Revista Cultura y Ocio
En España se siente cada vez más la intensa fiebre del progreso; pero hay una fuerza interior que modera su intensidad, y es su falta de iniciativas, efecto de su pobreza. Las causas esenciales de la pobreza en España son: Defectos de la constitución geológica, de la conformación y situación geográfica y del régimen meteorológico, agravadas por otra causa de orden público, a saber, la desmembración. Porque no hay que olvidar que la España actual es una nacionalidad incompleta. Los remedios posibles se deducen lógicamente de las mismas causas del mal. No podemos cambiar de subsuelo, ni mudarle, ni trastaladarle, ni hacer que llueva donde no llueve, ni transformar los rigores térmicos en mover temperaturas. Lo único que está al alcance de nuestras iniciativas y las que nos puede salvar es el ensanche del territorio para que dentro de él queden regiones más felices, compensadoras de lo que podría considerarse puro muerto, impuesto por aquellas zonas o comarcas menos favorecidas por la naturaleza. Todo esto implicaría un programa de iniciativas verdaderamente gigantesco encaminado a variar los términos de la cuestión, o sea, a procurar una patria mayor en vez de una nación mejor. La razón es obvia: Mejorar será más o menos fácil, pero siempre es bueno; pero no es esa la cuestión, sino que dentro de esos mejoramientos esté en aptitud de poseer los medios o elementos suficientes para vivir, lo cual es incierto. Hay que sacar a España del pantano en que se encuentra metida, esto es, sacarla de pobre, de aislada y de incompleta, todo lo cual también será más o menos fácil; pero está dentro de lo posible siempre y cuando que el intento se haga por los procedimientos lógicos en lo que pudiera llamarse el arte de civilizar a las naciones. Esos procedimientos no son, no pueden ser otros que los de la expansión. Cuanto más se extienda o expansione España por el Sur, más se aproximará a los sitios que la convienen. Se puede extender más allá del Estrecho no para apoderarse del dominio de éste que le sería enérgicamente disputado, sino para tener efectiva influencia en sus orillas, la española que es suya, y la marroquí, que también lo puede ser con las Chafarinas, Mar Chica, Melilla y Ceuta. De este modo se podría llegar a establecer una especie de convivencia íntima entre el Estado español y el mundo exterior ó sea, el mar, todo ello con el aditamento de una política de aproximación a Portugal, libre de recelos, de suspicacias y temores. Hace falta, por consiguiente, pensar mucho en la expansión española, y ningún momento más propicio para desarrollar esa tendencia que el actual, ya que las circunstancias han traído dentro de la cuestión marroquí la campaña de Melilla que nos ha facilitado los medios y la oportunidad de afirmar nuestra influencia en la orilla aquella del Estrecho. La cuestión es no retroceder una línea ni un ápice en las ventajas obtenidas y sacar de ellas todo el provecho indispensable para extender el radio de expanción nacional.
Diario de Avisos, Segovia, 1912