Por Luis Conde
Para los millones de seguidores de
ese alucinante encantamiento, promovido por la serie de
novelas, episodios televisivos y pronto cinematográficos del
mundo conocido como Juego de Tronos, acaba de llegar al
mercado un fetiche impar: El libro oficial de Juego de Tronos, presentado en España por Grijalbo.
Se trata de un libro-objeto
promovido por la productora televisiva estadounidense HBO, la
que se encarga de pasar a las pantallas los popularísimos
libros de George R.R. Martin.
Como explica bien el autor
responsable del volumen, Bryan Cogman, que ya pone como
antetítulo la advertencia de “Tras las cámaras de HBO”,
se recogen materiales del rodaje de la serie televisiva y
entrevistas con sus autores, intérpretes y hasta un prólogo
del escritor, que no daba crédito al intento de pasar sus
textos a imágenes. Y se ha sorprendido con los resultados.
Las gozosas ciento noventa y dos
hermosas páginas, agrupadas en cinco capítulos, se
desparraman por el mítico e imaginario territorio en el que
se desarrollan las fantásticas aventuras de Invernalia,
Desembarco del Rey, Poniente, Essos y sus interminables
derivaciones.
El muy afamado escritor, que se
ha vuelto multimillonario con la saga fantástica Canción
de hielo y fuego, que abarcará siete enormes libros y
otras tantas versiones televisivas; aún sigue escribiendo los
dos tomos que faltan. Pero ya el éxito le ha desbordado y
convertido en autor de culto, como lo fue en los años
setenta Tolkien, el autor de El señor de los anillos.
Las semejanzas y diferencias entre
una serie y otra se miden por la desmesura y enormidad de
esta nueva saga, con muchos más personajes, mucha violencia
y bastante sexo, frente la mesurada y acaso pacata del
autor inglés, que quería inventar un mundo narrativo
mitológico y casi folklórico, como de cuentos de hadas.
Tanteando, incluso, un metalenguaje.
Pero tanto Tolkien como ahora
George R.R. Martin, imaginan un espacio y una época
ahistóricos, localizados en unas islas que recuerdan
vagamente a las Británicas y a unos habitantes con el
mismo hábito guerrero y muchas de sus características
reales y mitológicas.
Es comprensible, pues, que tanto
en Inglaterra como en los Estados Unidos, estos relatos
cuasi-medievales se lean como productos de épocas heroicas,
legendarias, fantásticas y de algún modo ejemplares. Todo
podía ocurrir en aquellos lejanos tiempos, incluso guerras
por ocupar un trono, al que se tenía o no derecho. Total
las poblaciones eran masas sin derechos, ni papel que jugar.
Todo se desenvuelve entre familias poderosas y aristocráticas,
que rivalizan por el poder. Ellos se lo guisan y ellos se
lo comen.
Pero si ya Shakespeare concentró
sus obras dramáticas en esa clase social, olvidando al
pueblo, ¿por qué iban a hacer algo distinto estos
creadores épicos? Lo que ya me mosquea algo más es la
adicción a estas lecturas de tantos jóvenes y algunos no
tanto, en España y otros países europeos y americanos.
Sí, ya sé que los medios
monopolizan y secuestran lectores, pero algún mérito añadido
debe tener George R.R. Martin, para que tanta gente devore
sus miles de páginas y esperen como agua en mayo sus
nuevas entregas.
¿No hay materiales tan
apasionantes como los que describe, en países con historia,
problemas y conflictos globales de los que sacar modelos y
actitudes que ayuden a sobrevivir mejor y sortear las crisis
cíclicas actuales en nuestro mundo real?
Pero quizás eso hay que
preguntárselo a su legión de seguidores, que sólo quieren
leer eso y se desentiende de lo que ocurre alrededor, en
su casa, su barrio, su pueblo o su país. ¿La evasión
fantástica como terapia inane?