Escritora: Jacqueline Kelly
La evolución de Calpurnia Tate es una breve historia que trata de adentrarnos en lo maravilloso del mundo científico, y más concretamente del mundo de la observación naturalista. Así, nuestra protagonista, una niña de 11 años, encontrará un valioso aliado y maestro, en la figura de su abuelo, que le supondrá un primer contacto con toda la teoría de la evolución de Darwin y el amor a la experimentación, observación y a la importancia de un método científico. Dentro de este enfoque de lo maravilloso de los “adelantos”, la novela se desarrolla en un solo año, 1899, como símbolo de final de un siglo, e inicio de un nuevo siglo, en la que ni por asomo se podía vislumbrar lo que dichos cambios podían hacer variar nuestra actual forma de vida en el planeta.
No me ha gustado el libro, porque lo he encontrado demasiado previsible, y lo que es peor, lleno de conceptos cliché, como eso de que una niña encuentre que los bordados son “un trabajo de mojigatos”, o el abuelo, único de la familia Tate con el mismo instinto intelectual que su nieta, y también por tanto en el libro, el único que, a propósito de la religión, encuentre que “ya había tenido suficientes sermones para toda una vida”, etc, etc, etc.
Entiendo que es un libro dirigido principalemente al público adolescente e incluso infantil, y hay que hacer algo sencillo, pero no por ello simple o superficial que es lo que me ha parecido. No es un libro que te haga respetar y valorar cualquier actividad, en la que cada uno con su tendencia natural, pueda desarrollarla con creatividad, más bien parece que una tendencia se contrapone a otra tendencia; tampoco te hace reflexionar, sino “engullir” una serie de ideas para mí preconcebidas y por tanto, de esas de las que deberían ser aún más dudosas.
Sobre los bordados, me acuerdo de la tía de la escritora Fátima Mernissi, que en su mundo enclaustrado, era como un símbolo de rebeldía cuando se salía de los dibujos convencionales y hacía verdaderas obras de arte en creatividad, dignas del mejor de los artistas. Sobre la religión, ahí tenemos a Albert Einstein, que al final de sus días quería buscar una explicación a la posible existencia de un Dios.
¿Habían edredones en el sur de Estados Unidos en 1899?