Europa, y especialmente en países como Alemania, Austria o Francia, sufre un conflicto entre quienes callan ante la creciente intervención del islam en sus sociedades y quienes rechazan públicamente que influya en su vida y costumbres heredadas de sus tribus y folclore primigenios, y de las culturas griega, romana, judeocristiana y de la Ilustración.
Porque los dirigentes europeos, por relativismo cultural y errónea tolerancia, permiten que sólo la ultraderecha defienda algunos valores histórico-culturales tras los que oculta su fascismo.
Gran parte de las poblaciones rechaza en silencio que el islam logre, por ejemplo, que muchos colegios dejen de proveer a los niños de productos de la dieta milenaria de su país, como los porcinos.
O que se permita que se formen sociedades segregadas y cerradas en las que se siguen leyes medievales que oprimen a mujeres y niñas fuera de los valores conquistados tras la Ilustración, como son las libertades democráticas.
El retativismo falsodemócrata le llama racistas, xenófobos e islamófobos a quienes denuncian esas conductas integristas y reaccionarias, y tratan de situar a los verdaderos luchadores por la democracia en la extrema derecha.
Como consecuencia, y tras Francia, es llamativo el rechazo creciente a la influencia islámica en Alemania, donde Angela Merkel, víctima del relativismo buenista, dijo que el islam formaba parte del país.
Es tal el rechazo a su influencia y a esa idea que el partido ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD) pasó de la irrelevancia al casi trece por ciento electoral, sobrepasando a los influyentes Verdes. Y sigue creciendo.
Alemania nunca sufrió, como el sur de Europa, e incluso Austria y Polonia, invasiones musulmanas, y su relación se redujo al siglo XX, en la I Guerra Mundial y a la época nazi, cuando llegó a tener una división balcánica musulmana de las SS.
El relativismo europeo permite incluso que presenten en el Parlamento Europeo a un exterrorista con delitos de sangre, Arnaldo Otegui, como a un mártir de la paz.
------
SALAS