Me gusta leer. Tengo mis preferencias particulares como todo el mundo pero no son fijas. Van cambiando con el tiempo, según mi estado de ánimo y según la circunstancia vital por la que pase. Me gusta probar todo tipo de literatura. Por eso también soy muy aficionada a leer blogs de reseñas literarias. Siempre descubro algún libro o autor que de otra manera me hubiera pasado desapercibido.
Últimamente leyendo varias de estas reseñas me he dado cuenta de una cuestión en la que varios bloguero/as, comentaristas blogueriles y lectores en general fuera de la Red, coinciden en abordarla de la misma manera: Una necesidad de justificación, de pedir disculpas y dar explicaciones por leer novelas consideradas facilonas, ciertos best sellers, literatura "barata" de autores con poco o ningún prestigio literario o pertenecientes a otros ámbitos profesionales. No sé muy bien quién se encarga de acuñar en nuestras creencias estos calificativos que en un primer momento están en la mente de todos sobre cierto tipo de escritura, pero son lo que llamamos prejuicios. ¿A quién le gusta tener prejuicios?
Sobre este tema y otros muchos más reflexiona C.S. Lewis en un ensayo escrito en 1961 titulado La experiencia de leer.
Para el que no caiga en un primer momento quién es este autor bastará con recordar que era gran amiguete de J.R.R. Tolkien y que entre sus más famosas obras se encuentran La Trilogía Cósmica y las siete novelas de las Crónicas de Narnia.
Comienza así:
En este ensayo propongo un experimento. La función tradicional de la crítica literaria consiste en juzgar libros. Todos los juicios sobre la forma en que las personas leen los libros son un corolario de sus juicios sobre estos últimos. El mal gusto es, digamos, por definición, el gusto por los malos libros. Lo que me interesa es ver qué sucede si invertimos el procedimiento. Partamos de una distinción entre lectores, o entre tipos de lectura, y sobre esa base distingamos, luego, entre libros. Tratemos de ver hasta qué punto sería razonable definir un buen libro como un libro leído de determinada manera, y un mal libro como un libro leído de otra manera. (...) C.S. LEWIS
Desarrolla esta idea a lo largo de escasas 142 páginas poniendo numerosos ejemplos y extendiendo su teoría a todas las artes. Es el caso del que compra un cuadro para simplemente decorar sus paredes porque le parece bonito y el que lo compra porque aprecia la pintura en sí como obra de arte, se nutre de un gran cuadro durante años. Así, existen personas que usan el arte y otras que la reciben. Un lector puede usar un libro para identificarse con el protagonista o porque le sugiere ideas con las que disfruta (pensemos en una persona que ha leído Cincuenta sobras de Grey y asegura que le ha servido para mejorar su vida sexual. Objetivo cumplido. Ni pensar en una relectura). En este caso no está recibiendo el libro como una obra de arte en sí, lo está usando para sus objetivos. Todos podemos usar las artes de esa manera. Lewis no lo critica pero plantea la posibilidad de hasta qué punto sería razonable definir un buen libro como un libro leído de determinada manera y un mal libro como un libro leído de otra manera.
Otra de las cuestiones planteadas es la influencia que ejerce la crítica literaria a la hora de enfrentarnos a una lectura. Una crítica que en su mayor parte ha sido ejercida a partir de un juicio del libro, del autor, sin haber tenido en cuenta la manera en la que ha sido leído. Quizás y según la manera de aproximarse a él se hubieran podido obtener otras conclusiones. En definitiva no hay formas mejores o peores de leer ni mejores ni peores lecturas. Nos influyen factores externos; la crítica, la época, los gustos... ¿Cómo se explica si no que una misma obra pase del más absoluto olvido a ser encumbrada como una joya de la literatura? ¿Que a una persona le parezca un tocho infumable La Montaña Mágica y a otra una de las mejores novelas de todos los tiempos? Habría que plantearse hacer el esfuerzo de acercarse a un libro con la intención de disfrutarlo y ver qué nos aporta sin escrúpulos previos. Es entonces cuando podremos calificarlo.
Es una lectura cuanto menos interesante y sugerente que como todas las buenas reflexiones deja huella.
La experiencia literaria cura la herida de la individualidad, sin socavar sus privilegios. (...) Aquí, como en el acto religioso, en el amor, en la acción moral y en el conocimiento, me trasciendo a mí mismo y en ninguna otra actividad logro ser más yo.