de cama, armario, baúl y banco al mismo tiempo y que debe pesar una tonelada. En fin, que la señora quería dormir en su cama y en ninguna otra durante el camino y no hubo quien lograra hacerla cambiar de opinión. Doscientas personas partían del norte de Francia con ese bagaje y curioso habría sido verlos por el camino, más de dos mil millas viajando por unas calzadas que nada tenían que ver con nuestras carreteras actuales.
Pero, vamos, que los caprichos de la condesa que a nuestros ojos parecen absurdos, no debían serlo tanto en aquella época, en la que los viajes se hacían eternos y el que más y el que menos quería llevarse media casa consigo, por aquello de no extrañar mucho el hogar mientras anduviese errante.
Otro de los puntos destacados de la novela versa sobre la enorme religiosidad de aquellas gentes y aquella época, donde aseguraban ver brujas y demonios en todo lo que eran incapaces de explicar, como sucede con los defectos físicos de Lineta, la hija menor de la condesa. Pero también queda patente en la infinidad de iglesias, monasterios, catedrales o capillas en las que se detienen durante el camino, en la ciega creencia en las reliquias que les salen al paso, en las supersticiones, los santos, los ritos y todo el entramado que componía por aquel entonces la práctica de la religión católica.
Por último, destacar también el marco político del momento, que la autora hilvana con la trama de forma magistral, ya sea en tierras francas o en las hispanas. Cobra especial relevancia la figura de Almanzor que, aunque no aparece físicamente en ninguna escena, es nombrado con frecuencia a raíz de los enfrentamientos que mantiene con los cristianos. El miedo a los árabes, y en menor medida a los bandidos, es una amenaza que se cierne sobre la expedición durante todo el trayecto, una expedición que irá menguando sus miembros por distintas razones a medida que se aproximen a su destino.
La Estrella Peregrina es, en suma, un libro de viajes y una novela de costumbres, y esencialmente una novela histórica, escrita con una prosa que evoca el castellano antiguo y que nos convierte, siquiera por unas horas, en peregrinos del Camino de Santiago.