Revista Cocina
En este ensayo pretendo defender la idea de que la ética no puede ser una “imposición” porque eso supondría alegar errónamente que se nos «im-pone» algo que no es inherente a nosotros, es decir, que se nos fuerza a acatar algo que es ajeno o contrario a nosotros.
En primer lugar, la capacidad moral es algo inherente a nuestra propia naturaleza. No es algo impuesto o añadido desde fuera. La moralidad es un fenómeno biológico que no sólo aparece en los seres humanos sino que también se han comprobado en otros animales —concretamente en otros mamíferos.
Denominanos moralidad a la capacidad de tener en consideración a otros individuos y a sus intereses, basada a su vez en la capacidad de empatía. La moralidad es el reconocimiento de que no somos los únicos seres conscientes en este mundo y que los intereses de los demás también deben ser considerados a la hora de determinar nuestra conducta.
Por tanto, nuestra capacidad de actuar moralmente no es una imposición sino que es una capacidad intrínseca a nuestra personalidad.
En segundo lugar; la ética sería la obligación inherente de acatar los principios de la lógica que forman parte de nuestra propia facultad de razonar. Por eso no se puede imponer, por definición. Sólo podríamos decir que se "impone" —algo que se introduce interiormente desde fuera– en el caso de que se tratara de algo externo a lo que se nos quiere forzar.
La ética sería una pura derivación de la lógica. Los principios fundamentales de la moral son el principio de igualdad —o principio de igual consideración— y el principio de valor inherente; los cuales a su vez se derivan directamente del principio de identidad. Si esto es así, entonces la ética no la podemos imponer ni refutar; sólo la podemos reconocer. No podemos imponer ni refutar que A=A.
Así, los principios básicos de la ética son puramente lógicos y estamos obligados a ellos por nuestra facultad de razonamiento. Estamos intrínsecamente obligados a reconocer que A=A y lógicamente a acatar ese principio en nuestra conducta. Pero no estamos obligados en el sentido de forzados o coaccionados externamente sino obligados en el sentido de ser un imperativo lógica, dado que es un requisito necesario para la existencia y funcionamiento de nuestra racionalidad.
Por ello, si la lógica no es una imposición y la ética es el acatamiento a la lógica entonces la ética no puede ser conceptualmente una imposición. En cambio, cuando decidimos ignorar o quebrantar esos principios entonces somos nosotros quienes estamos imponiendo nuestros deseos o intenciones por encima de los de otros individuos.
Si los demás individuos son igualmente sujetos como nosotros y tienen los mismos intereses básicos que nosotros entonces lógicamente no debemos tratarlos como objetos. Esto es lo que queremos decir cuando señalamos que poseen un valor inherente. Tratar a los sujetos como si fueran objetos es lógicamente contradictorio. Asimismo, debemos considerar sus intereses al mismo nivel que los nuestros puesto que son los mismos intereses [A=A] aunque se den en individuos diferentes: a esto es lo que nos referimos cuando hablamos de la igualdad en sentido moral.
Yo diría que todo esto es lo opuesto a la imposición de unos sobre otros; esto es la igualdad. Por supuesto que la igualdad no significa que nuestros intereses se sacrifiquen en favor de los intereses de otros individuos sino que los intereses de todos deben ser considerados igualmente, al mismo nivel.
No obstante, es importante señalar que no equiparo la ética a cualquier doctrina o código específico de conducta que se pretenda de obligado cumplimiento. Existen diversas teorías morales que difieren e incluso se oponen entre sí. Por tanto, en virtud del principio de no-contradición, resulta obvio que no pueden ser todas correctas y que algunas de ellas tienen que ser necesariamente erróneas. Yo considero que todas aquellas teorías que incumplen la lógica son teorías equivocadas. Todas aquellas que se basan en presupuestos no-lógicos [emociones, sentimientos, gustos, tradiciones,...] no serían siquiera éticas desde el punto de vista racional. Un ejemplo de esto sería el utilitarismo. Sin duda hay doctrinas que dicen ser éticas pero que contradicen la definición de ética de la que parto.
Por otro lado, podemos crear normas que impongan determinada conducta de forma impositiva, coactiva. Por ejemplo: las leyes jurídicas siempre son una imposición; son de carácter externamente coactivo. La legalidad es un ámbito categorialmente diferente a la moralidad. La legalidad es de carácter convencional.
Ahora bien, si decimos debemos respetar a los seres sintientes como personas —no tratarlos como cosas— no estaríamos imponiendo nada. Porque ese mandato es una derivación necesaria de la lógica. Lo que estamos diciendo es que no debemos imponer injustificadamente nuestros deseos a otras personas —no debemos tratarlas como simples medios para nuestros fines— porque es la norma de conducta coherente con la lógica, la cual es parte inherente de nuestra propia racionalidad. Por tanto, la moral no existe fuera de nosotros —de forma heterónoma como es el caso de las leyes jurídicas— sino que está dentro de nosotros, dentro de nuestra racionalidad, de forma autónoma.
Para terminar, me gustaría aclarar que si bien aunque argumento en contra de la idea de que la ética es una imposición, no considero por ello que la imposición sea un hecho intrínsecamente malo ni bueno por sí mismo. La imposición puede ser correcta o puede ser incorrecta. Esto depende de si está moralmente justificada o no. Lo cual nos retorna de nuevo a los principios éticos que son el referente normativo de la moralidad. Y, según he expuesto, el único fundamento objetivo que podría tener una moral es la lógica.
En conclusión, la ética puede parecer una imposición sólo para aquellos que no han comprendido su naturaleza; pero no para quienes la hemos interiorizado y reconocemos que es una extensión de nuestra propia racionalidad. Las normas éticas se conocen mediante la razón, que es inherente a nosotros, no desde fuera de nosotros. Razonar no es una limitación sino un desarrollo de nuestra personalidad racional.